El viajero posa con Vasile Oltan en su Museo de la Primera Escuela de Rumanía |
18 Junio 2014
La ciudad de Brasov es el
segundo núcleo de población de Rumanía. Enclavado en el centro geográfico del
país, en la vertiente norte de los Montes Cárpatos, resguardada de altísimas
montañas cubiertas de bosques y tapizadas sus cumbres por la nieve durante la
mayor parte del año, la belleza del entorno es suficiente razón para viajar
hasta ella.
En esta ciudad, antigua y
solemne, de un corte alemán muy nítido, heredados de sus fundadores los sajones
en la plena Edad Media, hay barrios que se delimitan muy claramente unos de otros:
está el ensanche moderno, la amplitud de la ciudad universitaria, el núcleo de
los servicios, la estación de esquí (Poiana Brasov) en lo más espigado de las
montañas, pero a quince minutos del centro, y está la plaza mayor con su
edificio concejil, y, finalmente, guardando el encanto de los siglos viejos, el
barrio de Schei, donde el nombre germano de la ciudad, Kronstadt, adquiere su
verdadero significado. Es como la corona del burgo, en alto, abrigada del verde
fiero, casi negro, de las montañas y los pinares que la cercan.
En ese barrio, resguardado
de una muralla firme, al estilo antiguo en que los sajones formaban sus núcleos
de población en Transilvania, está el conjunto sacro de la iglesia de San
Nicolás, a la que se accede por un recuesto desde el que nos saluda la gran
cruz triple tallada en madera, y a la derecha, el cementerio húmedo y
silencioso, cuajado de nombres, retratos, flores y recuerdos. Pero es a la
derecha d ela cuesta donde nos espera la meta del viaje a este pasadizo del
tiempo: es un pequeño edificio de rotonda silueta, con una escalinata que
accede al primer piso donde encontramos un mundo de sorpresas: la Prima Scoala
Romaneasca, la primera escuela rumana, que es mantenida, mimada, explicada y
alzada como en una liturgia por quien lleva 40 años en ella, enseñándola a los
visitantes, investigando la historia de la ciudad, los orígenes del idioma
rumano, las figuras de sus más antiguos príncipes y popes. Allí está,
esperándonos sonriente, ameno y entrañable, Vasile Oltan, a quien ya podemos
definir como nuestro amigo.
Vasile Oltan, pope de Brasov, muestra los trabajos que hace en un vieja imprenta de mano en su Primera Escuela de Rumanía |
En cualquier viaje, cuando
solamente llevamos por objetivo ver paisajes, asomarnos a precipicios, o
recorrer catedrales y avenidas populares, parece que surge, -cuando alcanza el
recuerdo a esos momentos-, un cierto vacío. Solamente se llena de calor e
interés un viaje, por muy remoto y extraño que sea el lugar al que vamos, si en
él contactamos con un ser humano que nos recibe, nos cuenta cosas, su vida y
las de otros, su trabajo, sus deseos. Y esto es lo que ha hecho Vasile Oltan
con el grupo de alcarreños que hace unos días hemos recorrido el país.
Vasile es un hombre de 66
años, bajito y calvo, sonriente siempre, clérigo ortodoxo aunque viste de
paisano, que guarda un buen recuerdo de Ceaucescu porque le ayudó a montar su
museo y hasta le dio una generosa subvención para que siguiera investigando y
acumulando piezas raras, en esta vieja escuela rumana, que él apacienta.
En ella, aparte de maquetas
de edificios, de bandejas decoradas, máscaras y maniquíes con trajes populares,
se guarda entera la escuela de Schei con sus viejos bancos, sus mapas, su
pizarra y sus librillos escolares. Además, conserva los viejos tórculos en los
que, desde el siglo XVI, se imprimían libros en aquel lugar, los primeros
impresos en lengua rumana: el recuerdo del Diaconu Coresi y sus colaboradores
pervive en la prensa, la splanchas y los tipos de plomo que aún sigue usando
Oltan para hacer trabajos artesanos de impresión.
Lo más valioso del conjunto
es la colección de manuscritos que encontró, él mismo, tras la guerra mundial,
en un tinado de la torre de San Nicolás. Maravillosos volúmenes (escritos a
mano o impresos allí mismo) que nos muestran la evolución de la cultura rumana
desde los siglos XI a nuestros días. Quizás lo mejor de todo sea el
“Tetraevangelio” dibujado a mano por Alexandru Laposneanu, o la “Ortografía
rumana” de Petru Maior, más un centenar de importantes manuscritos de la
escuela cristiana de la Transilvania del siglo XV. El ámbito, que Oltan nos va
mostrando pieza a pieza, dictando solemne en un idioma que –ya metidos en el
contexto- se entiende bastante bien, sus saberes y descubrimientos: goza como
un niño y recuerda el día, el lugar, la forma en que descubrió cada uno. En un
rincón, se amontonan bien clasificados y ofrecidos los muchos libros que él
mismo ha escrito.
Esta visita a Brasov, al
barrio alto de Schei, al complejo defensivo-religioso de San Nicolás, y al
Museo de la Primera Escuela Rumana, de la mano de Vasile Oltan, será un tiempo
que suelto de sus amarras temporales vivirá en nuestro recuerdo como uno de
esos instantes libres y completos, felices y afortunados: quizás por nuestra
manía de admirar los viejos manuscritos, quizás por encontrar un alma gemela a
la que estas cosas le entusiasman y sabe transmitir su alegría. Así ha quedado
todo, y el pope Oltan el primero, en la recámara de los felices recuerdos de un
viaje en el que se amontonan nombres, castillos, pueblos verdes y montañas
feroces. Aun todavía, después de charlar un buen rato con él, me señala un
hermoso librito que él descubrió y ha estudiado: de milagro me acuerdo, y por
eso lo reseño aquí, para que no se olvide. Es de 1628, y en él escribió el
arcipreste Vasile su libro rumano de los refranes… queda allí en lo alto el
olor húmedo y recio de tantos infolios, de las ajadas alfombras, de los
retratos severos con barbados personajes revestidos de un oro que ahora es
cenicienta costra parda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario