7 de enero de 2012

Eunate en la Navarra profunda


La iglesia de Eunate, en Navarra.
Antonio Herrera Casado / 28 de mayo de 2000

Un viaje a la Navarra profunda nos ha llevado, pasando el Ebro por Logroño, hacia Los Arcos y Lizarra, donde antes de introducirnos por sus viejas calles húmedas nos hemos dado una vuelta por los monasterios que la escoltan. Uno es Iratxe, en el que una ceremonia congrega a cientos de personas, dando vida a la vieja presencia de una abadía cisterciense que tiene más de 8 siglos de existencia. La música, las luces y la arquitectura espléndida, que podemos admirar desde el coro, nos transportan a tiempos antiguos. Luego los viajeros se trasladan a otro lugar emblemático del reino pirenaico, a Iranzu, en los alrededores de Abárzuza, donde se pasean por los jardines, alamedas y atrios vacíos, mientras cae persistente la lluvia emborronando los bosques que abrigan a la vieja abadía.

El paseo, después, por la ciudad de Lizarra, que atraviesa cargado el río Ega, es provechoso y emocionante: la plaza mayor hierve de vida a pesar de que el día, de primavera, es lluvioso con insistencia. Un concurso de bolillos atiborra los soportales de mesas, sillas y señoras que entrecruzan rápidas sus dedos consiguiendo filigranas de hilo. Los viajeros no pierden el de su camino, y van a visitar el palacio de los reyes de Navarra, donde se ve ese famoso capitel, cumbre del románico, en el que dos caballeros pelean con sus lanzas. Enfrente de este edificio, que es de los más notables del románico civil español, surgen las empinadas escaleras que nos permiten subir hasta el templo de San Pedro de Rúa, cuya puerta de apuntados arcos cruzamos para entrar en otro mundo de pasión misteriosa, de silencios: visitamos el claustro de esta colegial, y en sus pandas vemos abrirse los arcos, sujetos de capiteles espléndidos. Más allá aún, subiendo el monte que abriga a Lizarra, está la iglesia en que los peregrinos del apóstol debían orar y santiguarse. Eso hacen los viajeros, al resguardo de un paraguas, mientras admiran la portentosa fachada de esta iglesia del Santo Sepulcro, en la que surgen ristras de apóstoles, de beatos, de réprobos y de músicos, en un arco iris gris de patética hermosura.
Después de cruzar el puente tan elegante y medieval que separa el templo de la ciudad, cruzando airoso el río Ega, los viajeros se pierden por la calle mayor, y las callejas estrechas, y al fin se llegan a comer a un sitio de fama, al Astarriaga, en la plaza de los Fueros, donde les dan un plato de alubias que se queda unas horas en su estómago y para siempre en su memoria.
Desde allí, adentrándonos en el territorio foral, en el viejo reino, pasando por la calle mayor tras atravesar el puente, de Puente la Reina, gozo y descanso de los peregrinos jacobeos, los viajeros llegan por fin a la meta de su andadura, un lugar apartado, aislado en el término de Muruzábal, entre los trigos que ya se perfilan altos y verdes, bajo las oscuras nubes de la tarde húmeda: llegan a Eunate.
Plano y alzado de Eunate.

Es este un templo singular, de época medieval, de estilo románico, del que poco más puede decirse que se acople a cánones. Porque si los tiene son misteriosos: su planta, como se ve en una imagen adjunta que encontramos allí, por los suelos, es de octogonal estructura: la nave es única, con el altar en su extremo oriental, en que se estira en forma de breve ábside haciendo funciones de presbiterio, y unas bóvedas de piedra sujetas por fortísimas nervaduras de arista lisa, impresionante imagen de un ámbito sacro y medieval. Por fuera, el claustro del templo es una columnata sin techar que le rodea por completo, numerosos arcos semicirculares apoyados en columnas que exhiben figuras y escenas sagradas sobre sus capiteles, dando la sensación de ser un atrio abierto, que da vueltas sin fin: “eunate” significa “cien puertas” en euskera. La obra, en la que los viajeros pasean y miran sin acabar de sorprenderse, tiene pinta de haber sido lugar de oración, sí, y de peregrinaje, pero también de ceremonias mistéricas, de sagrados y misteriosos propósitos que solo los iniciados entienden.
La galería exterior de la iglesia de Eunate.
Fue construida hacia 1170 y desde entonces ha sido uno de los puntos clave del peregrinaje jacobeo. Se han dado numerosas hipótesis acerca de la estructura de Eunate, pensándose en que junto a él hubiera un humilde hospital de peregrinos y un cementerio en sagrado, de los que no quedan huellas. En todo caso, el significado se centra en esa misión de “faro” que tiene para los caminantes. Para los que quieran saber más de este lugar y de su templo, podrán encontrar abundante y precisa información en esta dirección de la red: http://www.ctv.es/USERS/sagastibelza/navarra/eunate/eunate.htm.
Los viajeros que llegaron a Eunate sin dudarlo, fijos en su espadaña, en sus volúmenes y en sus arcos desde muchos kilómetros atrás, se marcharon luego, rumbo a Olite, con la pena de dejar aquel lugar en el que sin duda tuvieron su hora de felicidad, porque esta sensación que todos dicen buscar, y algunos presumen de haberla alcanzado, es –todos los sabéis- cosa breve que se mide, a trancas y en minutos…

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