Bóvedas del templo románico de San Pedro de Rodas |
Antonio Herrera Casado / 11 Septiembre 2015
Uno de mis anhelos ha sido siempre no morirme sin dejar de
visitar el Monasterio de San Pedro de Rodas, el más oriental y norteño de los
monasterios españoles. Y por fin lo he conseguido. El 11 de septiembre de 2015,
junto a los amigos y amigas del Grupo Cultural “Arquivolta” de Guadalajara,
hemos visitado este enclave único y maravilloso.
El viaje lo hicimos desde Bañolas, donde estábamos alojados,
en el autobús de Marín conducido por su intrépido Antonio, a quien ninguna
dificultad espanta. Subimos desde Figueras el enorme puerto de montaña que nos
llevó hasta las cercanías del monasterio, y de allí por camino durante 15
minutos de marcha accedimos al portón de entrada, al que llegamos cinco minutos
antes de las 10, recibiendo en ese momento la noticia de que la guía contratada
para enseñárnoslo, residente en Figueras, no iba a acudir porque se había
dormido…. (también en Cataluña hay gente que no se merece el puesto de trabajo
que tiene, con tantos estupendos profesionales que adornan las listas inmensas
e incabables del paro en España).
Me entusiasmó la idea de que el resto de compañeros y
compañeras del viaje me pidieran que yo hiciera de guía. Me conocía el lugar
tan sólo de haber leído sobre él, y alcanzaba una meta soñada. Así es que
durante poco más de tres cuartos de hora recorrimos el lugar. Que es
impresionante.
Imaginad una montaña de casi 700 metros junto al mar, al que
llega entre acantilados, olivares y bosques densos. Abajo, entre el puerto y la
playa, está Port de la Selva, un lugar paradisiaco de la Costa Brava. En su
término, sobre la empinada ladera del monte, a 570 metros de altitud, se alza
San Pedro de Rodas. Un monasterio hoy vacío de monjes, y solo destinado a la
visita turística. Pero con el recuerdo de tantos siglos, tantas gentes y tantas
maravillas secuencialmente acumuladas.
El lugar de enclave es espectacular: el día era limpio, el cielo
despejado y la temperatura mediterránea de un verano decadente.
El lugar fue ocupado por eremitas desde el siglo VI, al menos.
En el X llegaron los monjes benedictinos, y en los siglos sucesivos fue
creciendo la abadía, bajo el amparo político de los señores feudales del
entorno del Ampurdán y la Cerdaña. Adquririó sus enormes proporciones en la
Baja Edad Media, y fue decayendo posteriormente, hasta llegar el 1835 en que la
Desamortización de Mendizábal impuso el abandono del edificio a los monjes que
aún lo habitaban. Todo quedó vacío y comenzó el expolio, el saqueo metódico y
permanente, que llegó a mediados del siglo XX a dinamitar las zonas de subsuelo
para encontrar tesoros. Todo se lo llevaron las manos avariciosas de gentes que
viven del expolio de quienes han trabajado duro. Nada quedó (solo dos fragmentos
en el Museo de Arte de Cataluña en Barcelona) de la espléndida fachada románica
del atrio. Nada de los capiteles de su claustro, de las tallas de sus altares,
de los códices, y demás elementos artísticos que atesoró la casa en sus largos
siglos de vida.
El monasterio de San Pedro de Rodas desde Levante, 11 septiembre 2015 |
Cuando hacia 1967 intenté ir a ver aquel lugar, me enteré
que era casi imposible: no había caminos, no quedaban otras señales que las
ruinas imponentes de sus dos torres colgando sobre el precipicio. Unas
fotografías de Catalá Roca publicadas en el libro “Els monestirs catalans” de
Antoni Pladevall que por entonces compré, me llamaban con fuerza: el entorno
(blanco y negro) parecía surgir de la niebla y el mar… afortunadamente, todo se ha restaurado: en
julio de 1999, el actual rey de España Felipe VI de Borbón, entonces príncipe,
inauguraba solemnemente el gran trabajo de su restauración, hecho con los
aportes económicos del gobierno autónomo de Cataluña y del Ministerio español
de Cultura. La restauración que se ha hecho en San Pedro de Rodas debe enorgullecernos
a todos los españoles y al mundo de la cultura en general.
Hemos visitado asombrados su iglesia, gigantesca, única, con
sus naves altísimas y sus columas y pilares adosados rematados en capiteles
románicos prodigiosos, que se han salvado debido a la altura en que se
encuentra. Fue espectacular contemplar la cripta (aunque hoy vacía) bajo el
presbiterio.Y los dos claustros monacales (el bajo, antiguo, pequeño, y el
alto, que se hizo casi volando sobre el aire. También es muy llamativa la torre
campanario, de la que solo quedan las paredes, pero que se visita en su
interior mediante una escalera de caracol levantada en el centro. Un rato (que
se me hizo muy corto) intenso y vibrante. Yo recomiendo a quien guste de
descubrir España palmo a palmo, en las reliquias arquitectónicas de su esencia
histórica, que aproveche ahora para llegarse hasta San Pedro de Rodas. El
monasterio benedictino más oriental de España, levantado sobre una espléndida montaña,
con vistas inolvidables sobre el golfo de Rosas, España a un lado, al otro
Francia. Y deambule por sus salas, su templo, sus patios, sus claustros y su
entorno de bosque, de fuentes y clamores.
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