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22 de junio de 2023

Un largo paseo por Burdeos, junto al Garona

Antonio Herrera Casado  |  12 al 17 de junio 2023

Seis días han bastado para dar un vistazo con profundidad, conocerlos a modo, y ya sentir nostalgia de ellos, dos aspectos de la Francia sur: la ciudad de Burdeos y la región de la Gironda. Un espacio solemne el de la vieja ciudad romana junto al río, y un paisaje limpio y alegre en su torno.

Se llega desde Madrid, en la Iberia Regional (que considera “de los nuestros” a lugares del occidente francés como Burdeos y Nantes) en una hora justa. Y en el hotel Mercure Centre Ville del barrio de Meriadeck nos alojamos para desde allí planificar los avistamientos.


El primero es, por supuesto, el de la propia ciudad. Dicen que hoy Burdeos tiene 385.000 habitantes, pero “aparenta más”, como la gente de postín. Es porque le rodean muchas otras poblaciones que le entornan y suman gente y movimiento que llena el centro. Este es un espléndido lugar de grandes avenidas, fastuosas plazas y espectaculares edificios, todo ello planificado y construido en el siglo XVIII, cuando el rey Luis XVI gobernaba una Francia inmensa y poderosa, pero que tuvo que ser luego, entre 1950 y 1990 que el alcalde Jacques Chaban-Delmas la limpiara, la transformara en una joya urbana como la que es hoy: bien organizada, y limpia. Con un tranvía que llegó por decisión popular para evitar la construcción de un siempre complejo Metro que no ha sido necesario.


En la Plaza de la Bolsa de Burdeos: los espejos del agua.


El paseo a pie por la ciudad, que lleva un día entero con breve descanso tras la comida, nos lleva a admirar sus viejas calles, sus amplias avenidas (especialmente la peatonalizada Avenue de l’Intendance, donde aún recordamos a Goya, que en ella tuvo una casa, donde finalmente murió en 1828, y de quien ha quedado el recuerdo en un medallón que cubre el arco del portal) y sus edificios monumentales. Admiramos las puertas que formaban el acceso al burgo a través de su vieja muralla. Esta ha caido ya, pero las puertas (Caillou, Grosse Clocher, Dijoux, Borgoña, Victoria y otras varias, se mantienen y nos asombran. 


Todo en Burdeos es elegancia y curiosidad. En la plazuela de Camille Julian nos asomamos al viejo cinema “Utopía” y en la plaza vemos restos romanos que recuerdan la longevidad del burgo. También entramos a la catedral, una de las mejores de estilo gótico de Francia, y echamos un vistazo al anejo Hotel Rohan, que fue en su inicio barroco residencia del arzobispo bordelés. Hoy es Ayuntamiento solemne y protegido. También pasamos por el viejo entorno de Saint Michel, admirando su iglesia (parroquial, aunque también parece catedralicia, con su hermoso altar de San José, joya del plateresco francés) y al final admiramos la abadía de Santa Cruz, una iglesia románica en toda regla, con añadidos, pero que muestra el vigor de los peregrinos de Santiago desde la remota Edad Media. En la fachada, cuajada de arcos y esculturas de origen poitevino, nos fijamos especialmente en la arquivolta intermedia de su fachada románica, porque en ella aparecen bien tallados los doce meses del año, con sus tareas rurales, mezcladas con los signos del Zodiaco.


En la Puerta Caillou, en la muralla de Burdeos



En el gran Burdeos no dejamos de admirar la plaza de la Bolsa, y especialmente nos divertimos viendo cómo “el Espejo de Agua” da movimiento a los edificios, que en él se reflejan, echa vapor, deja que los niños se deslicen por él en patinetes y los adolescentes jueguen a ser artistas de cine por un momento. El grupo entero nos fotografiamos, y nos hacemos selfies, junto al espectáculo de este espejo acuático.


Más allá, paseamos la gran plaza de Quinconces, vemos las estatuas de los grandes bordeleses en sus bordes alzados (Montaigne, Montesquieu… falta todavía Mauriac) y evocamos la heroicidad de los girondinos, que murieron bajo el terror del Directorio por defender un sentido de libertad y democracia que finalmente es el que se ha afirmado en Francis. Las fuentes, la columna, los símbolos, las metáforas, una preciosidad de espacio monumental que nos deja asombrados.


En la Ciudad del Vino, de Burdeos



Nuestro guía es un empeñado alternativo que nos lleva a ver algunas cosas curiosas, imprescindibles para entender el Burdeos de hoy: primero vamos al Espacio Darwin, en la orilla derecha del Garona, y allí vemos pintadas a miles, de todo tipo, rodeando edificios que albergan pistas de skates, viviendas de refugiados y boticas de productos ecológicos. Un recuerdo del “No pasarán” de los exiliados españoles que fueron retenidos en ese lugar, el Cuartel Neil, donde tuvieron que construir los hangares para los submarinos de Hitler y Mussolini. Después de comer, en las Halles de Bacalan, frente a la moderna Ciudad del Vino, nos vamos a visitar el espacio alternativo del escultor Jean François Buisson, al que llaman “Les Vivres de l’Art” y en el que este bien señor acumula chatarras de todo tipo que luego domeña con voluntad y mucho tiempo en famosas estatuas. Todo ello rodeando un antiguo bunker de la Guerra Mundial, que ha transformado en cervecería. Como debe ser.


Por las tardes, hemos hecho un buen repaso de la hostelería bordelesa. Porque no hemos faltado a la cita del Meunier en la plaza de los Mártires de la Resistencia, junto a la vieja basílica de San Severino, ni a las birras de “Le Globe” en la esquina de la plaza Gambetta. Pero los mejores ratos los hemos pasado cenando en “O’Condillac” tomando sus famosos pokes, y en la Crepería de Angéle en la calle Bonnac, donde presumen de tener las crépes más grandes y sabrosas del sur de Francia.


En el castillo de la Roquetaillade, en los viñedos girondinos



El viaje por los campos de la Gironda, en pocos días, ha dado para mucho. Primeramente para visitar Libourne, con su urbanismo en forma de bastida clásica, una preciosa plaza mayor cuajada en ese momento por un variado mercadillo, y luego la puerta de Libourne que es un espléndido monumento medieval, sobre la desembocadura del río Lisle en el Dordoña.


Seguimos viaje hasta Saint Emilion, donde hoy lo que prima son las tiendas que venden vinos de su denominación de origen, pero nosotros aprovechamos para ver su contenido medieval, ambientado en un bien montado urbanismo evocador. La iglesia colegial de Saint Emilion nos sorprende, con su arquitectura, pinturas y claustro, pero aún más nos gusta la visita al complejo megalítico que viejos eremitas y hombres santos crearon allí en la Alta Edad Media. Vemos la capilla de la Trinidad, románica, y la Cueva, las Catacumbas y la catedral megalítica, todo junto, una infinidad de espacios tallados en la blanda roca del lugar, y que asombran especialmente con su grandeza, por esa catedral tallada bajo tierra es única en Europa, una sorpresa total.

Comemos en los Claustro de los Cordeliers, que es un viejo monasterio franciscano transformado en Centro Comercial y de Hostelería, una sorpresa a aplaudir, y luego acabamos la ronda del día visitando las bodegas del Chateaux de La Riviére, espectacular sitio en el que sorprenden su viejo castillo al estilo medieval, sus bodegas talladas en la roca a lo largo de kilómetros de galerías, y la cata final de sus sabrosos vinos de Fronsac.


En la duna de Pilat, junto a Arcachon



Otro periplo por la Gironda es el que hacemos para ver y trepar la gran duna de Pilat, de más de 100 metros de altura, que apenas si nos supone un leve esfuerzo, ya que unas escaleras permiten su ascensión a pesar de la arena. Vistas de ensueño, y sorpresa por el espectáculo de una Naturaleza generosa y potente. En Arcachon visitamos la Ville d`Hiver, donde los ricos burgueses franceses pusieron sus hermosas villas para pasar el verano, recordando el lugar donde estuvo el “Casino Moresque” del que hoy solo queda la caseta del guarda, y que nos da idea de la grandiosidad que tendría el edificio principal. Comemos en la calle del general Lattre Tassigny, en La Saison, y nos echamos al cuerpo unas cuantas ostras (con limón) como debe hacerse cuando se viene a Arcachon. La tarde la acabamos dando una vuelta, de dos horas, sobre un barquito por el Bassin d’Arcachon, viendo de lejos la Isla de los Pájaros, que apenas sobresale con sus arenales sobre el agua porque la marea está muy alta, y luego nos asombramos de ver cómo está montada la costa de la península de Cabo Ferret, con miles de lanchas y yates anclados frente a los verdes entornos donde surgen las casas de verano de los famosos.


En el Chateux de La Riviere, en Fronsac



El tercer periplo girondés lo hacemos al sur, visitando primero Saint Macaire, pueblo medieval en el que nos asombra su gran iglesia de San Salvador, de estilo románico gótico, presidiendo un pueblo muy bien conservado. De allí a visitar el castillo de la Roquetaillade, hoy propiedad privada que visitamos gracias a los buenos oficios de nuestro guía, y que nos permite ver la hermosura de un castillo medieval, aislado en medio de los viñedos y recuperado y reinventado por Violet Le Duc en el siglo XIX.


De allí a la episcopal Bazas, junto al riachuelo Beuve, donde tras la comida en el Gastronome, visitamos el pequeño museo municipal que han hecho en un gran edificio comercial de la plaza (una de las más bonitas y auténticas que hemos visitado) y luego la catedral, que fue sede episcopal en la Edad Media, y hoy muestra la grandiosidad del estilo gótico francés en todos sus detalles.


Acabamos la jornada visitando la Bodega de La Tour Blanche, en medio del viñedo bordelés, donde hacemos degustación y recordamos la figura de Daniel “Osiris” Iffla, un magnate de las finanzas y los ferrocarriles españoles, del siglo XIX, que además fue masón destacado, y donó esta bodega fabulosa al Estado francés, que ahora mantiene allí además una Escuela Superior Vitivinícola.


Y todo esto [Burdeos y la Gironda] a una hora de Madrid, y con el asombro de ver un país que va por delante en todo, pero sobre todo hermoso, luminoso y alegre.