3 de enero de 2012

Encuentro con San Zoilo en Carrión de los Condes

El claustro del monasterio de San Zoilo,
en Carrión de los Condes
Antonio Herrera Casado / 5 Junio 1999 Tiene el Camino de Santiago muchos apostaderos útiles: unos devocionales, otros milagreros, muchos paradigmáticos del arte, y unos pocos –lástima, muy pocos- santuarios del yantar más suculento. Los viajeros, que andan a pie el Camino de Santiago en una primavera cálida y tranquila, tras haber sobrepasado Frómista y Villalcázar, y con la mirada puesta ya en Sahagún, se detienen pasado el mediodía, -y tras cruzar entera la villa de Carrión de los Condes, su calle mayor sembrada de veneras, y sus siluetas románicas miradas con lupa-, a procurarse una breve refacción en alguna venta que les han dicho hay cruzado el puente, junto a un viejo monasterio. 
Un viejo monasterio de monjes benitos al que varias veces llegó este viajero, y en él siempre encontró paz y asombro al ver su claustro cuajado de mensajes, de personajes antiguos, de escenas y cartelas misteriosas. Un lugar donde dicen que San Zoilo, un eremita de la vieja escuela, quedó por siempre a orar, entre bosquedas y rumores acuáticos, y de su fama nació el árbol de esta casa grande, medieval y renacentista, adaptada en cada siglo a lo que se lleva. En esta vigésima centuria el monasterio ha quedado vacío de cantos, pero en su costado norte, durante decenios derruido, ha nacido un espacio que supone una sorpresa umbrosa para el peregrino. Es el hotel “Real Monasterio de San Zoilo”, y en su planta primera, colgado como entre tablas de un viejo granero, el Restaurante “Las Vigas” donde los viajeros se disponen a reponer fuerzas.
Todo es madera en el Restaurante "Las Vigas"
de Carrión de los Condes.

Con un ámbito en el que la madera huele, de tan abundante, en el que la madera suena al pisar sobre ella, en el que la madera vigila directamente sobre sus cabezas, las ganas de comer se estimulan. Y tras leer la carta que amablemente nos enseñan (grandes tarjetones que imitan pergaminos antiguos) los viajeros se deciden por tomar una menestra de verduras hechas con mucha sal a la parrilla, y un lomo de bacalao confitado a los sabores dulce y amargo, terminando con unos helados de ajo y yerbas que sorprenden. 
Después de la comida avanzamos por las galerías interiores del edificio a visitar el viejo monasterio. Desde el siglo X existe, y lo fundó según parece, don Gómez Díaz, conde de Carrión, uno de los señores feudales de aquella Castilla naciente, que pidió le trajeran, como reliquia capaz de crear una parroquia de entusiastas, a los restos óseos (otra cosa no quedaba) de un mártir cordobés del siglo IV, llamado Zoilo. Con gran pompa se trajeron las canillas y trozos de costilla (al parecer había también parte del maxilar superior y restos informes de la base del cráneo, posiblemente el cuerpo del esfenoides y las apófisis pterigoides ya bastante machacadas), se supone que todo de la misma persona, y allí en el breve templo depositadas el rey Alfonso VI, bien aconsejado de sus feudales caballeros, mandó poner entre sus muros una comunidad de monjes benitos de la reforma cluniacense. De hábito negro y canto gregoriano, a la vera del Camino de Santiago, tenían el porvenir asegurado, máxime desde que recibieron de Roma la dispensa de que en aquel lugar, en sus anejas dependencias, los peregrinos podían comer y beber vino sin tasa. Cuando se extendió la noticia, y se vió cierta, los descansos de los ruteros se hacían largos y felices en San Zoilo de Carrión. De ahí, sin duda, le viene la tradición al actual hotel y anejo restaurante. 
En sus dependencias llegaron a casar Fernando III (luego Santo, una vez muerto) con Beatriz de Suabia, que era nieta de Isaac II, emperador de Constantinopla. Solo con saber esta noticia, a los viajeros se les pone la carne de gallina, al pasear por los costados del claustro y penetrar a la iglesia. Aunque comprobando que de la época medieval no queda prácticamente nada. Solamente la entrada al templo desde el claustro, recientemente descubierta, es de estilo románico, y bueno. Pero lo demás, tanto el templo, su retablo, y sobre todo el claustro, es de mediado el XVI, cuando la comunidad de benitos se reforzó y atesoró dineros para encargar a Juan de Badajoz el Viejo la construcción de ese ámbito precioso, equilibrado, emanante de una piedad recargada y filosófica.. 
Desde el siglo XV, el monasterio de San Zoilo estuvo presidido por un abad de mitra y báculo (que era el no va más en cuanto a preeminencias) y fue sobreviviendo con los censos que prestaba a los paisanos hasta que en 1835 el ministro liberal Mendizábal acabó con su gloria y su “ora et (ejem) labora” y los exclaustró. Se quedaron los jesuitas con el edificio, en el que pusieron colegio pero en 1890 trasladaron su seminario a Gijón, quedando abandonado, y cedido finalmente a la diócesis de Palencia en 1960, instalando allí un Seminario menor que, dadas las condiciones del edificio, le quitaban a cualquiera las ganas de estudiar para sacerdote. Finalmente, en 1992, vacío y arruinado, el obispo palentino lo dio en alquiler a una empresa que montó, con perspicacia, este lujoso hotel y este espectacular restaurante, que, ahora sí, ha hecho sobrevivir con general aplauso lo que durante siglos fue habitáculo de monjes. 
San Mateo en una ménsula
del Claustro de San Zoilo
 Los viajeros admiran un buen rato, a la que van pisando por sus anchas baldosas pétreas, las cuatro pandas del claustro de San Zoilo. Empezó a construirse y decorarse en 1537 y no se acabó hasta 1604. Eso da idea de los complejo y profuso de su estructura y ornamentación. Aparecen en las claves de las bóvedas de cada tramo efigies magníficas de reyes, de santos, de jerarcas, de profetas, de jueces y reyes, de sibilas y mártires. Con dos pisos, el inferior se articula con cinco arcos apuntados entre gruesos contrafuertes prismáticos, mientras que el superior se sujeta por arcos semicirculares. Hace años, el viajero llegó aquí un frío amanecer de otoño, y se puso con fruición a tomar nota, metódicamente, bóveda por bóveda, de las efigies y letreros que en sus claves se amontonan. Cuando llevaba tres horas en la tarea, las manos ateridas, dio carpetazo y dejó para mejor momento aquella investigación iconográfica. Que se quedó dormida (de vez en cuando se encuentra la carpeta llena de notas y apuntes que tomó entonces) para siempre. En Carrión, -que es ciudad, no lo olvidemos-, por donde desde hace más de diez siglos pasan los peregrinos jacobeos rumbo a Santiago, los viajeros deambularon antes mirando, de una parte, la casa donde nació el marqués de Santillana, ese Iñigo López de Mendoza al que han puesto estatua delante del Teatro Sarabia, y asombrándose de la portada floreciente de la iglesia de Santiago, con sus arcadas cuajadas de músicos afanosos y la gloria de Dios en persona de Cristo rodeado de sus cuatro símbolos evangélicos. Otras iglesias románicas, plazas recoletas y mucha bulla de ciclistas y peatones, componen la nota del recuerdo de este viaje.

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