28 de diciembre de 2013

La Cueva de los Moros de Pastrana

El interior de la Cueva de los Moros de Pastrana
Antonio Herrera Casado  /  8 Mayo 2004

Un viaje rápido y apasionante a uno de los lugares con más fuerza (magnética y vital) de la Alcarria. De este lugar, situado a pocos kilómetros de Pastrana, solo existen teorías que tratan de explicarlo, breves líneas en un par de artículos periodísticos, y el asombro sin límites de quienes ha conseguido entrar y pasear por sus enormes galerías. La realidad va mucho más allá.

Un capítulo del libro “Lugares de Poder” escrito por Juan Ignacio Cuesta Millán, un artículo de Pedro Aguilar del 2002, y esto que escribí yo mismo en Nueva Alcarria de mayo de 2004, es lo único que hasta ahora consta como testigo escrito de una de las maravillas de la Alcarria.
Aquí rememora mi descubrimiento del lugar. Una fresca mañana de primavera, y tras preguntar aquí y allí a las gentes de Pastrana, los viajeros consiguieron llegar hasta la entraña de la tierra donde se alberga uno de los espacios más espectaculares de nuestra región. Es la llamada “Cueva de los Moros”, en término de Pastrana. Una cueva que es sin duda el más grande y espectacular de los espacios subterráneos que encontramos en nuestra provincia, hecho por el hombre, y con unos significados que, aunque arcanos, se antojan de la mayor importancia.
La Cueva de los Hermanicos en Peñalver, la cueva de los judíos en Mondéjar, la cueva del Beato en Cifuentes, o las cuevas y eremitorios de los franciscanos en la Salceda de Tendilla o de Bolarque no son sino mínimos espacios sin importancia al lado de esta cueva pastranera. El único conjunto que puede parangonarse a él, y sin duda mayor y más suculento en historia y trascendencias, es el cavernamen de Sopetrán, que está esperando nuestra visita detenida.

El exterior de la Cueva de los Moros de Pastrana

Una catedral tallada en la roca

Es curioso que la distancia entre el gran roquedal bañado por el Arlés donde se levanta el Convento (hoy hotel hospedería) de San Pedro, y esta Cueva de los Moros, es escasamente de 500 metros. En San Pedro fundó Santa Teresa convento de carmelitas, y allí, en sus cuevas talladas en la roca, oraron y vivieron hombres de alma recia como San Juan de la Cruz o fray José de la Virgen (el Santo Sordo). Libros y apologías de tono carmelitano han escrito largo y tendido de estas cuevas, y hoy se enseñan a los turistas bien cuidadas y con sus respectivos carteles puestos a la entrada, explicando qué fueron y lo que significaron.
Separadas por el río Arlés, en la otra orilla, está el conjunto de cuevas misteriosas que acabamos de visitar. Junto a la carretera de Valdeconcha, a pocos metros de distancia, se alza un roquedal aislado, rodeado de olivares. Es un bloque amplio de roca arenisca, abierto por numerosas bocas de perfecta talla. No son espacios subterráneos formados por el discurrir de las aguas, por hendiduras kársticas ni movimientos telúricos: es una compacta masa rocosa, emergente unos 15 metros sobre el contexto del valle, que ha sido tallada con perfección y mucho ánimo, a lo largo de mucho tiempo, por la mano del hombre. Sus entradas (hay, al menos que yo haya visto, cuatro grandes, y alguna otra tapiada en años no muy lejanos) están hechas a pico, son regulares. Todo el interior es un espacio complejo en el que encontramos dos bloques de galerías. La más al Poniente, a la que se entra a través de un gran orificio tallado en la roca, nos lleva la galería más grande, de 25 metros de longitud, de la que en su parte media emergen dos hondas galerías sin salida. ¿Podría tratarse de un templo subterráneo con crucero?
El segundo bloque de galerías, el de más a Levante, es mucho más complejo. En él están, frente a la entrada principal, las dos galerías trapezoidales que son, con mucho, lo más espectacular de este monumento. Su altura, de 5 metros. Su anchura, dos metros y medio a nivel de suelo, y un metro en la altura. Su profundidad, 12 metros. Un complicado laberinto de galerías, en la más absoluta oscuridad sumidas, permiten descubrir un fascinante mundo hoy silencioso y espectral.
Esas galerías tiene a su vez pasillos que acaban en paredes cerradas. Y otras que salen de nuevo al exterior. En las paredes hay excavados huecos para colocar antorchas y velones.
Dos grandes naves son especialmente llamativas, y han captado la atención y admiración de quienes las han visitado y escrito sobre ellas. Son las naves a las que se accede desde el exterior por la primera y segunda entradas del bloque de Levante. Estas naves tienen una altura de 5 metros la primera, y 4 metros la segunda. Están talladas sus paredes de tal modo que el suelo es más ancho que el techo, lo cual les da una forma trapezoidal muy apreciable. Otras galerías que comunican transversalmente a estas, y otros corredores menores, son de paredes verticales y algo más estrechas. El suelo está limpio y las paredes secas. La roca no tiene apenas filtraciones, por lo que no se han deteriorado en los muchos siglos que tienen de existencia. Se ve la roca tapizada del humo de las velas durante décadas, siglos quizás. Y en algunas zonas inscripciones de difícil lectura, que los viajeros pudieron ver gracias a sus linternas.
Añade de interés este conjunto de cuevas los petroglifos esculpidos en el exterior de la masa rocosa. Aunque están desgastados por el tiempo, y las inclemencias atmosféricas, aún se ven signos extraños que recuerdan a los clásicos petroglifos de los espacios cavernosos de época neolítica. Cuesta Millán quiso ver frases completas, en idioma extraño, quizás signos de época celtibérica, y el clásico signo del planeta Ummo, las tres líneas horizontales cubiertas en un extremo por otra vertical, imitando una letra E de diseño. Este mismo escritor y gran investigador de temas esotéricos y ufológicos, decía que las pilas de las linternas se descargan rápidamente en este lugar (cosa que tiene cierta lógica, pues el lugar por ser el corazón de una roca posee un fuerte magnetismo) y que desde sus dos naves trapezoidales se observan espacios de cielo muy concretos, que permiten hacer observaciones exactas, por lo que los considera observatorios astronómicos primitivos.

Plano de la Cueva de los Moros de Pastrana,
según la interpretaron los viajeros

Un eremitorio medieval

Dentro de la Cueva de los Moros se siente una fuerza especial, una trascendencia, una innegable vibración de grandiosidad al saberse dentro del vientre de la Tierra. En los antiguos esto debía tener una carga emocional que podía trasponerlos y facilitar estados místicos diversos, no hay duda. En el interior de toda montaña hueca, más aún tallada artificialmente, el magnetismo es mucho más intenso que en campo abierto. Quien sepa cómo medir eso, puede ir allí y comprobarlo.
Pero yo he sacado otras conclusiones, desviándome de las meramente esotéricas que son las que primero vienen a la mente y al corazón de quien allí aterriza. En el exterior de la montaña, se ven adosados muros de fábrica burda, de mampuesto sencillo, y en la roca exterior hay tallados numerosos agujeros que sirvieron, hace mucho tiempo, para enclavar vigas que apoyadas sobre lo muros, conformaron sin duda una serie de edificaciones que dieron a aquel lugar el carácter de agrupamiento humano y comunidad quizás densa. Hay escalerillas talladas en el exterior de la roca, como para subir de un nivel a otro con facilidad. Hoy está todo, y más en esta primavera rotunda, cubierto de hierba. Lo que no se ven son restos de edificios aislados en el contorno. Entre otras cosas, porque los bordes de la gran roca son empinados, abruptos. Sin duda ahí hubo, en tiempos, un poblado o agrupación de casas, o celdas, o eremitorios, pero en todo caso adosados a la roca. Y en el interior de esta, la razón de esa sacralizad del espacio: sus grandes y espectaculares galerías trapezoidales, como la que se muestra en foto adjunta.
¿Cuándo fueron talladas estas cuevas? Es difícil saberlo. Ni existen documentos, ni forma científica de calcular edades. Lo que sí está claro es que el contexto, el roquedal horadado, las celdas mínimas adosadas, la cercanía de otra roca con cuevas ocupadas por eremitas, y el contexto geográfico, el valle del Arlés en su comedio, donde está enclavada, que confieren al lugar un sentido de “Desierto Eremita” indudable.
En la comarca, y muy cerca, están otros espacios similares: el valle de la cueva de los Hermanicos en Peñalver; el barranco del Infierno en Tendilla; Bolarque al otro lado de la serrezuela de la que surge esta roca. Y el sentido de buscar la pureza espiritual en la retirada del mundo al estilo de los eremitas orientales. El mejor ejemplo, lo que hacen los hermanos Pecha y sus amigos en Lupiana, de donde luego surgió la Orden de San Jerónimo. La imitación a ese santo padre de la Iglesia supone la aparición de otro movimiento renovador en los franciscanos de La Salceda. Y finalmente, el mismo impulso de los carmelitas, que tras la renovación de la Orden por Santa Teresa y San Juan de la Cruz, ponen el primer “Desierto” en Bolarque.
La Cueva de los Moros de Pastrana está, justo, en el centro de toda esa “movida”. Fue este, sin duda, un eremitorio que debemos fechar en el siglo XIV como época de su más densa población y uso. El interior de la roca, que podría tener un origen mucho más remoto, prehistórico incluso, se utilizaría como espacio sacro, como iglesia (sin duda dedicada a María, humanización y sacralización de la fuerza genésica de la entraña de la Tierra) y en su torno, adheridas a la roca, las múltiples chozas o eremitorios de los que todavía quedan restos.

En cualquier caso, un espacio magnífico, curioso, evocador como pocos. Un espacio de esta Alcarria a la que, por muchas vueltas que demos, siempre nos depara sorpresas. Los viajeros salieron de allí maravillados de vivir tamañas sensaciones, no de agobio, sino de claridad, de perennidad, de gozo siempre.

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