19 de marzo de 2023

Viaje a los pueblos barrocos de Córdoba

 Antonio Herrera Casado  |  14 a 16 de marzo 2023


Es muy difícil decir, y aún decidir, cuales son los mejores, los más bonitos pueblos de España. No bastan las titulaciones, oficiales y comerciales: es imprescindible vivirlos y verlos. Por eso, los tres pueblos de la serranía sub-bética de Córdoba que hemos visitado estos días (a saber: Lucena, Cabra y Priego) yo los catalogo entre los mejores de la Península. Aunque haya otros muchos más.

Desde Madrid, y en AVE, los amigos y amigas de Arquivolta nos hemos dirigido a Córdoba, donde nos alojamos en el Hotel “Patios de Córdoba” de la cadena Eurostars, un precioso palacio antiguo en la calle San Fernando, muy bien adecuado. Enseguida, a comer en la Posada de la Corredera, iluminada su fachada y su patio por el sol del mediodía primaveral. Después, la alegría de darle la vuelta a esa plaza espléndida y esplendorosa, –arcos, mercados, balconadas, un leve toque flamenco– y después atravesando la plaza del Potro llegarnos casi corriendo a la mezquita, que visitamos. Una vez más, admirando la grandiosa huella del mejor califato, el de los Omeya, la elegancia de sus miles de columnas, de arcos, de contrastes entre el rojo y el crema. Tenemos la suerte de pasear por las naves de este severo conjunto, y dejar nuestra boca abierta delante del mihrab de su mezquita, de sus brillantes frases en cúficos caracteres, de sus bóveas alambicadas y doradísimas. Después, nos damos una vuelta por la Judería, admirando su breve sinagoga cuadrada, y dándole homenaje a Maimónides en su estatua de bronce manoseado.



Bóvedas del mihrab de la mezquita de Córdoba



Tras los refrescos (en Córdoba, a 14 de marzo, ya pica el sol) y otra caminata de suaves cuestas, llegamos de noche a la plazuela de los Capuchinos, y ante el Cristo de los Faroles no conmovemos, y pensamos que no es en balde, ni por un casual, que generaciones de gentes se hayan emocionado en aquel lugar silencioso y vibrante.

El día 15 lo dedicamos al viaje por la sierra y sus pueblos. Primero llegamos a Lucena, y allí nos espera una guía que nos explica el lugar en alto que fue “Necrópolis de los Judíos”. Un cementerio, descubierto por casualidad, que alberga unas 400 tumbas de gentes que poblaron en siglos pasados este enclave de Sefarad. A Lucena –por algo será– la llaman “La Perla de Sefarad”, y curiosamente no tiene barrio de la Judería: porque todo el pueblo era de judíos. Visitamos el centro de interpretación ubicado en el Palacio de los Torres-Burgos, con sus techumbres de yeso barroco, su pequeño Museo de la Heráldica lucentina, y su fachada señaladamente andaluza. Después nos vamos a la Plaza Nueva, hecha de luz, lugar que fue de mercado y encuentros. En un extremo, el Ayuntamiento moderno, y en el otro, la iglesia dicha de San Mateo, en cuyo interior nos deja boquiabiertos el exuberante y colorido adorno que cubre, en yeso policromado, los muros y las bóvedas del camarín de la Inmaculada, una de las joyas del barroco cordobés. 



La techumbre barroca del camarín de la Inmaculada, en Lucena.



El grupo de viajeros y viajeras al salir de visitar San Mateo en Lucena.


Después visitamos el castillo, que dicen fue levantado por los musulmanes, pero que tiene las trazas absolutas de un castillo cristiano medieval. En su interior, el museíto arqueológico que revela la importancia enorme de Lucena en tiempos viejos, sobre todo en los romanos, pero también visigodos, musulmanes y cristianos. Tras la comida en el Casino de la localidad, nos dirigimos a Cabra, y allí bajo el castillo nos espera el guía que nos sube a ver la plazuela formada entre palacios y almenas, damos una vuelta al Barrio de la Villa, aunque no podemos visitar la iglesia de la Asución, a la que llaman “la mezquita barroca” porque el párroco no la abre por las tardes. Pudimos beber agua de la fuente de enfrente, la cual nos supo a glorua. Y la tranquilidad de saber que a los de Cabra, desde tiempos antiguos, los llaman “egabrenses”, y así se entienden.
Después andamos (subiendo y bajando, porque todo el pueblo es muy montuoso) por el barrio de la Cuesta, encantador conjunto urbano en el que vemos la Fuente del Avellano, las placitas con ermitas, palacetes y arcos, terminando en la plaza central tomando un refresco que ayude a bajar el bacalao de la comida.

El regreso a Córdoba es reconfortante –cansados como vamos– y el Córdoba nos espera un paseo por el centro, (la plaza de las Tendillas, animada al inicio de la noche primaveral, y la calle del Conde de Gómara), mientras el surtidor central le da vida a la estatua del Gran Capitán, que se ha salvado de tantas quemas… la cena es en Casa Linares (ajo blanco, tortilla paisana, berenjenas con miel…) un sitio emblemático e imprescindible, al que volveremos.

El día 16 lo dedicamos a la visita de Priego de Córdoba, también en alto y entre montes serranos. El pueblo es una joya, y mejor que va a quedar, porque a la calle principal la están dando un tratamiento muy adecuado y tendrá uso peatonal solamente. Se trata de la Calle del Río, un largo pasaje ancho y abierto, escoltados de viejos palacios, templos y casas modernistas, que zigzaguea porque en su interior lleva el curso de un río, al que sigue en trazado. Al final nos encontramos con la sorpresa de Priego, la gran Fuente del Rey, un plazal enorme que se escolta de palmeras, casas y murallas, y en su centro un viejo monumento del que surge agua por todas partes y a través de más de cien caños va formado estanques en escaleras, dejando un bien sabor a los viajeros, que no se lo esperaban.



Interior de la iglesia de la Aurora, en Priego de Córdoba.



Visitamos después algunos de los elementos barrocos más llamativos del pueblo. Por ejemplo, la iglesia que fue del convento de San Francisco. De una sola nave, los techos de yeso blanco, arrebatadamente prolijos, y los retablos excesivos, como el de la capilla Jesús el Nazareno, que tiene como tres partes articuladas, y lo firmó Santaella. El templo está cuajado de recuerdos, placas, escudos, imágenes procesionales, etc. Una Andalucía exuberante y en estado puro. Vamos luego a las Carnicerías Reales, donde antiguamente se mataban y despiezaban las reses que servían de alimentos a los habitantes de Priego. Su fachada manierista, su patio severo, y su escalera de caracol que baja al sótano, son elementos que nos sorprenden. Como luego lo hace la iglesia de la Aurora, una ermita en el centro, de preciosa fachada y torre, que en su interior guarda otra de las sorpresas de este arte barroco andaluz, hecho con filigranas de yeso, pintura y monumentalidad casi asfixiante. Lástima que no pudimos ver el sagrario de la Asunción, porque en ese momento había un funeral, y no dejaban verlo… ¡Otra vez será!

Tras la comida, tomando el bus en la plaza recoleta del Ayuntamiento, donde nos dejaron ver las maquetas de los muchos edificios artísticos que alberga el pueblo, nos volvimos a Córdoba, para tomar el AVE y volver a Madrid, casi en un suspiro. Un viaje “alucinante” porque todo en él ha sido luz, color y amontillado.

1 comentario:

  1. Graciad, Antonio por ti maravilloso reportaje de nuestro viaje a la sierra subjetiva

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