Las murallas de Saint Malo y la Grande Porte |
Antonio Herrera Casado / 15 junio 2015
La tierra de Francia nos muestra un panorama variado e inacabable
de sorpresas paisajísticas,
y de ciudades para las que no me cabe usar más
que una palabra, charmantes, expresión
definitiva del agrado con que a ellas se llega y la pena que nos embarga cuando
se dejan lejos. Uno de esos lugares charmantes,
espectaculares e inolvidables está
en la costa norte de Francia, frente al canal de la Mancha, ya en Bretaña. Se trata de Saint Malo, y es
allí donde los viajeros han
pasado un día admirando su
estructura y sus detalles, y recordando (aprendiendo, más bien) lo
que la historia de veinte siglos ha dejado sobre aquella ciudad solemne y
espectacular.
Actualmente cuenta con 50.000 habitantes (que cuadriplica en
verano) y su origen se remonta a la época
romana, porque su situación
en el borde del mar, junto a la desembocadura del río Rance, y gracias a la primitiva isla en que se
fundó, le confirió siempre la calidad de lugar
fuerte y estratégico. En la
Edad media pasó temporadas
como parte integrante de la Bretaña
y otras de Francia. Dicen ahora sus habitantes: "Ni breton, ni français: malouin suis" quizás muchos no lo sepan, pero el
gentilicio de Saint Malo, malouin,
viene a traducirse por "malvino", y es por ello que a las islas
Falkland (hoy inglesas, aunque frente a las costas argentinas) se las llamó Islas Malvinas, porque las
descubrieron y colonizaron los marineros de Saint Malo, primeros de todos.
Sus comerciantes, armadores, corsarios y marineros, surcaron
con sus barcos los mares todos del mundo, y en cualquier continente queda la
huella de estas gentes. En Canadá más que en ningún sitio, porque fue Jacques
Cartier y su gente quienes llegaron a las costas del norte de América y tomaron posesión de ellas. De ahí que amistad de Bretaña y Canadá sea proverbial, y que el aspecto de Québec, según me dicen, es tan similar a este severo y gris
rostro de Saint Malo. En una esquina de sus murallas, junto a un fortín prominente sobre el mar,
visitamos la "Casa de Québec"
junto a la que se alza la estatua de Surcouf rodeada de banderolas blancas y
azules cargadas de flores de lis.
El viajero ante la estatua de Jacques Cartier, en los jardines de la muralla de Saint Malo |
En torno a la ciudad se construyeron las malouiniéres, o grandes casonas propias
de los armadores y adinerados comerciales, que también las pusieron orgullosas y limpias sobre el otro
lado de la bahía, en
Dinard. De esos nombres destacan tres: Jacques Cartier, marino del XVI que
colonizó el Canadá y fundó sus ciudades emblemáticas,
Québec y Montreal; Surcouf,
comerciante corsario, y especialmente Dugay-Trouin, un pirtata en toda la
regla, del XVIII, que sin embargo fue recompensado por el rey de Francia con
los mayores honores por haber castigado -y robado- las armadas de otros países vecinos. Los tres tienen
estatuas ahora en el paseo que cumbrea la muralla de Saint Malo, y a este último le han premiado con el
eufemismo de "gran lugarteniente real en los mares".
Tras la Revolución,
la ciudad tuvo mucha vida cultural, siendo uno de los focos del romanticismo
francés. aquí nació Chateaubriand y aquí,
en una talaya frente al mar, en la isla del Grand Bé, fue enterrado. Sin embargo, en la segunda guerra
mundial, Saint Malo fue reducido a cenizas, bombardeado duramente por el ejército norteamericano para
desalojar a los alemanes que allí resistieron:
fue el primer lugar donde los americanos ensayaron las bombas de napalm para
masacrar cualquier resistencia. Tras la contienda, pacientemente a lo largo de
decenios, la ciudad se ha reconstruido, y hoy luce mágica, espectacular: hoy es un destino obligado para
cuantos viajeros quieran respirar el aire más
genuino de la historia y la fuerza de la vieja Europa.
Lo más
atractivo es sin duda la que llaman Ciudad Intra Muros, una isla que
solo comunica con tierra firme por un estrecho muelle, con un puente que a
veces se alza para abrirle el paso a los barcos. Está rodeada completamente por una muralla gigantesca,
que solo se abre en dos lugares, en las puertas llamadas Grande Porte y Porte
Saint Vincent. Sus enormes y rollizos cubos le confieren monumentalidad. Luego
el conjunto de la muralla rodeando la ciudad ofrece caminos, adarves,
plazoletas y defensas comunicadas por escaleras, que justifican el agradable
paseo que nos llevó parte
de la tarde, luminosa y fresca, siempre rodeados del intenso azul de ese mar
que registra las más altas
mareas del Atlántico. En
sus extremos se alzan baluartes, fuertes y castillos: uno de ellos es el Fort
National, espléndido en su
reconstrucción que hoy
alberga el Museo de Historia de la Ciudad y el Ayuntamiento. Otro es del Fort
de la Conché (ambas
construcciones se deben al genio de la arquitectura militar francesa, Vauban, y
con eso está dicho todo) y
aún es de ver el fuerte del
Petit Bé, que junto al
Grand Bé, forman dos islas
a las que puede llegarse a pie cuando la marea está baja pero que se tornan inaccesibles cuando unas
pocas horas después está alta.
Saint Malo desde el aire |
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