Un plato de engaño barroco en el Museu de la Cerámica de l'Alcora |
Antonio Herrera Casado / 13 Agosto 2012
Era una tarde ideal para hacer este viaje: un relajante
trayecto desde la costa al interior de Castellón, cuando el verano va cediendo
su hegemonía. Desde Alcocebre a L’Alcora no se tarda más de 45 minutos a través
de las nuevas y bien mantenidas carreteras de esta provincia.
A primera vista, la villa de l’Alcora está puesta sobre un
primer conjunto de cerros que tienen por marco a lo lejos la bulla rocosa del
Maestrazgo. Aunque tiene 10.000 habitantes y algunos edificios residenciales
aparatosos, incluido uno que se sale de toda norma racional, junto a la ermita
del Calvario, es esta una villa de equilibrada razón pretérita, con un casco antiguo
de estrechas calles, y éstas cuestudas. Un pueblo a la antigua usanza medieval,
levantina y luminosa siempre.
El destino de los viajeros en esta tarde es empaparse de la
memoria de una antigua y espléndida industria que en l’Alcora fundara, en mayo
de 1727, don Pedro Abarca de Bolea, conde de Aranda, en su ímpetu reformista e
ilustrado: la Real
Fábrica de Loza y Cerámica. Más de dos siglos permaneció viva
esa empresa, llevada del mismo fundador, con energía e inteligencia, y luego
por herederos y otros propietarios, hasta su desaparición tras la Guerra Civil.
En esa Real Fábrica se aprovecharon muchas cosas: la secular
tradición alfarera de l’Alcora, la llegada de artistas franceses e italianos,
maestros de otras fábricas y manufacturas de solera, y la calidad de la tierra
del entorno. Lo conseguido, durante 2 siglos fue mucho e importante. La
creación de miles de piezas que se vendieron por toda España, y la continuidad
de esa tradiicón en otros talleres, llegando a ser hoy l’Alcora un centro
jerárquico de la cerámica española y aún europea. Cuenta, -ya es un punto de
currículo- con una Escuela Oficial de Cerámica, y la villa entera está cuajada
de obras de arte en ese material por todas las esquinas.
Detalle de arquitecturas y cipreses en la altura del Eremitorio del Calvario de l'Alcora |
En esta excursión cultural la cima se encuentra en la calle Tejedores nº
4, en el Museu de Cerámica de l’Alcora, recién abierto tras años de
remodelación, utilizando su antigua sede, una casa con solera, y la nueva
adosada, un espectacular edificios obra de los arquitectos Culla y Carbó.Tiene
tres grandes secciones el Museo
de Cerámica de esta localidad castellonense, repartidas en dos pisos.
La primera sección es la historia completa de la cerámica
local, nacida con la Real
Fábrica del Conde de Aranda y continuada hasta nuestros días
con maestros ceramistas de gran relieve. Las piezas antiguas son sorprendentes:
aparecen las mejores, bien expuestas y explicadas. Están las chinerías en
formas de platos y soperas; las placas de santos, la porcelana decorada y los
platos de engaño, con frutas y animales en relieve que parece latir. La
escultura y las obras románticas del siglo XIX ocupan muchas hornacinas.
También la gran sala de lápidas funerarias, toda una tradición en l’Alcora, la
de “alegrar la muerte” a los que en el cementerio se mandaban poner una florida
y casi alegre lápida cuajadas de imágenes y frases solmenes. Las obras de los
maestros actuales… un lujo de Museo.
Que se completa con la sección segunda, en la planta alta,
ofreciendo las mejores piezas y os primeros premios en el Concurso
Internacional de Cerámica que esta población convoca anualmente desde hace 4
décadas. Se completa con el repaso museístico, denso y curiosísimo, de la
tradición alfarera, mucho más antigua.
Los viajeros posan en la puerta del eremitorio del Calvario de l'Alcora, entre cerámicas |
Los viajeros salen entusiasmados de este Museo, cuidado y
limpio, al que no le falta ni le sobra nada. Tras el callejeo por el viejo
Alcora, suben andando, despaciosamente mientras admiran las ardillas que saltan
entre los cipreses, al Eremitorio del Calvario, en un zigzag inacabable
mientras en las hornacinas de los pasos se muestran colorisats las escenas de
la Pasión de Cristo. Arriba, cayendo ya la tarde, admiran la fachada monumental
de la ermita, decorada con la escena del Calvario por los ceramistas alcorainos
J. Cotanda y V. Gallén en 1974. Desde allí arriba, sin apenas palabras, ven
cómo el día se despide, solemne y silencioso, sobre el Tossal de Sant Joan de
Moró, los cerros que escoltan Vilafamés, y a lo lejos la limpia línea oscura
del mar Mediterráneo, siempre evaporándose.
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