5 de abril de 2025

Viaje al Matarraña

Antonio Herrera Casado  |  1 Abril 2025

 

Tres días por el extremo oriental de Aragón dan para mucho, recorriendo pueblos y paisajes del Bajo Aragón, y recorriendo la comarca (valle del río Matarraña, que recién nacido en las sierras ibéricas que nos rodean, va a dar al Ebro con destino al Mediterráneo). El 31 de mayo, bien de mañana, el grupo Arquivoltaal completo se dirigió parando antes en Molina, hasta Alcañiz, donde después de comer iniciamos la visita de esta ilustre villa que fue de la Orden de Calatrava, y de la que quedan huellas monumentales que admiramos una tras otra. Así, en la plaza mayor, nos maravilla ver su gran Ayuntamiento y lonja, más la excolegiata que luce sus atributos de enorme iglesia barroca reconstruida tras la Guerra Civil. Además podemos subir al castillo (hoy Parador Nacional) y allí visitar la antigua iglesia románica, con capiteles de pura línea medieval, claustro con lápidas y pinturas, y un ambiente recoleto. Desde lo alto del castillo se extienda la vista al pueblo y los campos del entorno, que son los del valle del Guadalope, cuajados de frutales. Disfrutamos además de una visita muy especial: la de los pasadizos y nevera que se extienden, tallados en la roca, bajo el Ayuntamiento y varias manzanas de casas.






El martes 1 de abril nuestros pasos van dirigidos a los pueblos más significativos del Matarraña. Por este orden de visita, son Peñarroya de Tastavins, donde además de su arquitectura popular serrana, nos salen al paso una serie de sorpresas en el cercano Santuario de Nuestra Señora de la Fuente, que en realidad con dos: el viejo y el nuevo, con sendos templos. El más antiguo es gótico, con portada espectacular y un interior de susto, en el que se admira un potente artesonado de maderas policromadas en estilo mudéjar, cuajado de lacerías y escudos. Además de un museillo dedicado al jamón, que por esas zonas de Teruel es exquisito y de larga trayectoria. Nos hacemos algunas fotos, todo el grupo, en las empinadas callejuelas peñarroyenses.


Artesonado mudejar del Santuario de Nuestra Señora de la Fuente






Después visitamos el caserío de Fuentespalda, de gran plazal noble, y un cementerio en el que se han conservado varias docenas de estelas discoideas con símbolos de nobleza tallados en sus piedras blancas. Además, la sorpresa final es subir al torreón que domina el pueblo y los contornos, un centro que es además interpretativo de la arquitectura fortificada de la comarca.

Tras la comida, la tarde la dedicamos a visitar Calaceite, donde nuestro guía Luis nos va explicando el origen del pueblo y su desarrollo en forma de gran urbe clásica cuajada de palacios y ermitas urbanas, señalando cómo ha sido durante años un lugar de encuentro de escritores (lo empezó el chileno Donoso, lo siguió el peruano Vargas y lo remató el colombiano García Márquez) y llegamos, en lo alto de la cuestuda villa, al rincón de los escritores y al monumento a Donoso. Todo en Calaceite exhala señorío, dignidad, elegancia y respeto: limpia y silenciosa queda la villa. Luego, cerca, en Cretas, paramos, por comprar dulces de calabaza, pero aprovechamos a recorrer su plaza grande con pairón gigantesco, mirar las viejas cárceles concejiles, y callejear sus nobles viales.






El miércoles 2 de abril nos toca subir a La Fresneda, que nos recibe con un solemne aguacero, a pesar del cual admiramos su calle mayor y la Calle del Comendador, deambulando un buen rato por los soportales de su céntrico caserío, en el que destaca el Ayuntamiento presidiendo la plaza triangular. ¡Qué hermoso nos parece todo, tan de piedra, tan noble y severo! Nos paramos un rato ante una hornacina que sobre el muro de una casa honra a Santa Apolonia, virgen taumatúrgica que siempre anda con una tenaza en la mano, por si hay que quitarle a alguien un dolor de muelas. Nos encanta La Fresneda, aunque no la podemos disfrutar del todo, porque sigue lloviendo. Es lo que tienen las primaveras serias y cumplidoras: que llueve sin parar, todos los días.






Después el guía y el autobusero nos lleva a Valderrobres, y allí andamos –y sumos calles y escaleras­– a placer, porque todo es cuesta. Un puente medieval, hasta con chepa, que nos deja cruzar el Matarraña. Un gran torreón de entrada, un ayuntamiento renacentista, y una serie de calles, plazas y monumentos que rematan en la iglesia gótica y el castillo de los Fernández de Heredia en lo más alto. Aún me asoma a ver el Vía Crucis, tan levantino, que se abre frente a la fortaleza, donde nos deja preocupados ese triángulo repetido de la ventana del obispo ¿Qué nos quiso decir, que vería él, entre tanto triángulo tallado en ese muro? En Valderrobres todo es nobleza también, limpieza, hispanidad por los cuatro costados. Además, lo vemos como un ejemplo de cuidado y respeto por el patrimonio. Estas señales alientan a seguir creyendo en este pueblo (los españoles) que tantas cosas grandes hicieron y ahora, en lugares como este, saben guardar y mostrar a los viajeros que, como nosotros, se aventuran por estas breñas aragoneses.

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