28 de diciembre de 2011

San Millán de la Cogolla, cuna del castellano


Monasterio de San Millán de Yuso

Antonio Herrera Casado / 27 Mayo 2000
Aunque vamos Camino de Santiago, y en Santo Domingo de la Calzada hemos cumplido el rito de pasear su larga calle empedrada de veneras, y en el interior de la catedral, a la salida de misa, saludar a la pareja de gallinas que cacarean sin rubor encima del sepulcro del santo constructor de puentes y caminos, dedicamos el resto del día a “subir” hasta San Millán, y allí visitar sus monasterios, ambos Patrimonio Cultural de la Humanidad desde 1997.
En el camino, poco después de salir de Santo Domingo, y a través de un valle verde y ancho, alcanzamos la localidad riojana de Ezcaray, en el extremo más occidental de esta Región. Su nombre es netamente euskera, allí le dicen Aitz-Garai, que significa “Peña Alta”, porque el ámbito lo marca “la picota de San Torcuato” que está, pina y altiva, sobre el pueblo.
Nada más llegar, nos vamos al Echaurren, uno de los mejores restaurantes de España, que en estos momentos está en posesión de una estrella Michelin. Nos atiende todavía Marisa Sánchez, la cocinera de siempre, que heredó recetas y habilidades de sus ancestros, fundadores de la casa (como fonda y posta) a finales del siglo XIX. Ayudada de sus hijos, los Paniego, es capaz de crear una cocina tradicional y refinada (hemos pedido y dado cuenta de sendos platos de menestra de verduras y un guiso de caparrones que nos elevan al cielo) que al parecer es aplaudida por muchos, porque el restaurante está a rebosar. Después, un paseo a pie por Ezcaray nos deja ver su estructura urbana netamente medieval, con calles soportaladas, casonas antiguas de estirpe norteña y destacando vemos el palacio del Angel, de mediados el siglo XVII, en cuya fachada se puede ver un enorme escudo barroco con profusión de cuarteles.
Calle soportalada en Ezcaray
Seguimos viaje sierra adentro. En la alturas de los montes aún brilla la nieve (en su entorno está la estación de Valdezcaray, centro acreditado de ski). Y enseguida llegamos a San Millán de la Cogolla, una meta cultural y turística al tiempo. Aquí, en el corazón del idioma castellano, hay dos monasterios. Uno muy antiguo, de origen visigótico, al que llaman “San Millán de Suso” y otro más moderno, aunque también venerable y hermoso, con un Hotel en su interior, además del canto gregoriano de sus monjes benedictinos, y al que se conoce como “San  Millán de Yuso”.
La visita a la casa de arriba, al Suso, es rápida, porque está en obras: es un edificio que empezó a construir el propio San Millán, un monje pobre, eremita y santo, que vivió en el siglo quinto de nuestra era, y de quien escribió una biografía, en verso, otro monje en el pueblo de al lado: la “Historia del Señor San  Millán” la firmó Gonzalo de Berceo y pasa por ser uno de los más antiguos documentos literarios de nuestro idioma. Muy devoto del santo fue el conde Fernán González, quien en la batalla de Simancas, en 923, se vio ayudado para vencer por la mágica aparición de San Millán montado a caballo dando sablazos a todo el que pillaba. Desde entonces, San Millán fue declarado patrón de Castilla. En el monasterio destaca su aspecto mozárabe, la iglesita pequeña y acogedora, y el claustro en el que se dice están enterrados los siete Infantes de Lara.
Bajamos al monasterio de Yuso, de amplias naves y edificio grandioso que preside el valle verdeante y siempre húmedo. Este conjunto, aún poblado por monjes benedictinos, empezó a levantarse en el siglo XI, cuando aquel lugar ya era meta de peregrinación de muchas gentes. Su prosperidad le llevó a nuevas reedificaciones y ampliaciones en los siglos XVI y XVIII. Hoy una parte de este monasterio alberga las instalaciones de la “Hostería del Monasterio de San Millán”, elegante recinto donde, al amanecer, desde sus habitaciones se escucha el silencio y se ven las nubes bajar desde los cercanos montes empapados.
San Lucas, talla en madera sobre
el púlpito de la iglesia de San Millán de Yuso
Dedicamos la tarde a la visita de este monasterio, y guiados por un simpático y chistoso fraile de orondas formas, admiramos la fachada en la que una estatua barroca nos muestra a San Millán caballero justiciero dando golpes con su mandoble de acero. En el interior destaca la iglesia, un tanto fría y desangelada, con un retablo mayor medieval, un coro amplio y un estupendo púlpito plateresco en el que se ven tallados los evangelistas, y a los que hice algunas fotografías como la que se ve junto a estas líneas.
Pasamos luego a ver otros ámbitos más curiosos del Monasterio. Por ejemplo, la sacristía, en la que se muestran obras de arte tan preciosas como las arquetas de San Felices y la de San  Millán, ambas del siglo XI, y esta última formada por plaquetas finamente talladas de marfil, oro y piedras preciosas, narrando como en un comic la vida y milagros del santo patrón castellano.
Nos lleva luego el fraile a ver la biblioteca, y en ella los más de 300 documentos medievales, de entre los que destacan las “Glosas Emilianenses”, también del XI, escritas en latín, pero en las que un monje fue anotando comentarios y frases en castellano y euskera, creando así el primer documento en nuestro idioma romance actual. Eso supone que hace ya MIL años que se habla el castellano por estas tierras. Vemos también el Salón de Reyes, algún claustro, y acabamos el día durmiendo en una amplia habitación de la Hostería, recomendable por ser un lugar tranquilo, en un entorno natural y artístico perfecto, y en la justa lejanía del acelerado mundo como para reponer fuerzas y cargar pilas.

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