26 de febrero de 2023

De Ramales a los Carros, por el viejo Madrid

 


Antonio Herrera Casado  |  25 febrero 2023


Después de visitar la exposición (sorprendente y rompedora) de Joaquín Sorolla en el Palacio Real de Madrid, en el centenario de la muerte del pintor valenciano, los viajeros se disponen a recorrer el viejo Madrid medieval de la mano de quien bien lo conoce, Maribel Llamas.



Las viajeras, al salir de ver la Expo Sorolla
ante la fachada del Palacio Real de Madrid.


Partimos de Bailén, cuajada de turistas “entre lo rubio y lo moreno”, y subimos a la plaza de Ramales. Aquí estuvo la iglesia de San Juan, cuyo perímetro se refleja en el suelo, y en ella tuvo su tumba (prestada, en todo caso, por su amigo Gaspar de Fuensalida) el pintor Velázquez, hasta que en los inicios del siglo XIX, y por decisión del rey José I Bonaparte, la iglesia se echó abajo y de Velázquez solo quedó el recuerdo, y una columna monolítica que en hoy en el centro de esta plaza recuerda al príncipe de la pintura española. La tumba desapareció, pero el cadáver no: alguien lo llevó a otra parte, donde permanece enterrado. Pero esto ya es motivo del “continuará”, porque se sabe donde volvió a enterrarse y pronto se hará público.

En la plaza de Ramales, ocupado su solemne esquina meridional, está el que fue palacio del secretario real don Ruy de Silva, casado con Ana de Mendoza y La Cerda, príncipes ambos de Éboli, y duques de Pastrana. En esta casa vivieron, felices, teniendo cada año de su matrimonio un nuevo hijo. Luego todo se desbarató, porque ella se enamoró del otro secretario real (picaba alto) Antonio Pérez, y el rey Felipe a ella condenó al emparedamiento en su casona de Pastrana y a él al exilio irresoluto en Francia.

Seguimos adelante por la calle de Santiago, y vemos por fuera esta iglesia, en su plaza mandando con su silueta: Santiago, sede de caballeros y devociones.

Bajamos luego hacia San Nicolás, donde admiramos la torre que fue en sus inicios alminar de la torre de los almuecines de una vieja mezquita. La iglesia, en la que se enterró don Juan de Herrera, el gran arquitecto real, permanece cerrada los más días del año.



La torre de la iglesia de San Nicolás,
con decoración de estilo mudéjar.


Y arribamos a la calle mayor, tras bajar la cuesta de San Nicolás, dando de frente con la iglesia sacramental o catedral de las Fuerzas Armadas, donde se suelen casar todo los que pertenecen o tienen aprecio al Ejército. Enseguida, a la derecha, nos encontramos la casa desde donde Mateo Morral tiró el 31 de mayo de 1906 su bomba perfecta, envuelta en un ramo de flores, sobre la comitiva del casorio real de don Alfonso [XIII] y doña Victoria Eugenia de Battenberg. Isabel nos mostró la ventana del cuarto piso, segundo balcón empezando por la derecha, desde donde el anarquista tiró su bomba, consiguiendo matar a buen número de espectadores, soldaditos y demás gente del vulgo, pero no a los reyes.



Casa Ciriaco, el mejor cocido madrileño


En la planta baja, brillante en la acera, vemos “Casa Ciriaco”, y no me resisto a fotografiarla, porque es la tasca perfecta, de color y dimensiones. Donde, además, hacen uno de los mejores cocidos madrileños de la corte.

Pasamos ante el monumental edificio palacio del duque de Uceda, hoy destinado, mitad a Capitanía General, y mitad a Consejo de Estado. Solemne, con escudos, rejas, muy español todo, y por su costado bajamos hacia el puente del Viaducto, que vemos a contraluz, porque la tarde de invierno ya cae, el aire se enfría, y las sombras se hacen tenebrosas y cargadas de misterio. Recordamos a tantos y tantos suicidas que solucionaron sus problemas colando desde lo alto del puente, al duro asfalto de la calle Segovia.



El viaducto sobre la calle Segovia, en Madrid
[fotografía de Teresa Rodríguez]

Antes de llegar a ella nos desviamos viendo el edificio que era escuela del señor López de Hoyos, maestro de Miguel de Cervantes. Una placa en penumbra recuerda el hecho de haber sido allí donde el “El Príncipe de los Ingenios” aprendió a leer, escribir, y pensar. Bajando más arribamos a la plazuela de la Cruz Verde, que tiene ahora una monumental fuente barroca, puesta sobre el lugar donde, vieja y verde cruz de madera, ajusticiaban a los condenados por la Inquisición por herejes y despistados.

Cruzamos la calle de Segovia, que era eje de entrada a la villa desde el valle del Manzanares, tras cruzar el puente de su mismo nombre, y subimos [ya mermados de fuerzas] por la costanilla de San Andrés, viendo por fuera las tapias de los Jardines de Anglona, y asomándonos a ellos por la puertecilla enrejada: se aspira en la noche (aparte del aire frío madrileño) algún tufillo a arrallanes y magnolios, pero poca cosa porque es invierno. En verano habrá que volver a este rincón del Madrid eterno. Y luego por la calle del príncipe de Anglona nos dirigimos a la iglesia de San Pedro el Viejo, donde es continuo el trasiego de gentes para venerar, subiendo una rampa que permite acariciarle las espaldas, al Jesús el Pobre, que andaba vestido con túnica de terciopelo bermellón, muy puesto.

Abordamos luego la plaza de la Paja, solemne, en cuesta, con su pavimento enarenado, y Maribel nos explica como aquí traían los carros cargados de paja para pagar los impuestos a señores y eclesiásticos. En sus bordes hay palacios y en lo alto la iglesia de San Andrés, en cuyo interior (hoy también cerrado) las monjitas de la Communauté de l’Agneau (o Hermanas del Cordero, como por aquí las llaman) cuidan del enterramiento soberbio del Obispo don Gutierre de Vargas y Carvajal, que talló Giralde “el grande”. Lástima no poder ver esa capilla, que es lo más espectacular del arte renacentista en Madrid.

Descansamos finalmente, un grupo al dulce, y otro al salado, por la plaza de los Carros y San Andrés. Gigantesco Madrid que aporta comida, merienda y bebida generosa a todos. Por la calle de los Mancebos volvemos bajando a Bailén, no si admirar de paso la calle de la Morería… un viaje inolvidable, sin duda, que siempre puede y debe repetirse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario