Antonio Herrera Casado | 23 de Mayo de 2025
Con la Asociación de Amigos de la Biblioteca de Guadalajara, he podido alcanzar dos de los edificios que siempre tengo por meta, y que pocas veces consigo admirar a mi gusto. Muy bien acompañado de socios y socias de esta Asociación puntera en la Cultura de Guadalajara, este sábado 23 de mayo de 2025 he podido por fin visitarlos, admirar sus formas y colores, empaparme de sus mensajes longevos, y disfrutar mirando, oyendo, viviendo y sintiendo el espacio enorme y cuajado de mensajes.
El Paular
La primera parada del Viaje Cultural de la AAB fue en Rascafría, un pueblo sumido en el verdor intenso de una primavera lluviosa. Que nos recibió, en las alturas del joven río Lozoya, con un sol radiante. A un kilómetro del pueblo, entre arboledas y huertos, se levanta el conjunto de edificios que en su día (desde el rey de Castilla Enrique el segundo, que la fundó) fue primera instalación de la Orden Cartuja en nuestra tierra. Queda mucho de ella, aunque hoy regida y cultivada por los benedictinos.
Pasamos a admirar, primero de todo, su iglesia. Y en ella el retablo. Allí sentados, un monje benedictino de los que ahora habitan el cenobio, concretamente don Enrique, nos explicó el retablo. Una joya de la escultura española. Restaurado y repintado según fue en su origen, la autoría se le atribuye a Gil de Siloé, aunque hay quien no descarta que colaborara también Juan Guas, o Sebastián de Almonacid (el autor de el Doncel) Hay al menos dos manos en ese retablo, muy bien diferenciadas. A mí me sorprendió el parecido de algunas de sus figuras con las que talla Rodrigo Alemán en el púlpito de Mendoza de la Catedral Seguntina. Todo es del último cuarto del siglo XV, en el reinado de los Reyes Católicos, esos años en los que el país entero estaba en una ebullición creativa sin límites. La obra, de 9 x 12 metros, es de alabastro tallado y policromado, y en ella aparecen escenas de la Vida de Cristo. Desde su concepción milagrosa en el vientre de María, hasta su bajada a los infiernos.
El retablo de la iglesia de la cartuja de Santa María de El Paular |
Me sorprendió especialmente la escena de la Anástasis, cuando (según los evangelios apócrifos) Cristo bajó a los Infiernos y empezó a liberar almas allí apresadas desde siglos antes. Unos de ellos fueron los gemelos Carino y Leucio, a los que sacó a través de las orejas del monstruo maligno. Esa escena está recogida en este retablo.
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La escena de la Anástasis en el retablo del monasterio de El Paular |
Muchas anécdotas del Nuevo Testamento están recogidas en este conjunto, que uno se quedaría mirando durante horas. Hay un estudio muy completo, escrito en 1994 por María Luisa Martín Ansón y Concepción Abad Castro (Anuario del Departamento de Historia y Teoría del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid) en el que describen al detalle el conjunto, cada escena y hasta los personajes que adornan frisos y columnillas. Entre ellos, el sorprendente mártir cefalóforo (que bien podría ser el zaragozano San Lamberto, uno de los muchos mártires de los primeros siglos a los que la gracia de Dios les hizo salir del martirio mostrando entre las manos su cabeza cortada) que se ofrece a la reverencia de los fieles entre Santa María Magdalena y los Hijos del Zebedeo.
Un mártir cefalóforo tallado en el retablo de El Paular ¿San Lamberto? |
Los estudios de Carmen Bernis sobre la indumentario medieval española han incidido también con frecuencia en la descripción y análisis de la variada oferta de trajes masculinos y femeninos que se ofrecen en las escenas de este retablo, en el que los trances de la vida y pasión de Cristo están protagonizados por personajes a los que el autor o autores revisten de indumentaria contemporánea.
En la iglesia admiramos también la pareja de composiciones talladas en forma de sillerías de nogal, (una para los legos, otra para los monjes) que en el siglo XVI tallara para ese templo el gran Bartolomé Fernández. Como tras la Desamortización el monasterio quedó abandonado, el Estado recogió esas piezas de talla en madera y las llevó al monasterio de San Francisco el Grande de Madrid, donde pude verlas en su día, y fotografiarlas. Ahora, ya restauradas, se han devuelto al Paular, y hoy nos dejan asombrados al contemplar tal variedad de santos, monstruos y filigranas. Solo por disfrutar del arte de estos coros merece la pena visitar el monasterio.
Sillería del coro de los legos en el monasterio de El Paular |
Pero es que aún nos depara más sorpresas. Una de ellas es la capilla del Sagrario, que está detrás de la cabecera del templo, y que contiene un “Transparente” enloquecido en el que la arquitectura barroca juega con las formas en una floritura de posturas que a algunos/as entusiasmó y a otros nos pareció “que se pasaba”. Esa construcción de exaltación litúrgica s hizo en 1720 y la firmó el cordobés Francisco Hurtado Izquierdo, mientras que la capilla de planta de cruz griega que hay precediéndola tiene altares complejos en los que surgen tallas grandes y perfectas de santos, mártires y apóstoles firmadas por Pedro Duque Cornejo. Como se ve, la orden cartujana no paraba en gastos, con tal de dotar al templo de su primer monasterio español con todo lujo de expresiones artísticas.
Todavía en el claustro vimos las recuperadas pinturas (medio centenar hay) firmadas por Vicente Carducho en el siglo XVII, y que bajo el título de “Serie Cartujana” van narrando en grandes lienzos de “medios puntos” la vida y milagros de San Bruno de Colonia, mítico fundador de la Orden. Esta serie, clave en la consideración de la pintura barroca madrileña, estuvo a punto de perderse, abandonada en el claustro tras la desamortización, pero llevadas a diversos lugares de España, y luego en el Museo del Prado, en diez años se restauró y puso aquí, donde la admiramos los turistas y los asiduos asistentes a la Hospedería que el monasterio ofrece, y que pudimos sentir en sus sencillez cuando nos enseñó el monje el refectorio antiguo, donde comen los monjes con los hospedados.
Allí recordamos lo rica que fue esta orden y este monasterio. Tenía granjas y “Casas Cartuja” por toda la meseta inferior, y entre ellas recordamos las de Talamanca y Fontanar en la Campiña baja guadalajareña. Cuando la Desamortización acabó con todo ello, algunos a principios del siglo XX se empeñaron en darle un nuevo sentido al lugar. Y así fue la Institución Libre de Enseñanza, presidida a la sazón por Francisco Giner de los Ríos, quien alentó su comedida restauración para albergar allí una “escuela de verano” a la que acduieron, entre otros, Ramón Menéndez Pidal, Enrique de Mesa y Pío Baroja. Mientras que Simonet daba vida a la “escuela de pintores de El Paular” originando allí otra de esas colonias artísticas al estilo de las que en Barbizon, en Pont-Aven, o en Cudillero de Asturias, se habían creado por entonces. Incluso allí constituyeron la Real Sociedad Española de Alpinismo “Peñalara” que fue el germen de las actividades de lo que durante el siglo siguiente ha sido el apiñonado conjunto de alpinistas españoles que han cubierto el mundo de las cumbres. Todo a los pies de ese Pico de la Peña Lara que fuimos viendo a nuestra izquierda mientras en el bus subimos el puerto de Cotos para luego por Navacerrada y Guadarrama bajar hasta El Escorial, donde nada más llegar, ya tarde, fuimos a comer a la Casa de “Las Viandas” en la plaza de la Constitución.
A la salida de la visita del monasterio del Paular, ante la mole gótica de su iglesia los viajeros se retrataron para dejar constancia. |
El Escorial
A la tarde, y después de la comida, bajamos andando a la lonja norte donde pusimos pie en el interior del monasterio de San Lorenzo de el Escorial. El edificio más grande del planeta, cuando se construyó en 1563-1585, y calificado como la octava maravilla del mundo. Mucho teníamos por delante para ver, y solo dos horas. Por eso fuimos corriendo y atravesando pasillos y patios para disfrutar de las esencias del lugar. Formamos un pequeño grupo de amigas y amigos que fuimos buscando los espacios más significados. A la iglesia no pudimos acceder, porque la cerraron para celebrar una boda de gentes de alcurnia. Pero sí que pudimos ver el Patio de los Reyes, presidido por las seis enormes tallas pétreas de los monarcas del Antiguo Testamento, bajo los cuales avanzaba un padre trajeado con su hija vestida de blanco, hacia el altar hecho de bronces por Jácome Trezzo y Pompeo Leoni.
El patio de los Reyes, entrada a la iglesia, monasterio y colegio de San Lorenzo de el Escorial |
En El Escorial buscamos primero visitar la Biblioteca. A la puerta expliqué a mis acompañantes la importancia del lugar. Y hasta pudimos recordar cómo se hizo esa biblioteca, y cómo fue un alcarreño, Juan Páez de Castro, quien le sugirió al rey Felipe II la creación de ese conjunto. Y también que otro seguntino, el monje jerónimo Fray José de Sigüenza, fue quien junto a Benito Arias Montano, dispusieron su decoración, sus pinturas, sus simbolismos.
Recordamos que son 40.000 lo volúmenes que incluye esta biblioteca pero que lo más singular es el espacio en que se muestra. Un largo salón iluminado por ventanas, puesto sobre las arcadas que dan paso desde la fachada exterior al patio de los Reyes. Todos quienes han accedido al Escorial lo han hecho pasando primero bajo el murmullo de los libros. En ese salón, las bóvedas están pintadas por Pellegrino Tibaldi (el discípulo favorito de Miguel Angel Buonarotti) que fue llamado por Felipe II para esta obra. En ellas aparecen pintadas las siete artes liberales (Gramática, Retórico y Dialéctica por el Trivium, y Matemática, Música, Geometría y Astrología por el Quadrivium) más un plafón con la Filosofía y otro con la Teología. La iconología del conjunto es poderosa y variada, y el resumen del todo viene a decir que es este un lugar donde la ciencia humana es el camino que lleva a Dios, pero a él se accede no solo por la Fe exclusivamente, sino por el estudio de todas las materias conocidas. Este sentido de neoplatonismo, muy fuerte en el Renacimiento español, es el que impregna la mayor parte de las obras pictóricas, escultóricas y arquitectónicas de la España del siglo XVI: aquí en esta biblioteca se ve cuando bajo el panel central de cada arte, a sus costados muestra Tibaldi (a través de fray José de Sigüenza) la existencia de ese arte en el pasado clásico greco-latino y en la Historia Antigua y el Viejo Testamento. Tuvimos que abreviar la explicación, porque el implacable sistema de control de Patrimonio Nacional impide que nadie que no sea “guía autorizado” del monasterio pueda explicar en voz alta, o en grupo, el significado del edificio. Como tantas cosas estamos ahora viendo en España, solo se admite la “información oficial”, no dejando que sean otros, por libre, los que expliquen las cosas.
Después de este lugar deambulamos por pisos y estancias, pudiendo admirar las Salas Capitulares, con sus techos pintados en estilo pompeyano como las estancias vaticanas, mostrando escenas del Antiguo Testamento y las figuras que aleccionan cada pasaje, con santos, profetas, reyes de Israel y diosas. También recorrimos las habitaciones que fueron lugar de vida y trabajo de Felipe II, y evocamos a través de muebles, cuadros y enseres su austera vida, mirando desde las ventanas los recortados jardines donde el monarca español paseaba.
Pinturas en las salas capitulares del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, obra de Granello y Fabrizio, los hijos del Bergamasco. |
Al salir, y ya casi corriendo porque cerraban, vimos los panteones (de reyes e infantes) y comentamos la consecuencia de haber enterrado en las últimas urnas que quedaban a don Juan de Borbón (Comex Barcinonensis) y su esposa doña María de las Mercedes de Borbón, con lo que ahora ya no hay sitio para contener –en su día– los cuerpos de don Juan Carlos “Hispan.Eméritus.Rx” y de su hijo, Felipe VI, también “Hispaniarum Rex” que deberán ir pensando donde alojan sus restos en su espera de alcanzar la eternidad. Más el gran lienzo mural de la batalla de la Higueruela, y las habitaciones que los reyes borbones utilizaron en sus veranos serranos.
Tras salir de la visita, que duró dos horas, y nos dejó el cuerpo estragado del cansancio propio de andar salones y subir y bajar escaleras, un refresco en el Café del Coliseo de Carlos III, recuperado hace pocos años, otro de esos sitios elegantes y tranquilos que nos deja de vez en cuando disfrutar El Escorial.
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