24 de mayo de 2025

Descubriendo patrimonio monasterial por la Sierra de Madrid

Antonio Herrera Casado   |   23 de Mayo de 2025

 

Con la Asociación de Amigos de la Biblioteca de Guadalajara, he podido alcanzar dos de los edificios que siempre tengo por meta, y que pocas veces consigo admirar a mi gusto. Muy bien acompañado de socios y socias de esta Asociación puntera en la Cultura de Guadalajara, este sábado 23 de mayo de 2025 he podido por fin visitarlos, admirar sus formas y colores, empaparme de sus mensajes longevos, y disfrutar mirando, oyendo, viviendo y sintiendo el espacio enorme y cuajado de mensajes.

 

El Paular

 

La primera parada del Viaje Cultural de la AAB fue en Rascafría, un pueblo sumido en el verdor intenso de una primavera lluviosa. Que nos recibió, en las alturas del joven río Lozoya, con un sol radiante. A un kilómetro del pueblo, entre arboledas y huertos, se levanta el conjunto de edificios que en su día (desde el rey de Castilla Enrique el segundo, que la fundó) fue primera instalación de la Orden Cartuja en nuestra tierra. Queda mucho de ella, aunque hoy regida y cultivada por los benedictinos. 

Pasamos a admirar, primero de todo, su iglesia. Y en ella el retablo. Allí sentados, un monje benedictino de los que ahora habitan el cenobio, concretamente don Enrique, nos explicó el retablo. Una joya de la escultura española. Restaurado y repintado según fue en su origen, la autoría se le atribuye a Gil de Siloé, aunque hay quien no descarta que colaborara también Juan Guas, o Sebastián de Almonacid (el autor de el Doncel) Hay al menos dos manos en ese retablo, muy bien diferenciadas. A mí me sorprendió el parecido de algunas de sus figuras con las que talla Rodrigo Alemán en el púlpito de Mendoza de la Catedral Seguntina. Todo es del último cuarto del siglo XV, en el reinado de los Reyes Católicos, esos años en los que el país entero estaba en una ebullición creativa sin límites. La obra, de 9 x 12 metros, es de alabastro tallado y policromado, y en ella aparecen escenas de la Vida de Cristo. Desde su concepción milagrosa en el vientre de María, hasta su bajada a los infiernos. 




El retablo de la iglesia de la cartuja de Santa María de El Paular



Me sorprendió especialmente la escena de la Anástasis, cuando (según los evangelios apócrifos) Cristo bajó a los Infiernos y empezó a liberar almas allí apresadas desde siglos antes. Unos de ellos fueron los gemelos Carino y Leucio, a los que sacó a través de las orejas del monstruo maligno. Esa escena está recogida en este retablo.




La escena de la Anástasis en el retablo del monasterio de El Paular


Muchas anécdotas del Nuevo Testamento están recogidas en este conjunto, que uno se quedaría mirando durante horas. Hay un estudio muy completo, escrito en 1994 por María Luisa Martín Ansón y Concepción Abad Castro (Anuario del Departamento de Historia y Teoría del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid) en el que describen al detalle el conjunto, cada escena y hasta los personajes que adornan frisos y columnillas. Entre ellos, el sorprendente mártir cefalóforo (que bien podría ser el zaragozano San Lamberto, uno de los muchos mártires de los primeros siglos a los que la gracia de Dios les hizo salir del martirio mostrando entre las manos su cabeza cortada) que se ofrece a la reverencia de los fieles entre Santa María Magdalena y los Hijos del Zebedeo.


Un mártir cefalóforo tallado en el retablo de El Paular
¿San Lamberto?


Los estudios de Carmen Bernis sobre la indumentario medieval española han incidido también con frecuencia en la descripción y análisis de la variada oferta de trajes masculinos y femeninos que se ofrecen en las escenas de este retablo, en el que los trances de la vida y pasión de Cristo están protagonizados por personajes a los que el autor o autores revisten de indumentaria contemporánea. 

En la iglesia admiramos también la pareja de composiciones talladas en forma de sillerías de nogal, (una para los legos, otra para los monjes) que en el siglo XVI tallara para ese templo el gran Bartolomé Fernández. Como tras la Desamortización el monasterio quedó abandonado, el Estado recogió esas piezas de talla en madera y las llevó al monasterio de San Francisco el Grande de Madrid, donde pude verlas en su día, y fotografiarlas. Ahora, ya restauradas, se han devuelto al Paular, y hoy nos dejan asombrados al contemplar tal variedad de santos, monstruos y filigranas. Solo por disfrutar del arte de estos coros merece la pena visitar el monasterio. 



Sillería del coro de los legos
en el monasterio de El Paular


Pero es que aún nos depara más sorpresas. Una de ellas es la capilla del Sagrario, que está detrás de la cabecera del templo, y que contiene un “Transparente” enloquecido en el que la arquitectura barroca juega con las formas en una floritura de posturas que a algunos/as entusiasmó y a otros nos pareció “que se pasaba”. Esa construcción de exaltación litúrgica s hizo en 1720 y la firmó el cordobés Francisco Hurtado Izquierdo, mientras que la capilla de planta de cruz griega que hay precediéndola tiene altares complejos en los que surgen tallas grandes y perfectas de santos, mártires y apóstoles firmadas por Pedro Duque Cornejo. Como se ve, la orden cartujana no paraba en gastos, con tal de dotar al templo de su primer monasterio español con todo lujo de expresiones artísticas.

Todavía en el claustro vimos las recuperadas pinturas (medio centenar hay) firmadas por Vicente Carducho en el siglo XVII, y que bajo el título de “Serie Cartujana” van narrando en grandes lienzos de “medios puntos” la vida y milagros de San Bruno de Colonia, mítico fundador de la Orden. Esta serie, clave en la consideración de la pintura barroca madrileña, estuvo a punto de perderse, abandonada en el claustro tras la desamortización, pero llevadas a diversos lugares de España, y luego en el Museo del Prado, en diez años se restauró y puso aquí, donde la admiramos los turistas y los asiduos asistentes a la Hospedería que el monasterio ofrece, y que pudimos sentir en sus sencillez cuando nos enseñó el monje el refectorio antiguo, donde comen los monjes con los hospedados.

Allí recordamos lo rica que fue esta orden y este monasterio. Tenía granjas y “Casas Cartuja” por toda la meseta inferior, y entre ellas recordamos las de Talamanca y Fontanar en la Campiña baja guadalajareña. Cuando la Desamortización acabó con todo ello, algunos a principios del siglo XX se empeñaron en darle un nuevo sentido al lugar. Y así fue la Institución Libre de Enseñanza, presidida a la sazón por Francisco Giner de los Ríos, quien alentó su comedida restauración para albergar allí una “escuela de verano” a la que acduieron, entre otros, Ramón Menéndez Pidal, Enrique de Mesa y Pío Baroja. Mientras que Simonet daba vida a la “escuela de pintores de El Paular” originando allí otra de esas colonias artísticas al estilo de las que en Barbizon, en Pont-Aven, o en Cudillero de Asturias, se habían creado por entonces. Incluso allí constituyeron la Real Sociedad Española de Alpinismo “Peñalara” que fue el germen de las actividades de lo que durante el siglo siguiente ha sido el apiñonado conjunto de alpinistas españoles que han cubierto el mundo de las cumbres. Todo a los pies de ese Pico de la Peña Lara que fuimos viendo a nuestra izquierda mientras en el bus subimos el puerto de Cotos para luego por Navacerrada y Guadarrama bajar hasta El Escorial, donde nada más llegar, ya tarde, fuimos a comer a la Casa de “Las Viandas” en la plaza de la Constitución. 


A la salida de la visita del monasterio del Paular,
ante la mole gótica de su iglesia
los viajeros se retrataron para dejar constancia.


 

El Escorial

 

A la tarde, y después de la comida, bajamos andando a la lonja norte donde pusimos pie en el interior del monasterio de San Lorenzo de el Escorial. El edificio más grande del planeta, cuando se construyó en 1563-1585, y calificado como la octava maravilla del mundo. Mucho teníamos por delante para ver, y solo dos horas. Por eso fuimos corriendo y atravesando pasillos y patios para disfrutar de las esencias del lugar. Formamos un pequeño grupo de amigas y amigos que fuimos buscando los espacios más significados. A la iglesia no pudimos acceder, porque la cerraron para celebrar una boda de gentes de alcurnia. Pero sí que pudimos ver el Patio de los Reyes, presidido por las seis enormes tallas pétreas de los monarcas del Antiguo Testamento, bajo los cuales avanzaba un padre trajeado con su hija vestida de blanco, hacia el altar hecho de bronces por Jácome Trezzo y Pompeo Leoni.




El patio de los Reyes, entrada a la iglesia, monasterio y colegio
de San Lorenzo de el Escorial


En El Escorial buscamos primero visitar la Biblioteca. A la puerta expliqué a mis acompañantes la importancia del lugar. Y hasta pudimos recordar cómo se hizo esa biblioteca, y cómo fue un alcarreño, Juan Páez de Castro, quien le sugirió al rey Felipe II la creación de ese conjunto. Y también que otro seguntino, el monje jerónimo Fray José de Sigüenza, fue quien junto a Benito Arias Montano, dispusieron su decoración, sus pinturas, sus simbolismos.

Recordamos que son 40.000 lo volúmenes que incluye esta biblioteca pero que lo más singular es el espacio en que se muestra. Un largo salón iluminado por ventanas, puesto sobre las arcadas que dan paso desde la fachada exterior al patio de los Reyes. Todos quienes han accedido al Escorial lo han hecho pasando primero bajo el murmullo de los libros. En ese salón, las bóvedas están pintadas por Pellegrino Tibaldi (el discípulo favorito de Miguel Angel Buonarotti) que fue llamado por Felipe II para esta obra. En ellas aparecen pintadas las siete artes liberales (Gramática, Retórico y Dialéctica por el Trivium, y Matemática, Música, Geometría y Astrología por el Quadrivium) más un plafón con la Filosofía y otro con la Teología. La iconología del conjunto es poderosa y variada, y el resumen del todo viene a decir que es este un lugar donde la ciencia humana es el camino que lleva a Dios, pero a él se accede no solo por la Fe exclusivamente, sino por el estudio de todas las materias conocidas. Este sentido de neoplatonismo, muy fuerte en el Renacimiento español, es el que impregna la mayor parte de las obras pictóricas, escultóricas y arquitectónicas de la España del siglo XVI: aquí en esta biblioteca se ve cuando bajo el panel central de cada arte, a sus costados muestra Tibaldi (a través de fray José de Sigüenza) la existencia de ese arte en el pasado clásico greco-latino y en la Historia Antigua y el Viejo Testamento. Tuvimos que abreviar la explicación, porque el implacable sistema de control de Patrimonio Nacional impide que nadie que no sea “guía autorizado” del monasterio pueda explicar en voz alta, o en grupo, el significado del edificio. Como tantas cosas estamos ahora viendo en España, solo se admite la “información oficial”, no dejando que sean otros, por libre, los que expliquen las cosas.



Las bóvedas de la Biblioteca Laurentiana de El Escorial
presentaron programa iconografico ideado por
fray José de Sigüenza, y pintadas por el italiano
Pellegrino Tibaldi, representando la secuencia
de las siete artes liberales más la Filosofía y la Teología.



Después de este lugar deambulamos por pisos y estancias, pudiendo admirar las Salas Capitulares, con sus techos pintados en estilo pompeyano como las estancias vaticanas, mostrando escenas del Antiguo Testamento y las figuras que aleccionan cada pasaje, con santos, profetas, reyes de Israel y diosas. También recorrimos las habitaciones que fueron lugar de vida y trabajo de Felipe II, y evocamos a través de muebles, cuadros y enseres su austera vida, mirando desde las ventanas los recortados jardines donde el monarca español paseaba. 


Pinturas en las salas capitulares
del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial,
obra de Granello y Fabrizio, los hijos del Bergamasco.


Al salir, y ya casi corriendo porque cerraban, vimos los panteones (de reyes e infantes) y comentamos la consecuencia de haber enterrado en las últimas urnas que quedaban a don Juan de Borbón (Comex Barcinonensis) y su esposa doña María de las Mercedes de Borbón, con lo que ahora ya no hay sitio para contener –en su día– los cuerpos de don Juan Carlos “Hispan.Eméritus.Rx” y de su hijo, Felipe VI, también “Hispaniarum Rex” que deberán ir pensando donde alojan sus restos en su espera de alcanzar la eternidad. Más el gran lienzo mural de la batalla de la Higueruela, y las habitaciones que los reyes borbones utilizaron en sus veranos serranos.

Tras salir de la visita, que duró dos horas, y nos dejó el cuerpo estragado del cansancio propio de andar salones y subir y bajar escaleras, un refresco en el Café del Coliseo de Carlos III, recuperado hace pocos años, otro de esos sitios elegantes y tranquilos que nos deja de vez en cuando disfrutar El Escorial.

5 de abril de 2025

Viaje al Matarraña

Antonio Herrera Casado  |  1 Abril 2025

 

Tres días por el extremo oriental de Aragón dan para mucho, recorriendo pueblos y paisajes del Bajo Aragón, y recorriendo la comarca (valle del río Matarraña, que recién nacido en las sierras ibéricas que nos rodean, va a dar al Ebro con destino al Mediterráneo). El 31 de mayo, bien de mañana, el grupo Arquivoltaal completo se dirigió parando antes en Molina, hasta Alcañiz, donde después de comer iniciamos la visita de esta ilustre villa que fue de la Orden de Calatrava, y de la que quedan huellas monumentales que admiramos una tras otra. Así, en la plaza mayor, nos maravilla ver su gran Ayuntamiento y lonja, más la excolegiata que luce sus atributos de enorme iglesia barroca reconstruida tras la Guerra Civil. Además podemos subir al castillo (hoy Parador Nacional) y allí visitar la antigua iglesia románica, con capiteles de pura línea medieval, claustro con lápidas y pinturas, y un ambiente recoleto. Desde lo alto del castillo se extienda la vista al pueblo y los campos del entorno, que son los del valle del Guadalope, cuajados de frutales. Disfrutamos además de una visita muy especial: la de los pasadizos y nevera que se extienden, tallados en la roca, bajo el Ayuntamiento y varias manzanas de casas.






El martes 1 de abril nuestros pasos van dirigidos a los pueblos más significativos del Matarraña. Por este orden de visita, son Peñarroya de Tastavins, donde además de su arquitectura popular serrana, nos salen al paso una serie de sorpresas en el cercano Santuario de Nuestra Señora de la Fuente, que en realidad con dos: el viejo y el nuevo, con sendos templos. El más antiguo es gótico, con portada espectacular y un interior de susto, en el que se admira un potente artesonado de maderas policromadas en estilo mudéjar, cuajado de lacerías y escudos. Además de un museillo dedicado al jamón, que por esas zonas de Teruel es exquisito y de larga trayectoria. Nos hacemos algunas fotos, todo el grupo, en las empinadas callejuelas peñarroyenses.


Artesonado mudejar del Santuario de Nuestra Señora de la Fuente






Después visitamos el caserío de Fuentespalda, de gran plazal noble, y un cementerio en el que se han conservado varias docenas de estelas discoideas con símbolos de nobleza tallados en sus piedras blancas. Además, la sorpresa final es subir al torreón que domina el pueblo y los contornos, un centro que es además interpretativo de la arquitectura fortificada de la comarca.

Tras la comida, la tarde la dedicamos a visitar Calaceite, donde nuestro guía Luis nos va explicando el origen del pueblo y su desarrollo en forma de gran urbe clásica cuajada de palacios y ermitas urbanas, señalando cómo ha sido durante años un lugar de encuentro de escritores (lo empezó el chileno Donoso, lo siguió el peruano Vargas y lo remató el colombiano García Márquez) y llegamos, en lo alto de la cuestuda villa, al rincón de los escritores y al monumento a Donoso. Todo en Calaceite exhala señorío, dignidad, elegancia y respeto: limpia y silenciosa queda la villa. Luego, cerca, en Cretas, paramos, por comprar dulces de calabaza, pero aprovechamos a recorrer su plaza grande con pairón gigantesco, mirar las viejas cárceles concejiles, y callejear sus nobles viales.






El miércoles 2 de abril nos toca subir a La Fresneda, que nos recibe con un solemne aguacero, a pesar del cual admiramos su calle mayor y la Calle del Comendador, deambulando un buen rato por los soportales de su céntrico caserío, en el que destaca el Ayuntamiento presidiendo la plaza triangular. ¡Qué hermoso nos parece todo, tan de piedra, tan noble y severo! Nos paramos un rato ante una hornacina que sobre el muro de una casa honra a Santa Apolonia, virgen taumatúrgica que siempre anda con una tenaza en la mano, por si hay que quitarle a alguien un dolor de muelas. Nos encanta La Fresneda, aunque no la podemos disfrutar del todo, porque sigue lloviendo. Es lo que tienen las primaveras serias y cumplidoras: que llueve sin parar, todos los días.






Después el guía y el autobusero nos lleva a Valderrobres, y allí andamos –y sumos calles y escaleras­– a placer, porque todo es cuesta. Un puente medieval, hasta con chepa, que nos deja cruzar el Matarraña. Un gran torreón de entrada, un ayuntamiento renacentista, y una serie de calles, plazas y monumentos que rematan en la iglesia gótica y el castillo de los Fernández de Heredia en lo más alto. Aún me asoma a ver el Vía Crucis, tan levantino, que se abre frente a la fortaleza, donde nos deja preocupados ese triángulo repetido de la ventana del obispo ¿Qué nos quiso decir, que vería él, entre tanto triángulo tallado en ese muro? En Valderrobres todo es nobleza también, limpieza, hispanidad por los cuatro costados. Además, lo vemos como un ejemplo de cuidado y respeto por el patrimonio. Estas señales alientan a seguir creyendo en este pueblo (los españoles) que tantas cosas grandes hicieron y ahora, en lugares como este, saben guardar y mostrar a los viajeros que, como nosotros, se aventuran por estas breñas aragoneses.




9 de agosto de 2024

Mallorca en el horizonte

Antonio Herrera Casado  |  4 Agosto 2024

La llegada a la isla, en el ferry de las TrasMed “Ciudad de Barcelona”, amaneciendo un 5 de agosto, nos deja ver a la izquierda la costa sur de la isla, y pronto sobre la ciudad destacando el castillo de Bellver y el Hotel Valparaiso.

Previamente, el 4 Agosto, domingo, hacemos en Valencia una visita al Ocèanographic, con un calor insoportable y mucha gente, mucho barullo. Una visita un tanto decepcionante, que es preludio del viaje en barco desde Valencia, de donde partimos a las 20:30, pasando la noche durmiendo en el camarote.




El lunes 5 de agosto, llegamos a Palma, y saliendo en coche de las bodegas del gran barco, recorremos la autopista que nos lleva enseguida a Andratx, donde recorremos el pueblo a pie, tras un buen desayuno, y subimos hasta la Creu de la plaza del Pou, bajando luego por la calle peatonal y la plaza Mayor. De allí vamos a Sant Elm, donde nos acercamos hasta el embarcadero que lleva a la isla de Dragonera. Frente al pueblo, otra pequeña isla, la Pantaleu, y después sin prisas bajamos a Port Andratx , donde hemos tomado un refresco en el paseo marítimo, tras haber retratado el entorno, que es tan coqueto, tan mediterráneo, tan turístico de postal “azul y blanca”. Luego hemos seguido hasta Santa Ponsa, que hemos atravesado y hemos subido hasta el mirador de las islas Malgrats, que admiramos al frente, con las montañas mallorquinas al fondo. 





Hemos seguido a Magaluf, que hemos visitado en coche, y finalmente hemos llegado a la playa de Palmanova, donde hemos comido en el restaurante La Colmena, en el que el camarero reconoce no saber qué es eso de una colmena. Desde allí continuamos viaje al Hotel Valparaíso, que es nuestro albergue en Mallorca por unos días. A la tarde, y con el calor creciendo, visitamos Palma a medias en Bus Turístico, y a medias andando por la ciudad vieja. El servicio de Bus Turístico en Palma es un desastre, no cumple horarios y lleva un personal mal encarado y borde.

 

El martes 6 de agosto nos dejamos llevar. Bajando en bus urbano desde el hotel a la plaza de España, hacemos la Ruta en Tren a Soller, y luego en el tranvía de madera hasta Puerto de Soller. Todo se cumple según estaba previsto, muy bonito el viaje en tren a Sóller, muy interesante el viaje en tranvía al puerto, y luego tras la comida de pescados y mariscos, una pasada el viaje en barco hasta Sa Calobra, donde hay mucha gente bañándose, y nosotros estamos solamente media hora para verlo y pasar mucho calor. Espectacular la costa norte de Mallorca con la gran Sierra de Tramuntana al frente, y en lo alto brillando el pico y las antenas de El Puig. Regreso a Palma, y luego Hotel, donde tomamos un vino y luego una ensalada mientras una cantante rememora los años ochenta.




 

El miércoles 7 de agosto hacemos en nuestro coche el viaje al Norte de Mallorca: en poco menos de una hora llegamos desde el hotel al Puerto de Alcudia, de donde parten los catamaranes que llevan alemanes bronceados hasta las calas cercanas. Después Alcudia, que es pueblo medieval, amurallado, perfectamente conservado, con iglesia monumental, puertas torreadas, y una rambla en miniatura donde a media mañana cae muy bien una cerveza. Desde allí visitamos la playa y el puerto de Pollensa, espectacular de azules y horizontes limpios. Y en el pueblo, tras visitar su breve centro de monasterios, torreones y callejuelas, una comida memorable en la plaza del Ayuntamiento y una subida que es breve y animada, en coche, al monasterio y santuario de la patrona mallorquina, Nuestra Señora del Lluc. Lamentablemente, no pudimos visitar Formentor, y su faro y mirador, como estaba previsto: en estos días del centro del verano la DGT corta radicalmente el paso, con barreras, vigilantes, etc, como si fuera zona militar. Y solo se upede pasar habiendo reservado con antelación.





 

El jueves 8 de agosto subimos prontito hasta Valldemosa, para llegar los primeros y aparcar cerca del monasterio. Después de visitar la Cartuja y la celda de Chopin Autopista de Ronda hasta la playa de El Arenal, donde comemos en Casa Lucio, el único sitio con comida española, porque el resto es basura norteuropea y norteamericana, recorriendo después la costa hasta llegar a la ciudad de Palma.

 

El viernes 9 de agosto, tras madrugar y despedirnos del estupendo Hotel Valparaíso, del que porbamos sus piscinasinmensas y su atractivo spa, montamos en el Ferry de la Trasmed para hacer el viaje, diurno, hasta Valencia, donde llegamos siete horas después de hacer una travesía perfecta en un mar en calma, en el que llegamos a divisar, a medio trayecto, y entera, la isla de Ibiza.

 

21 de abril de 2024

Un viaje a la Vera [en primavera]

 Por Antonio Herrera Casado

 

Un par de días han bastado para darnos cuenta de lo que es la Vera [de Cáceres]: ese paraíso que tenemos tan cerca y que apenas conocemos. Un viaje casi relámpago por esa zona nos ha dejado emocionados de ver y leer estas nuevas páginas de España.

 

Jueves 18 

 

Todo empezó (con media hora de retraso) en la Caraca de los romanos, el jueves 18 de abril del 24. El viaje sin problemas, en autobús, y 24 personas, hasta Villanueva de la Vera. Este es el primero de los pueblos que nos encontramos en esta comarca, que toda ella se levanta al pie de la cara meridional de la Sierra de Gredos. Las altura, por el norte, rondan los 2.000 metros, y en la raya superior se ve la mancha de la nieve. El Almanzor, con sus 2.600 mts. por supuesto está completamente nevado.

Antes de entrar en Villanueva visitamos el Salto de la Garganta de Guantalminos, un chorretón enérgico de agua que baja de las cumbres. Se rodea de un parque muy bien habilitado y señalizado, para caminar, y al final se llega a un mirador. Algunos valientes bajan por estrecha escalerilla de piedra hasta el borde mismo de la cascada, y hacen una toma de video sonoro y espectauclar.





Después, en el autobús, llegamos a Villanueva de la Vera, y andando arribamos a la plaza mayor, donde hacemos aperitivo. El pueblo es de una arquitectura vieja y popular. Todo en el llamado “estilo verato”, con casas de adobe, entramados de madera, grandes aleros, y piedras adinteladas talladas con nombres y fechas sobre las puertas. Así son todos.

La comida en un rincón de la plaza, en el Restaurante Ringurrango, donde nos atiende, él solito, un camarero argentino que es de Saavedra, un barrio popular de Buenos Aires. La comida mejor que bien, y después al bus, donde Fernando (un aplauso para este conductor/guía/tutor que hemos tenido proporcionado por la empresa Marín) nos lleva al siguiente pueblo, Valverde de la Vera, todo en cuesta (un arrito subiendo, otro bajando) donde hacemos músculo y vemos sus estructuras urbanas, entre las que destaca la Torre Mayor de un viejo castillo en ruinas. 





Pero también disfrutamos de su Picota, en una plaza, y de grandes construcciones populares en la plaza grande. Después, callejuelas, escaleras, entramados, y una iglesia tallada en granito, con portada de viejo y sencillo gótico isabelino.

De allí, bordeando la Sierra verana, llegamos a Jarandilla, donde nos alojamos el Hotel Parador Nacional, una joya: es el antiguo castillo de los Álvarez de Toledo, y está perfectamente acondicionado. La joya del viaje. Cada uno por su cuenta visita Jarandilla, y nosotros llegamos hasta la plaza mayor, con su fuente, el Museo de “Los Escobazos” (fiesta típica de fuego el 7 de diciembre de cada año) y la iglesia, con una Virgen que lleva en la mano un sonajero popular. La cena, a nuestro aire cada cual, en el patio del Parador, hasta que refresca.





 

Viernes 19

 

La mañana nos ve ya viajando hacia un rincón maravilloso de esta comarca: a Yuste. Primero visitamos un pequeño “Cementerio Alemán” donde reposan en medio centenar de tumbas, otros tantos militares alemanes que murieron en operaciones militares sobre suelo español, en muy variadas circunstancias, en la primera y segunda guerra mundial. Un sitio –como todos los cementerios– para pensar, en la fugacidad de la vida, y en la estúpida costumbre de morir joven con las armas en la mano.





Después visitamos el Monasterio de “San Jerónimo” de Yuste, que fue de monjes jerónimos, y su anejo Palacio Imperial, donde “nuestro señor don Carlos”, el emperador y Rey de España, pasó los tres últimos años de su vida, en medio de una naturaleza vibrante, húmeda, soleada y silenciosa. El lugar nos emociona, en su conjunto, y en los detalles que una severa guía nos muestra: los dos claustros del monasterio, su refectorio, y luego las estancias austeras donde el rey dormía, comía, oía misa desde la cama, leía, y paseaba. Hay un pequeño museo con la silla y la talanquina en que le trajeron aquí desde Laredo. Y están las acequias, las balsas, las fuentes, las arboledas, esos lugares que rodean al monasterio, todo fantástico en un día de luz y calores.

De allí nos trasladamos a Garganta la Olla, donde un guía nos explica el pueblo y algunos detalles del mismo (la iglesia, el Ayuntamiento, la picota…) y vemos la “Casa de las Muñecas” que nos abre su propietario, que luego vende productos de la tierra en el local contiguo. Esta Casa de las Muñecas es un enorme y curioso edificio que sirvió de “Casa de Citas” a los soldados del emperador… todo conservado como era en el siglo XVI. Después del largo paseo, tras hacer hambre, comemos en un restaurante a la entrada del pueblo, donde degustamos productos de la tierra (o una dorada del Cantábrico, como en mi caso, porque las carnes de estas sierras son demasiado contundentes)





De allí en el bus bajamos a Cuacos de la Vera, que también recorremos, sin apenas ver habitantes, que deben estar durmiendo la siesta. Otro pueblo perfectamente conservado en su arquitectura y urbanismo. Aquí admiramos la casa de Jeromín, el hijo natural del emperador Carlos, que aquí vivió cuidado de unos nobles que al final de sus días se lo mostraron al Emperador. Junto a ella, una gran roca en medio del pueblo deja nacer la Fuente de la Higuera. La bordeamos y bajamos a la Plaza, donde hay otra gran fuente. La verdad es que en esta comarca no falta nunca el agua, y en abundancia. Es una de las zonas más “llovidas” de España. Y por eso está tan verde y rozagante.






Desde la plaza mayor de Cuacos, tras subir cuestas y escaleronas, legamos al bus, que conducido por Fernando, nos devuelve a Guadalajara tras cuatro horas de cómodo viaje. En resumen, una visita perfecta, e inolvidable, a la Vera de Extremadura.

 

4 de octubre de 2023

Redescubriendo Bilbao

 Antonio Herrera Casado |  28 Septiembre 2023

 

Tenían los viajeros muchas ganas de volver a la capital de Vizcaya, una ciudad sumida entre montes, oscura y lenta, que tenían remotamente guardada en sus recuerdos de varias décadas… pero querían volver para ser testigos de su renacimiento, de su apoteosis actual, de la transformación que ha recibido, gracias al entusiasmo de sus habitantes y al buen tino de un hombre, el doctor Iñaki Azkuna, quien durante 15 años fue su alcalde y emprendió una remodelación de la Villa que ha conseguido transformarla en una de las mejores ciudades de España.

El viaje, en medios públicos, no se hace pesado. Desde Guadalajara en autobuses ALSA se llega en poco más de 5 horas. La estación terminal que la llaman Intermodal y es un grandioso edificio de moderna arquitectura y perfecta secuencia funcional, nos recibe una tarde del otoño inicial, con calor y luz a raudales.



El Ayuntamiento de Bilbao


Lo primero que hacemos, es subir al Artxandako Funikularra, que es como llaman los bilbaitarras al ya más que secular funicular que desde el paseo del Volantín sube en cinco minutos al Alto de Artxanda, en la orilla derecha de la ría del Nervión, donde se divisan espectaculares panoramas de la villa y sus alrededores. Enfrente está (aunque muy lejos) el santuario de la patrona, la Virgen de Begoña, y a los pies del espectador se acurruca el Guggenheim, como un bicho raro entre las líneas bien trazadas de la población.

Un rato después, llegamos al Teatro Arriaga, donde en la platea disfrutamos de una estupenda versión de “La Celestina” del maestro Rojas. Un teatro de finales del siglo XX, que hoy está como un pincel, de brillante y de bonito. Imitando al palacio de la Ópera de Madrid, el arquitecto Joaquín Rucoba en 1890 levantó este mausoleo de las Bellas Artes, que hoy da gusto ver tanto por fuera (columnas, estatuas, frisos y moldurajes sin fin, de una elegancia exuberante a lo decimonónico más puro) como por dentro, todo moquetas, terciopelos, purpurinas, y luces que te transportan a un tiempo viejo y elegante.

Después, y corriendo, al templo de la gastronomía del Casco Viejo, “Los Fueros”, donde los viajeros se dan un pequeño homenaje a base de gambas blancas a la plancha, zamburiñas en su jugo y piparras  en tempura, todo ello regado con un buen txakolí recomendado por Ana y Xavi, sus amables regidores.



El puente Zubizuri en la noche


Al segundo día se van los viajeros, andandito por la Gran Vía arriba, hasta la plaza del Museo de Bellas Artes, uno de los más antiguos y mejores de España, que ahora se ve solo en parte porque está recibiendo obras de remodelación. Lo que ven les gusta. Tanto la arquitectura amplia y luminosa, como una muestra selecta de obras “chocantes”, con piezas de la pintura clásica emparejadas con obras abstractas… una breve antológica de “Sorolla en el País Vasco” completa este paseo museístico, que luego va complementado con una comida a base de pinchos en los clásicos restaurantes de la zona de Diputación (“El Globo”, “La Olla”), rematando la tarde con un viaje (clásico pero muy aconsejable) en barco por la ría, que con adecuada guía explicativa nos muestra desde el agua todos los edificios clásicos, y los modernos que van surgiendo, desde el puente de Zubizuri, hasta la punta extrema de la isla de Zorrozaurre, donde va surgir un nuevo Bilbao en próximos años, que deslumbrará aún más a sus visitantes.



Una de las columnas del vestíbulo del Azkuna Zentroa


Después de ello, y tras otro recorrido en el bus turístico, nos acercamos a visitar la antigua Alhóndiga, reconvertida hoy en el Azkuna Zentroa, una propuesta de rehabilitación de un viejo almacén ciudadano en centro cultural. De él (que encontramos algo oscuro y vacío) nos sorprende su gran vestíbulo, en el que casi 50 columnas diferentes se encargan de sostener su techo. En la terraza hay una piscina, y unos arcos que le dan solemnidad, aunque poco uso parece tener, en su conjunto.



Posa el viajero en la terraza del Azkuna Zentroa


El tercer día lo dedican los viajeros, con una compañía turística previamente concertada, a hacer un viaje por la Costa Vizcaína, que incluye en otras tantas paradas, cinco atractivos del paisaje vasco que nadie debería perderse. Vamos primero a Getxo, y allí paramos el bus ante la mole rojiza y grandiosa del “Puente de Vizcaya”, ese famoso “puente colgante, tan elegante” que une las orillas de Portugalete y las Arenas gracias al ingenio de Alberto de Palacio, el ingeniero cuyo busto admiramos ante el monumento. Este puente, que es esencia de Bilbao, aunque está quince kilómetros aguas abajo del centro de la ciudad, está hoy catalogado como “Patrimonio de la Humanidad”, el primero declarado en el País Vasco.

Vamos luego a Butrón, un lugar escondido entre bosques, donde el arquitecto y político Marqués de Cubas mandó construir un castillo “revival” al estilo de los más espectaculares de la Edad Media. Sustituía a una fortaleza anterior de los Butrón, y hoy está cerrado, pero no abandonado: su majestuosa silueta sorprende y emociona, rodeado del intenso verdor de los castaños y robles que le acogen.

Vamos después al mirador que junto al cabo Machichaco se asoma sobre la costa, y desde allí vemos (sin apremios y sin cansancios, a lo lejos) el islote donde asienta la ermita dedicada a San Juan de Gaztelugatxe, y que se une al continente por un puente, y luego puede subirse al templo por un largo ristral de 500 escaleras. La mañan luminosa, y el sol poniéndole brillos al islote/ermita nos deja una huella imborrable.

Es Bermeo el siguiente destino, también en la costa: el pueblo está perfecto, y su plaza del mercado repleta de bares en los que se desayunan gildas con txakolí, al estilo de la tierra. Lo más bonito de este enclave (que es más antiguo que Bilbao, y durante siglos fue la cabeza económica de esta cosa vasca) es su puerto, hoy lleno de barquitas de recreo, pero memorando en su estampa el acopio de bacaladeras de otros tiempos. El hueco de agua y barcos se rodea de un alto y uniforme caserío, teniendo muy buenas vistas desde sus extremos, uno el malecón principal, y otro (que le separa del puerto realmente pesquero) en el que una gran escultura metálica firmada por Nestor Basterrechea nos recuerda esa “ola permanente y brava”, que alude a la fuerza del mar en esta costa: “Bermeo, nire herri maitea, zu zara olatu erraldoi baten indarzorogarria”.

El quinto y último de los destinos, tras admirar las marismas de Urdaibai al pasar por Mundaka, es Guernica, donde a los viajeros su amigo Pascu, guía sabio y amble donde los haya, les explica varias cosas: el bombardeo alemán de 1937 que dejó la ciudad destruida en un 90%, el mural con el cuadro del Gernika de Pablo Picasso a tamaño natural, con los significados (otros más…) que nos da el guía, y la visita a la casa de juntas, esencia de la Historia Vasca, con sus frases, su gran parlamento municipalista, sus vidrieras colosales, y al fin ese roble, ese “Gernikako Arbola” ante el que sentimos emoción porque es la tierra pura, es la Naturaleza, la que marca las horas y los siglos.

La tarde la destinan los viajeros a visitar el Casco Antiguo. Entrando por Bidebarrieta, frente al Teatro, llegamos a la catedral (de Santiago) que se visita con audioguías. Naves, sacristía, claustro… todo limpio, explicado, pero un poco pobre e contenidos. Se ve que los siglos le han dado mucha caña a este templo. Que se complementa a continuación con el de San Antón, de nave única, y curioso retablo con elementos antiguos y contemporáneos unidos. Desde aquí cruzamos al Mercado de la Ribera, obligado punto de atraque, y uno de los mejores espacios gastronómicos de Bilbao, con numerosos puestos de pinchos y degustaciones. El Casco Viejo lo pateamos a modo, cruzando Plaza Nueva, y Plaza de Unamuno. Lástima que tras la iglesia de los Santos Juanes, el Museo Vasco está cerrado (por remodelación). De allí, a descansar al hotel, porque han sido muchos pasos los dados a lo largo de este día.




El Museo de la Fundación Guggenheim, junto a la ría de Bilbao


La cuarta y última jornada la dedicamos al lugar estrella del actual Bilbao, la maravilla arquitectónica de Frank Ghery: el Museo de Arte Contemporáneo de la Fundación Guggenheim, sobre una explanada junto a la ría. Vemos sus estatuas exteriores (el perro Puppy, la araña Maman, de Louise Bourgeois, las esferas de Thall Tree, y la Puerta de los Honorables donde vemos pasear, cuajado en bronce, a Ramón Rubial, que fue lehendakari por estos pagos), y luego en el interior nos dejamos sorprender por su dinámica oferta de espacios, pasarelas y salones, en los que disfrutamos sobre todo con la exposiciones monográficas dedicadas: 1) a la artista japonesa casi centenaria pero todavía activa Yayoi Kusama, y 2) a la obra escultórica de Pablo Picasso, que se ha montado en el 50º aniversario de su muerte. Un gran sabor de boca nos deja esta visita, que es la guinda de este redescubrimiento de Bilbao.

16 de septiembre de 2023

Viaje al Baztán

 Antonio Herrera Casado  |  11 al 15 de septiembre 2023

 

Durante 5 días, el grupo “Arquivolta” ha recorrido Navarra, centrando su interés y visitas detalladas en el Valle Del Baztán, en sus pueblos e instituciones. 

Comenzó todo el lunes 11 de septiembre, viajando en directo hasta Pamplona, donde tras recorrer la plaza del Castilllo y comer estupendamente en la Tasca de Don José, sitio emblemático de la gastronomía navarra, hicimos una visita guiada de la ciudad del Arga, 




El legendario Café Iruña, en Pamplona.



viendo sus calles céntricas, sus edificios bien conservados, la iglesia de San Saturnino (patrono de la ciudad) y el recorrido de los toros en los días de encierros. Pudimos entrar al edificio del Ayuntamiento, admirando los elementos claves del ser pamplonica, y mirando las viejas murallas de la ciudad, para acabar el recorrido en la Catedral, que es monumental, gótica y cuajada de tesoros artísticos, siendo el Museo Catedralicio un ejemplo de sincretismo entre épocas y estilos. La colección de vírgenes navarras, excepcional.



El grupo en el puente sobre el Bidasoa, en Elizondo, ante el Hotel Trinkete.


El día 12 lo dedicamos a recorrer algunos pueblecitos baztaneses, como Irurita y Ziga, entrando aquí a la iglesia de San Lorenzo, monumental parroquia hecha con la piedra rosada de Arizcun, que tan bonitos resultados consigue en toda la arquitectura baztanesa. En esta mañana tomamos contacto con la riqueza arquitectural de las casonas de esta zona de la Alta Navarra: grandes balconadas, ventanas recercadas, y tejados a dos aguas. El trinquete, esencial siempre como juego comunal, en el centro del pueblo.

Seguimos al Señorío de Bertiz, donde visitamos con detalle el palacio, la capilla, y los jardines creados hace un siglo por los Ciga-Fernández. Están en el extremo meridional del gigantesco Parque Natural de Bértiz, un espacio de 2.000 hectáreas donde las hayas, los castaños y los alisos forman un bosque único. Aún tuvimos fuerza para recorrer (en el pequeño autobús de Ramos que nos llevó) el bosque de Orabidea, hasta llegar, en medio de la lluvia incesante, a la Borda Etxebertzeko, donde cominos unas alubias y unas truchas que no se nos quitarán de la memoria. El proyectado paseo por el bosque hasta el Infernuko Errota no pudo hacerse, por la lluvia que no paró un momento. Así se explica el verde intenso del paisaje, su gloria vegetal.



El río Bidasoa, al que aquí llaman Baztán, a su paso por Elizondo.



El día 13 fue destinado a conocer a fondo la villa de Elizondo, capital del valle. Guiados por Gervasio di Cesare, notable genealogista y hombre sabio de aquellos territorios, fuimos conociendo lugares, palacios de indianos y de los muchos hidalgos a los que los reyes castellanos concedieron privilegios por defender la frontera contra Francia. Elizondo es un lugar fantástico, con sus viejas calles soportaladas, pero también con sus barrios nuevos construidos con la pureza de lo autóctono. Es un modo de vida muy distinto al nuestro, calmado y pacífico, muy entroncado con la naturaleza. Allí tuvimos la suerte de estrenar el nuevo edificio hotelero del clásico Trinkete Antxitonea, con un gran frontón de pelota vasca a mano desnuda en el interior del edificio. Por la tarde, nuevo viaje en los alrededores, para visitar Maia/Amaiur, un pequeño pueblo que empieza en su molino, sigue por el arco de entrada y recorre en cuesta una calle central con grandes edificios tradicionales navarros a los lados. En lo alto, los restos de un castillo defensivo en cuyo lugar se ha puesto un monolito conmemorativo. Luego visitamos Erratzu, también denso de palacios y casonas, con el regato sonoro del Bidasoa recién nacido pasando entre las casas, tras bajar de las alturas fronterizas del Izpegui y el Xorroxin. El paso por Arizcun es meramente visual, pero nos da lugar a recordar a don Juan de Goyeneche, ministro que fue de Hacienda con Felipe V, que allí nació, y que en nuestra tierra alcarreña fundó el caserío del Nuevo Baztán y tantas otras iniciativas industriales por las alcarrias de Madrid y Guadalajara.




El grupo ante la Casa Grande de Ziga.


El día 14 jueves lo dedicamos a viajar más al norte aún, a la aldea de Zugarramurdi, tras cruzar el alto paso del Otsondo, y bajar al valle de Urdax que es ya, geográficamente, tierra francesa. Pero en este pueblo de la más alta Navarra podemos ver algo inesperado, y es un Museo dedicado a las Brujas (que supone un encuentro difícil y sanador con la esencia de nuestras creencias y la poderosa fuerza que la Naturaleza desarrolla sobre los humanos) complementado con la visita a las cuevas donde [dicen] en tiempos pasados se reunían las brujas y brujos y hacían sus aquelarres o fiestas de vuelo y ensoñaciones. Espectacular todo, y aún más la comida en la Casa de Graxiana, donde acompañado de buena sidra del país nos sirven un pato guisado que mereció un aplauso.



El grupo de Arquivolta en la escalinata de la iglesia de San Lorenzo en Ziga


Pasamos la tarde en territorio de Francia, en el país vasco-francés al que algunos llaman Iparralde. Allí visitamos Ainhoa, una calle que a ambos lados ofrece antiguas casonas vasconavarras con leyendas talladas, y una bonita iglesia con su cementerio en torno, en el que se ven muchas cruces de laiburu talladas en las tumbas. Después llegamos hasta Espelette / Ezpeleta, donde recorremos sus animadas calles y compramos pimientos dulces, la especialidad del lugar.

El viernes 15, en el regreso a casa, aún pudimos pasar por Artajona, en la Baja Navarra, donde subimos al Cerco, el gran espacio castillero medieval, en cuyo centro se alza, picuda, la iglesia de San Saturnino, ese francés tan santo y querido en toda Navarra. La iglesia nos sorprendió por su portada, su sistema de tejados invertidos para recoger la lluvia, y su buena restauración tras haber sufrido, en el siglo XIX, tantas agresiones por parte de carlistas e isabelinos, que la quemaron a modo. Hoy resplandece, restaurado, lo que quedó de su gran retablo gótico.

Tras ello, y siempre bajo la lluvia otoñal, llegamos a Olite, donde pudimos admirar con detalle el Palacio Real de la monarquía navarra, erigido por el gran Carlos III de Evréux, y que nos lo fue mostrando amable y detallista un guía de nombre Aintz que le puso el entusiasmo que corresponde a la explicación e un edificio que está rehecho por completo, levantado como castillo de hadas sobre las mínimas ruinas en que los avatares de esta violenta y destructiva España lo había dejado. Junto a él la colegiata de Santa María, esta sí espléndida, con su portalada gótica en la que incesantes aparecen las tallas, los santos, los reyes, los mitos y las policromías. Como Olite estaba en fiestas (ahora ya en toda navarra usan para ello la vestimenta pamplonica del traje blanco y los refajos rojos) nos fuimos a comer por Peralta, que tampoco es mal sitio. Y con ello acabamos este viaje, que tanto a la ida como a la venida, por Ágreda nos ofreció el siempre espectacular don de ver el Moncayo en gallardía.



Una galería del palacio real de Olite (Navarra)


22 de junio de 2023

Un largo paseo por Burdeos, junto al Garona

Antonio Herrera Casado  |  12 al 17 de junio 2023

Seis días han bastado para dar un vistazo con profundidad, conocerlos a modo, y ya sentir nostalgia de ellos, dos aspectos de la Francia sur: la ciudad de Burdeos y la región de la Gironda. Un espacio solemne el de la vieja ciudad romana junto al río, y un paisaje limpio y alegre en su torno.

Se llega desde Madrid, en la Iberia Regional (que considera “de los nuestros” a lugares del occidente francés como Burdeos y Nantes) en una hora justa. Y en el hotel Mercure Centre Ville del barrio de Meriadeck nos alojamos para desde allí planificar los avistamientos.


El primero es, por supuesto, el de la propia ciudad. Dicen que hoy Burdeos tiene 385.000 habitantes, pero “aparenta más”, como la gente de postín. Es porque le rodean muchas otras poblaciones que le entornan y suman gente y movimiento que llena el centro. Este es un espléndido lugar de grandes avenidas, fastuosas plazas y espectaculares edificios, todo ello planificado y construido en el siglo XVIII, cuando el rey Luis XVI gobernaba una Francia inmensa y poderosa, pero que tuvo que ser luego, entre 1950 y 1990 que el alcalde Jacques Chaban-Delmas la limpiara, la transformara en una joya urbana como la que es hoy: bien organizada, y limpia. Con un tranvía que llegó por decisión popular para evitar la construcción de un siempre complejo Metro que no ha sido necesario.


En la Plaza de la Bolsa de Burdeos: los espejos del agua.


El paseo a pie por la ciudad, que lleva un día entero con breve descanso tras la comida, nos lleva a admirar sus viejas calles, sus amplias avenidas (especialmente la peatonalizada Avenue de l’Intendance, donde aún recordamos a Goya, que en ella tuvo una casa, donde finalmente murió en 1828, y de quien ha quedado el recuerdo en un medallón que cubre el arco del portal) y sus edificios monumentales. Admiramos las puertas que formaban el acceso al burgo a través de su vieja muralla. Esta ha caido ya, pero las puertas (Caillou, Grosse Clocher, Dijoux, Borgoña, Victoria y otras varias, se mantienen y nos asombran. 


Todo en Burdeos es elegancia y curiosidad. En la plazuela de Camille Julian nos asomamos al viejo cinema “Utopía” y en la plaza vemos restos romanos que recuerdan la longevidad del burgo. También entramos a la catedral, una de las mejores de estilo gótico de Francia, y echamos un vistazo al anejo Hotel Rohan, que fue en su inicio barroco residencia del arzobispo bordelés. Hoy es Ayuntamiento solemne y protegido. También pasamos por el viejo entorno de Saint Michel, admirando su iglesia (parroquial, aunque también parece catedralicia, con su hermoso altar de San José, joya del plateresco francés) y al final admiramos la abadía de Santa Cruz, una iglesia románica en toda regla, con añadidos, pero que muestra el vigor de los peregrinos de Santiago desde la remota Edad Media. En la fachada, cuajada de arcos y esculturas de origen poitevino, nos fijamos especialmente en la arquivolta intermedia de su fachada románica, porque en ella aparecen bien tallados los doce meses del año, con sus tareas rurales, mezcladas con los signos del Zodiaco.


En la Puerta Caillou, en la muralla de Burdeos



En el gran Burdeos no dejamos de admirar la plaza de la Bolsa, y especialmente nos divertimos viendo cómo “el Espejo de Agua” da movimiento a los edificios, que en él se reflejan, echa vapor, deja que los niños se deslicen por él en patinetes y los adolescentes jueguen a ser artistas de cine por un momento. El grupo entero nos fotografiamos, y nos hacemos selfies, junto al espectáculo de este espejo acuático.


Más allá, paseamos la gran plaza de Quinconces, vemos las estatuas de los grandes bordeleses en sus bordes alzados (Montaigne, Montesquieu… falta todavía Mauriac) y evocamos la heroicidad de los girondinos, que murieron bajo el terror del Directorio por defender un sentido de libertad y democracia que finalmente es el que se ha afirmado en Francis. Las fuentes, la columna, los símbolos, las metáforas, una preciosidad de espacio monumental que nos deja asombrados.


En la Ciudad del Vino, de Burdeos



Nuestro guía es un empeñado alternativo que nos lleva a ver algunas cosas curiosas, imprescindibles para entender el Burdeos de hoy: primero vamos al Espacio Darwin, en la orilla derecha del Garona, y allí vemos pintadas a miles, de todo tipo, rodeando edificios que albergan pistas de skates, viviendas de refugiados y boticas de productos ecológicos. Un recuerdo del “No pasarán” de los exiliados españoles que fueron retenidos en ese lugar, el Cuartel Neil, donde tuvieron que construir los hangares para los submarinos de Hitler y Mussolini. Después de comer, en las Halles de Bacalan, frente a la moderna Ciudad del Vino, nos vamos a visitar el espacio alternativo del escultor Jean François Buisson, al que llaman “Les Vivres de l’Art” y en el que este bien señor acumula chatarras de todo tipo que luego domeña con voluntad y mucho tiempo en famosas estatuas. Todo ello rodeando un antiguo bunker de la Guerra Mundial, que ha transformado en cervecería. Como debe ser.


Por las tardes, hemos hecho un buen repaso de la hostelería bordelesa. Porque no hemos faltado a la cita del Meunier en la plaza de los Mártires de la Resistencia, junto a la vieja basílica de San Severino, ni a las birras de “Le Globe” en la esquina de la plaza Gambetta. Pero los mejores ratos los hemos pasado cenando en “O’Condillac” tomando sus famosos pokes, y en la Crepería de Angéle en la calle Bonnac, donde presumen de tener las crépes más grandes y sabrosas del sur de Francia.


En el castillo de la Roquetaillade, en los viñedos girondinos



El viaje por los campos de la Gironda, en pocos días, ha dado para mucho. Primeramente para visitar Libourne, con su urbanismo en forma de bastida clásica, una preciosa plaza mayor cuajada en ese momento por un variado mercadillo, y luego la puerta de Libourne que es un espléndido monumento medieval, sobre la desembocadura del río Lisle en el Dordoña.


Seguimos viaje hasta Saint Emilion, donde hoy lo que prima son las tiendas que venden vinos de su denominación de origen, pero nosotros aprovechamos para ver su contenido medieval, ambientado en un bien montado urbanismo evocador. La iglesia colegial de Saint Emilion nos sorprende, con su arquitectura, pinturas y claustro, pero aún más nos gusta la visita al complejo megalítico que viejos eremitas y hombres santos crearon allí en la Alta Edad Media. Vemos la capilla de la Trinidad, románica, y la Cueva, las Catacumbas y la catedral megalítica, todo junto, una infinidad de espacios tallados en la blanda roca del lugar, y que asombran especialmente con su grandeza, por esa catedral tallada bajo tierra es única en Europa, una sorpresa total.

Comemos en los Claustro de los Cordeliers, que es un viejo monasterio franciscano transformado en Centro Comercial y de Hostelería, una sorpresa a aplaudir, y luego acabamos la ronda del día visitando las bodegas del Chateaux de La Riviére, espectacular sitio en el que sorprenden su viejo castillo al estilo medieval, sus bodegas talladas en la roca a lo largo de kilómetros de galerías, y la cata final de sus sabrosos vinos de Fronsac.


En la duna de Pilat, junto a Arcachon



Otro periplo por la Gironda es el que hacemos para ver y trepar la gran duna de Pilat, de más de 100 metros de altura, que apenas si nos supone un leve esfuerzo, ya que unas escaleras permiten su ascensión a pesar de la arena. Vistas de ensueño, y sorpresa por el espectáculo de una Naturaleza generosa y potente. En Arcachon visitamos la Ville d`Hiver, donde los ricos burgueses franceses pusieron sus hermosas villas para pasar el verano, recordando el lugar donde estuvo el “Casino Moresque” del que hoy solo queda la caseta del guarda, y que nos da idea de la grandiosidad que tendría el edificio principal. Comemos en la calle del general Lattre Tassigny, en La Saison, y nos echamos al cuerpo unas cuantas ostras (con limón) como debe hacerse cuando se viene a Arcachon. La tarde la acabamos dando una vuelta, de dos horas, sobre un barquito por el Bassin d’Arcachon, viendo de lejos la Isla de los Pájaros, que apenas sobresale con sus arenales sobre el agua porque la marea está muy alta, y luego nos asombramos de ver cómo está montada la costa de la península de Cabo Ferret, con miles de lanchas y yates anclados frente a los verdes entornos donde surgen las casas de verano de los famosos.


En el Chateux de La Riviere, en Fronsac



El tercer periplo girondés lo hacemos al sur, visitando primero Saint Macaire, pueblo medieval en el que nos asombra su gran iglesia de San Salvador, de estilo románico gótico, presidiendo un pueblo muy bien conservado. De allí a visitar el castillo de la Roquetaillade, hoy propiedad privada que visitamos gracias a los buenos oficios de nuestro guía, y que nos permite ver la hermosura de un castillo medieval, aislado en medio de los viñedos y recuperado y reinventado por Violet Le Duc en el siglo XIX.


De allí a la episcopal Bazas, junto al riachuelo Beuve, donde tras la comida en el Gastronome, visitamos el pequeño museo municipal que han hecho en un gran edificio comercial de la plaza (una de las más bonitas y auténticas que hemos visitado) y luego la catedral, que fue sede episcopal en la Edad Media, y hoy muestra la grandiosidad del estilo gótico francés en todos sus detalles.


Acabamos la jornada visitando la Bodega de La Tour Blanche, en medio del viñedo bordelés, donde hacemos degustación y recordamos la figura de Daniel “Osiris” Iffla, un magnate de las finanzas y los ferrocarriles españoles, del siglo XIX, que además fue masón destacado, y donó esta bodega fabulosa al Estado francés, que ahora mantiene allí además una Escuela Superior Vitivinícola.


Y todo esto [Burdeos y la Gironda] a una hora de Madrid, y con el asombro de ver un país que va por delante en todo, pero sobre todo hermoso, luminoso y alegre.