Ha sido una sorpresa descubrir Tortosa, porque esta gran ciudad en las orillas del Ebro manifiesta en su conjunto, y en sus detalles, el desarrollo auténtico de un país. Fue singular, por su emplazamiento, bastión defensivo y estratégico desde tiempos de los romanos, y más especialmente en la Edad Media cristiana. Tuvo la mala suerte que en la última gran batalla de la Guerra Civil de 1936-39 le tocara sufrir los embates de la artillería y la aviación, resultando muy dañadas sus estructuras. Pero en la Paz ha resurgido, y hoy constituye una gran ciudad próspera, y moderna, en la comarca del Bajo Ebro. La hemos recorrido junto a Clara, una guía de la empresa Conficon que durante 3 horas nos ha explicado su historia y mostrado su patrimonio.
Y así hemos podido ver, en primer lugar, el angosto callejear de la ciudad medieval, con grandes palacios, restos de fuentes, portalones y espacios. Después nos hemos dirigido a la catedral, muy singular y diferente a otras, porque ha ido creciendo a lo largo de los siglos.
Empezamos por conocer sus catacumbas, sótanos y oscuras/profundas dependencias que durante la Guerra sirvieron además como Refugio Antiaéreo. Después el Museo catedralicio, en el que aparecen cosas sorprendentes, mucha plata, tallas románicas, y un coro barroco de madera talladas. Después el claustro, singular, lleno de relojes de sol (conté al menos cuatro) que permitía a los canónigos saber la hora, estuvieran en la panda que estuvieran.
En el interior, de tres amplias naves y enorme cabecera con deambulatorio, destaca el retablo mayor, del siglo XIV, con tallas exquisitas y un panel en el que los Tres Rayes Magos representan las tres Edades del Hombre. Son espectaculares los dos predicatorios, y las claves de las bóvedas, con imágenes policromadas, de piedra, gigantescas. La capilla dedicada a la Virgen de la cinta (patrona de la ciudad) es de un arrebatado barroquismo, una iglesia por sí misma, y en las naves se ven algunos retablos y capillas con muchos escudos, y lápidas funerarias. La guía no sabe decirnos nada sobre un famoso obispo (alcarreño, de Budia) que en el siglo XIX regentó la diócesis de Tortosa. Era don Víctor Damián Sáez, que fue confesor y primer ministro de Fernando VII, y que mandó construir la Capilla del Rosario, que visito atento, y en el suelo (donde teóricamente estaría enterrado don Damián) solo aparece una burda talla de un escudo de hidalgo con emplumada celada.
De la catedral sorprende, finalmente, la fachada, de estilo neoclásico, y sin acabar (le falta el remate central y las torres) que no se piensa terminar de construir por lo que pesaría todo, y sin duda haría fallar el terreno que la sustenta, en la orilla del río. De lo que hay, muy solemne y aparatoso, se sabe que pesa 7.000 toneladas, que ya está bien. Al menos, y recientemente, se ha conseguido despejar el frontal del templo, y hoy puede admirarse en su conjunto.
Después paseamos por un conjunto urbano en el que destacan algunas construcciones modernistas de principios del XX. Entre ellas la Casa Grego, ahora vacía, pero muy catalana en su estilo art nouveau.
Luego llegamos a los Reales Colegios, un conjunto de edificios que modelaron el ser de Tortosa en el siglo XVI. Fueron erigidos por los Dominicos, con el objetivo de cristianizar y dar enseñanza a la abundante población morisca de la ciudad. Se trataba –según la guía– de lavarles el cerebro, metiéndoles en sus molleras el cristianismo al que no querían acceder desde su fe mahometana, en la que se encontraban más cómodos. El caso es que los dominicos construyeron tres grandes edificios. Uno de ellos la iglesia de Santo Domingo (1585), con fachada manierista y hoy ocupada por un pequeño museo de trajes y recuerdos de la ciudad. Es donde se paga (un euro, solamente) por la visita en detalle del conjunto de edificios, en el que se incluye (este es imprescindible de visitar, aunque haya que subir un escalerón para acceder a él) el Colegio de San Jaime y San Matías, cuyo patio se califica (sin duda alguna) como lo mejor del Renacimiento en Cataluña.
Se trata de un patio cuadrangular, en cuyas claves de arcos aparecen moriscos (en la serie baja) y santos católicos (en la serie alta). La baranda o pretil del piso superior está ocupada con grandes lápidas en que se representan tallados, y con sus respectivas parejas, los reyes de Aragón, desde Ramón Berenguer IV (y Petronila) hasta Felipe III de Austria, incluyendo, entre otros, a Jaime I con Violante de Hungría, al emperador Carlos con Isabel de Portugal, y a Felipe II con una de sus cuatro esposas.
Espectacular y emocionante este patio, por su efecto estético, y por su significado. Fue construido el colegio por el arquitecto francés Antonio Lidon, y talladas las esculturas por el castellano Francisco de Montehermoso.
La jornada la acabamos comiendo de brasa en el Forn de la Canonja, un espacio que fueron antiguas cocinas de la catedral, incluido en su conjunto, y que nos depara el descanso merecido de tres horas andando y mirando. El café, finalmente, nos lo tomamos en un salón del Parador Nacional de Tortosa, reconstruido hoy sobre lo que fue castillo/palacio de la Zuda (de moros y cristianos) y que enseñorea la ciudad desde un valiente promontorio rocoso, verdadero baluarte y razón de ser del enclave sobre el río Ebro, que entre huertas y alamedas corre majestuoso cercano ya a su desembocadura en el Delta del Ebro. Visita, la de Tortosa, imprescindible para quien quiera conocer (a fondo, y con razones) la historia y el ser de España.
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