Monasterio de San Millán de Yuso |
Aunque
vamos Camino de Santiago, y en Santo Domingo de la Calzada hemos cumplido el
rito de pasear su larga calle empedrada de veneras, y en el interior de la
catedral, a la salida de misa, saludar a la pareja de gallinas que cacarean sin
rubor encima del sepulcro del santo constructor de puentes y caminos, dedicamos
el resto del día a “subir” hasta San Millán, y allí visitar sus monasterios,
ambos Patrimonio Cultural de la Humanidad desde 1997.
En el
camino, poco después de salir de Santo Domingo, y a través de un valle verde y
ancho, alcanzamos la localidad riojana de Ezcaray, en el extremo más occidental
de esta Región. Su nombre es netamente euskera, allí le dicen Aitz-Garai, que
significa “Peña Alta”, porque el ámbito lo marca “la picota de San Torcuato”
que está, pina y altiva, sobre el pueblo.
Calle soportalada en Ezcaray |
Seguimos
viaje sierra adentro. En la alturas de los montes aún brilla la nieve (en su
entorno está la estación de Valdezcaray, centro acreditado de ski). Y enseguida
llegamos a San Millán de la Cogolla, una meta cultural y turística al tiempo.
Aquí, en el corazón del idioma castellano, hay dos monasterios. Uno muy
antiguo, de origen visigótico, al que llaman “San Millán de Suso”
y otro más moderno, aunque también venerable y hermoso, con un Hotel en su
interior, además del canto gregoriano de sus monjes benedictinos, y al que se
conoce como “San Millán de Yuso”.
La visita a
la casa de arriba, al Suso, es rápida, porque está en obras: es un edificio que
empezó a construir el propio San Millán, un monje pobre, eremita y santo, que
vivió en el siglo quinto de nuestra era, y de quien escribió una biografía, en
verso, otro monje en el pueblo de al lado: la “Historia
del Señor San Millán” la firmó Gonzalo de
Berceo y pasa por ser uno de los más antiguos documentos literarios de nuestro
idioma. Muy devoto del santo fue el conde Fernán González, quien en la batalla
de Simancas, en 923, se vio ayudado para vencer por la mágica aparición de San
Millán montado a caballo dando sablazos a todo el que pillaba. Desde entonces,
San Millán fue declarado patrón de Castilla. En el monasterio destaca su
aspecto mozárabe, la iglesita pequeña y acogedora, y el claustro en el que se
dice están enterrados los siete Infantes de Lara.
Bajamos al
monasterio de Yuso, de amplias naves y edificio grandioso que preside el valle
verdeante y siempre húmedo. Este conjunto, aún poblado por monjes benedictinos,
empezó a levantarse en el siglo XI, cuando aquel lugar ya era meta de
peregrinación de muchas gentes. Su prosperidad le llevó a nuevas
reedificaciones y ampliaciones en los siglos XVI y XVIII. Hoy una parte de este
monasterio alberga las instalaciones de la “Hostería
del Monasterio de San Millán”, elegante recinto donde, al amanecer, desde
sus habitaciones se escucha el silencio y se ven las nubes bajar desde los
cercanos montes empapados.
San Lucas, talla en madera sobre el púlpito de la iglesia de San Millán de Yuso |
Dedicamos
la tarde a la visita de este monasterio, y guiados por un simpático y chistoso
fraile de orondas formas, admiramos la fachada en la que una estatua barroca
nos muestra a San Millán caballero justiciero dando golpes con su mandoble de
acero. En el interior destaca la iglesia, un tanto fría y desangelada, con un
retablo mayor medieval, un coro amplio y un estupendo púlpito plateresco en el
que se ven tallados los evangelistas, y a los que hice algunas fotografías como
la que se ve junto a estas líneas.
Pasamos
luego a ver otros ámbitos más curiosos del Monasterio. Por ejemplo, la
sacristía, en la que se muestran obras de arte tan preciosas como las arquetas
de San Felices y la
de San Millán, ambas del siglo XI, y
esta última formada por plaquetas finamente talladas de marfil, oro y piedras
preciosas, narrando como en un comic la vida y milagros del santo patrón
castellano.
Nos lleva
luego el fraile a ver la biblioteca, y en ella los más de 300 documentos
medievales, de entre los que destacan las “Glosas
Emilianenses”, también del XI, escritas en latín, pero en las que un monje
fue anotando comentarios y frases en castellano y euskera, creando así el
primer documento en nuestro idioma romance actual. Eso supone que hace ya MIL
años que se habla el castellano por estas tierras. Vemos también el Salón de
Reyes, algún claustro, y acabamos el día durmiendo en una amplia habitación de
la Hostería, recomendable por ser un lugar tranquilo, en un entorno natural y
artístico perfecto, y en la justa lejanía del acelerado mundo como para reponer
fuerzas y cargar pilas.
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