18 de febrero de 2012

Parada en Frómista


La iglesia románica de San Martín de Frómista

Antonio Herrera Casado / 5 de Junio de 1999
Alcanzan los viajeros el Camino de Santiago en la localidad palentina de Frómista. La carretera que de Palencia sube a la Montaña, se cruza aquí con el camino francés que va de Somport a Compostela. Aquí paramos para iniciar nuestro –breve siempre- camino común por los paisajes de la Castilla medieval.
En este pequeño pueblo palentino nos dirigimos enseguida, y en exclusiva, a visitar su iglesia parroquial, San Martín, una de las cumbres del arte románico español. No nos defrauda: al contrario, nos llena de entusiasmo, nos transporta. Nos sentimos felices porque la mirada se extiende sobre la superficie compleja de muros, ábsides, torres y ventanas que cobijan un espacio mejor aún, el templo que reproduce el cielo, la gloria, el más allá al que confían llegar los buenos. Todo en Frómista es equilibrio, medida justa, tamaño adecuado para los ojos humanos, para las entendederas de cualquier caminante.
El exterior, tamizado por la luz suave de la mañana, nos ofrece la imagen de su nave, con portadas sobre el muro meridional y el de poniente, que se escolta por sendas torrecillas de planta circular. La cabecera es lo más fuerte, pues a su crucero muy definido y culminado por octogonal cimborrio que aporta luz al interior, se añaden los tres ábsides que rematan su cabecera. Mucha gente admira el templo, en la mañana luminosa de la primavera.

Pasamos luego al interior. Sorpresa, admiración, casi un éxtasis. Nada se oye y todo suena a un mismo tiempo. Las piedras parecen tener música, grave, mientras el espacio condensado en bajos las bóvedas nos silba su tono agudo. Es una orquesta sonando. En el templo de San Martín, contemplan los viajeros sus tres equilibradas naves cubiertas con bóvedas de cañón divididas a tramos por arcos fajones que transmiten el peso a los ocho pilares de planta cruciforme con semicolumnas adosadas. El peso del edificio lo reciben los muros que son muy gruesos. Por ello sus ventanas son escasas y pequeñas. Tributos del románico. Al fondo de las naves, como flotando entre la luz que penetra por sus alargados orificios, surgen los tres ábsides cubiertos por bóvedas de horno. La escasa luz del recinto nos llega por los tres vanos abocinados del ábside central y los dos de los laterales, todos ellos formados por arcos de medio punto que iluminan el interior de la iglesia,más la luz que llega desde los vanos del cimborrio, el situado a los pies y tres más en cada uno de los muros laterales.
Los viajeros suspenden su conversación para admirar esta maravillosa estancia. No la olvidarán nunca, el interior de San Martín de Frómista es un espacio inolvidable.
Luego se entretienen mirando los capiteles. Que junto a los más de trescientos canecillos del exterior, confieren a este templo el carácter de ser un singular museo de escultura medieval. En ellos aparecen flora y fauna, escenas de la Biblia y muestras de la vida cotidiana de aquel entonces. Todo ello conjuntado forma un mundo de difícil interpretación. Los estudiosos, (ver, por ejemplo, la página que mantiene el doctor Antonio García Omedes en www.arquivoltas.com) clasifican este muestrario de capiteles en tres grandes grupos. Uno: los de tema vegetal, con función exclusivamente decorativa. Dos: los compuestos por animales representando el Bien (pelicanos, palomas, águilas) y el Mal (serpientes, lobos, lechuzas), más los animales fantásticos cuya interpretación es dudosa ya que nuestra mente moderna y racionalista no llega a captar completamente su significado, cosa que el hombre medieval sí era capaz de reconocer. Tres: los capiteles historiados, representando escenas bíblicas y leyendas populares con carga moralizante. Aquí se nos presenta con toda claridad la misión principal de la escultura y el arte medieval en su dimensión de transmisor de doctrina e información. De los más conocidos, los viajeros se fijan en el capitel que narra la fábula del cuervo y la zorra, la expulsión del Paraíso Terrenal, la lucha de soldados, los desquijadores de leones, la torre humana, y un montón de ellos más.
Interior de la iglesia románica de San Martín de Frómista

En el exterior, los más de tres centenares de canecillos (unos 80 son de nueva talla, tras las diversas restauraciones del siglo XX) nos ofrecen figuras de lo más variopinto. Los viajeros señalan algunos, se ríen, se espeluznan, se los guardan en el caletre para siempre. Porque saben que les harán falta algún día, en que tendrán que agarrarse al sol de esta mañana, a las formas de estas piedras, para no desfallecer. Entre ellos surgen monos, cabras, pájaros, tipos desnudos que se santiguan con el pie,  contorsionistas que apoyan sus pies en la cabeza, y mujeres que sujetan entre las manos, y sobre el vientre, pequeños niños.
Después de darle dos vueltas al templo, por dentro y por fuera, de sentir el mareo que sobreviene al estar más de una hora mirando continuamente hacia arriba, casi en vertical, y de tomarse un café en uno de los bares del pueblo, los viajeros continúan su viaje por el páramo leonés y palentino. Tras pasar por Villalcázar de Sirga, y de ver por fuera su enorme templo peregrino, arribarán a comer en Carrión, un lugar que les aportará también su magia.

1 comentario:

  1. Recomiendo la visita de este edificio, esencia de una forma de ver el mundo, el teocrático, pero desde la perspectiva popular. Restaurado, limpio, dispuesto a la visita tranquila. Una joya del arte español, de las mejores.

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