La Marienplatz de Münich, con el Ayuntamiento nuevo y la Catedral, vistos desde la torre de San Pedro |
Pero los españoles hemos conseguido sacar un par de horas al
mediodía para ir en Metro al centro, a la vieja ciudad de Münich, y allí
pasarnos por Franziskaner a comernos unas salchichas blancas (las Weissbrüst) y
beber cerveza de trigo, y de paso echarle un vistazo a la Plaza Mayor donde está
el espectacular edificio del Ayuntamiento, joya de la arquitectura gótica
bávara. Muy cerca está la mole de la Marienkirche, la catedral de la ciudad,
dedicada a la Virgen
María (en Baviera hay mayoría de católicos) y que aparte de
su gran volumen no tiene apenas nada interesante en su interior. Deambulamos
por el pulido centro, miramos (por fuera) el teatro de la Ópera, donde empiezan
las diarias sesiones a las 6 de la tarde, para que a las 9, ya noche cerrada, y
todo en silencio, se pueda marchar cada uno a su casita.
A los amantes del arte, les recomiendo que no dejen en
ningún caso de ver la Asamkirche, una iglesia realmente impresionante, claro
exponente del arte barroco. Se construyó en la primera mitad del siglo XVIII
por los hermanos Asam y está dedicada a San Juan Nepomuceno. La decoración de
esta iglesia se encuentra recargada al máximo, siendo un claro ejemplo de toda
la teatralidad del barroco bávaro, cuajados sus muros de mármoles y santos
expresivos, sufrientes, volantes… evidentemente, es una iglesia católica. Está
en la calle Herzog Wilhelm ,
muy cerca de la gran plaza.
El viajero ante el Hospital Universitario de Münich,
a las afueras de la ciudad, donde acudió a las clases
del Curso y Congreso Hispano-Alemán de ORL
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Y el paseo de por la tarde, acabadas las sesiones del
Congreso, ha de ir obligadamente a la Staatliches Hofbräuhaus
am Platzl. Se llega en Metro a la plaza mayor de la ciudad, y de allí a cinco
minutos andando, pasando por delante del edificio del viejo Ayuntamiento, se llega
al monumental casón de la Cervecería más famosa del mundo, la HB como la
resumen los muniqueses. Construida en 1589, nació para proveer de cerveza
blanca (la weissbier) al gran duque Guillermo V de Baviera, y desde 1828, por
decreto del rey Luis I (el rey loco de Baviera) se abrió al público,
trasladando la fábrica a Haidhausen. Tan grande fue el éxito de bebedores y
visitantes, que hubo que hacer un edificio nuevo, inaugurado en 1897, y
diseñado por Max Littman, quedando el edificio tal como hoy se ve (planchado
previamente en 1945 por la aviación yanki, y luego reconstruido tal cual) y
despertando la admiración de quien entra. Es tan grande la cervecería, que en
sus salones caben más de 1.300 personas sentadas, a lo largo de sus mesas
corridas, en las que los parroquianos se alinean unos junto a otros, según van
llegando. En el buen tiempo, se abre el biergarten, también muy amplio, y para
los eventos superespeciales, como la Oktoberfest, se habilita el “salón de
abajo” donde aún se sientan mil personas más.
Ambiente del interior de la Hoffbräuhaus de Münich |
El sitio es impresionante: salones amplios, techos muy
altos, cubiertos de pinturas bávaras, alegres y de colores. En el centro de los
pasillos, una orquesta tocando las melodías optimistas del Tirol, y por todas
partes camareras rubias, superforzudas, llevando las jarras de cerveza de nueve
en nueve, en sus dos manos (algunas hacen trampa y las apoyan sobre los pechos,
que suelen ser también muy generosos). Se hacen amigos enseguida, y se pide
“eine bier” para cada uno de los que se sientan, trayendo al rato una jarra de
litro. Aquí no hay medias raciones. Se suele pedir algo más de lo que la carta
ofrece, que no va más allá de las salchichas (blancas, negras, marrones o
amarillas) y el choukrut o el codillo. Y a cantar que son dos días… Algunas recomendaciones
especiales para los que llegan nuevos: aguantar como sea las ganas de ir al
water, porque si se deja el sitio libre, te lo ocupan de inmediato, y dejar
siempre aunque sea un culín de cerveza en la jarra, porque como pase la
camarera y la vea vacía, te suelta otro litro sin más preámbulos. Se calcula
que en sus salones se sientan diariamente unas 35.000 personas, la mitad de
ellas turistas (los japos empiezan a ser paisaje habitual, y masivo, de todos
estos sitios) pero los muniqueses que van a menudo tienen unas pequeñas
taquillas en las que guardan sus propias jarras, de esas de estaño blanco, con
tapadera, supergrandes y talladas de escudos, leones y mitología.
En este lugar ha palpitado la vida de Münich desde hace casi
dos siglos. A diario. Y en sus salones han pasado cosas tan curiosas como la proclamación,
en 1919, de la
República Soviética de Münich, por unos cuantos seguidores
alemanes de Lenin, quien al parecer dejó buenos recuerdos entre sus mesas, pues
acudía con frecuencia en sus años de exilio. A partir de 1920 fue el lugar de
reunión de los jóvenes bávaros vestidos con camisas y pantalones pardos, y que
en 1923 proclamarían al austriaco Adolf Hitler como su líder, el cual siguió
acudiendo a la HB siempre que visitaba Münich. La cervecería tiene su propio
himno, el Hofbräushaus-Lied, que compuso en 1935 Wilhelm Gabriel y que las
camareras van tarareando para crear ambiente.
La noche de febrero de 1999 en que la visité, iba acompañado
de dos amigos y profesionales del congreso, Carlos Doñamayor y
Fernando Alvarez de los Heros. Admirando el entorno, nos sentamos en medio de
la barahúnda y pasamos un buen rato cantando y bebiendo nuestro litro de
cerveza de trigo, acompañando a las obligadas salchichas pálidas. Al terminar,
y con los abrigos puestos, salimos entre las mesas y nos sorprendió ver a un
pequeño grupo de españoles, que también canturreaban coplillas con aire
decididamente muniqués. Uno de ellos era Alfredo Pérez Rubalcaba, al cual, sin
más protocolo que la alusión a que Fernando Alvarez había sido compañero de
Colegio Mayor en sus años de estudiantes en Santiago, nos acercamos al grupo,
se lo dijimos, y él amablemente quiso recordarlo, o al menos hizo el esfuerzo.
Después de charlar cinco minutos con el exministro de Educación y sus
acompañantes, que nos presentó como funcionarios del consulado español, nos
fuimos retirando, con la mala suerte de que Fernando Alvarez, muy expresivo y
gesticulante, se llevó por delante con el abrigo la jarra de cerveza de un
muniqués tipo armario (2 x 2 m .)
que por allí se apretujaba. Lo que empezó a soltar el bávaro por esa boca, al
ver su jarra estrellada contra el suelo, será siempre un misterio para mí, pero
evidentemente no era nada agradable. Nos quiso empujar, estrechar entre sus
brazos (con ánimo al parecer poco cariñoso) y en esas tuvo que intervenir Herrn
Doñamayor, y los acompañantes de “llamadme Alfredo” que en el idioma de Goethe
consiguieron poner paz y pagarle al muniqués otra ronda. Como se ve, y por eso
lo recuerdo aquí, la Hoffbräushaus de Münich es cita obligada para todo viajero
que vaya a esta ciudad luminosa y alegre, en la que aparte de ella caben mil
cosas de interés, como por ejemplo, la visita al Museo del Pueblo Alemán… pero
eso lo dejo para otro día.
Me ha encantado esta entrada, especialmente la descripción de la cervecería. Estuve en Munich hace unos 27 años y me quedé sin verla y sin subir a la torre, así que ya me has dado un buen motivo para volver. Un abrazo.
ResponderEliminarYo, hace quince que estuve y fue poco.
ResponderEliminarBonita foto.