Antonio Herrera Casado / 3 Septiembre 2016
El viajero ante el cerro de Escornalbou en Tarragona |
El monasterio y castillo de
Escornalbou es de esos sitios que existen en España, conocido de muy pocos, y
al que merece la pena ir, al menos, una vez en la vida. Yo he ido hoy, sábado 3
de septiembre de 2016, y en realidad era la segunda vez que iba, porque la
primera, que fue en 1977, me dejó muy impresionado, y quería volver alguna vez
más.
Para tener una idea aproximada
de lo que vamos a encontrar en Escornalbou, hay que pensar en un puntiagudo
cerro rocoso, cubierto de bosque, a casi 700 metros de altura sobre el nivel
del mar, y que fue en primitivos tiempos un fuerte castro ibérico, rodeado de
murallas, y sobre el que han pasado los siglos con mil avatares,
construcciones, gentes e historias.
Para llegar a este lugar, hay
que avanzar por la carretera autovía A-7 que comunica junto al Mediterráneo
Valencia con Tarragona, y a la altura de Cambrils adentrarse en los campos y
tras pasar por Montbrió de Camps, ascender hacia Riudecanyes, y de allí,
siguiendo los indicadores, bien visibles, subir por una carretera de montaña
hasta la altura del monasterio, que fue primero de monjes agustinos y
cistercienses, y más tarde de franciscanos recoletos. Favorecidos de los reyes
de Aragón y protegidos por los obispos de Tarragona, construyeron en el siglo
XII la iglesia, el monasterio y su conjunto de dependencias, entre las que
destaca todavía hoy parte del claustro y la sala capitular.
El claustro del monasterio de San Miguel de Escornalbou |
En la
Desamortización, quedó el conjunto abandonado, comenzando su destrucción
paulatina, hasta que a comienzos del siglo XX lo encontró el intelectual de la Renaixença don Eduardo Toda i Güell,
quien lo adquirió del Estado y lo reconstruyó por entero, con sabiduría y tino,
levantando una magnífica residencia aristocrática en lo que había sido el
monasterio, respetando iglesia, claustro, sala capitular, etc. Llegó a
visitarlo, en 1930, el rey de España Alfonso XIII con su familia y autoridades
provinciales, tras inaugurar el embalse de Riudecans. Y tras la guerra y su
nuevo abandono, fue adquirido por la familia Llopis, de Reus, a quien ha
pertenecido hasta recientemente, que ha sido adquirido por el Gobierno Regional
de Cataluña, adecuándolo a la visita turística, que es guiada durante el
verano.
La biblioteca de Edurard Toda i Güell en el monasterio de Escornalbou |
Magnífica
impresión la que hemos sacado del conjunto, en un día de mucho calor en el que
sonaban las chicharras entre los pinos, y el mar, a lo lejos, apenas se
adivinaba debido a la calima sahariana. La casa señorial, adornada de
colecciones de muebles, litografías, cerámicas, rapta la atención del
visitante. Yo especialmente me he quedado fascinado viendo la biblioteca (una
mínima parte de la original solamente ha quedado) que montó Toda, con muchos
libros en francés e inglés, pues él dominaba siete lenguas, entre ellas el
chino. Guardó una calavera entre los libros, y entre ellos se ve hoy su máscara
mortuoria.
La iglesia
de Escornalbou es un espacio único y solemne, románico de transición, siglo
XIII. Bajo el presbiterio aparece una cripta, que daba paso por detrás al
cementerio de los monjes. De la aneja sala capitular ha quedado el breve recinto
dedicado a capilla de la Mare de Deu. Y ante los edificios, un patio abierto,
en el que se han colocado las salvadas columnas y capiteles del viejo claustro,
gótico incipiente, que sirve hoy como extraordinario mirador sobre las sierras
tarraconenses.
El salón de música y baile de la Casa de Toda en Escornalbou |
En la casa
de Toda y los Llopis, que se mantiene intacta, se visitan los salones
amueblados y los dormitorios entre los que destaca el dedicado al obispo de la
diócesis, solemne y barroco. Estupendas colecciones de cerámica y vidrio aún se
conservan, más los libros, cuadros, muchas estampas y grabados. La guía que nos
lo enseñó, al grupo de una docena de personas que fuimos ese día, cuenta cosas
curiosas de la vida en aquella casa, en castellano y en francés.
Como remate,
se pueden visitar los jardines exteriores al monasterio, y ascender por una
empinada rampa a la ermita de Santa Bárbara que corona el viejo castro. Aunque
en esta ocasión el viaje lo hemos hecho en pleno canícula, y en un día de “ola
de calor”, la maravilla del lugar compensa de cualquier vicisitud.
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