28 de septiembre de 2015

Admirando Zafra

El castillo de Zafra, visto desde Levante, llegando desde Hombrados.
Antonio Herrera Casado  /  1 Mayo 1994

En la altura del Señorio molinés, llega mayo con fuerza y con sol: un día espectacular acoge a los viajeros, que se disponen a visitar el castillo de “irás y no volverás”, porque antes de ir sabían que era espectacular y cuando han vuelto, lo han hecho con las ganas de no irse.

En término de Campillo de Dueñas, pero con el mejor acceso desde Hombrados, los viajeros han atravesado anchas praderas que ya están verdes por las primeras lluvias de la primavera, y que muestran a su derecha, asomando entre los esponjados quejigares, los roquedos amenazantes y atrevidos de la Sierra de Caldereros. Finalmente, y cuando una tranca les cierra el paso del automóvil, en medio del camino, no tienen más remedio que echar pie a tierra y acercarse andando (poco más de un cuarto de hora) hasta la mole espectacular del castillo de Zafra.

Desde el siglo XII está en lo alto de la roca, que ya de por sí es una fortaleza, este castillo que mandaron construir los primeros señores de Molina, tras promulgar su fuero y constituirse en estado independiente en el centro de la península. Un enorme peñón sobre las empinadas laderas, del rojizo color del rodeno ibérico, sirve de apoyo a una fortaleza construida con sillarejo y sillares, en la que destaca un pequeño muro sobre el cortado, y algunas torres defensivas y habitacionales.

La más grande de esas torres es la del homenaje, la que sirvio de habitación a los defensores del castillo. Es de irregular planta con seis lados, y en su interior hay tres pisos, enlazados por escalera de caracol, siendo el superior una terraza desde la que se observan –dicen- espléndidos panoramas.

Los viajeros han quedado abajo, sobre la hierba, contemplando la fiereza de la silueta. Es muy difícil subir a ella, sobre todo si no se tienen las llaves de la puerta metálica que le ha puesto la propiedad para acceder. El castillo perteneció a los señores de Molina, condes de Lara, y luego a los reyes de España, como señores del territorio. En 1972, el Estado español, propietario de las ruinas, lo puso a la venta y lo adquirió don Antonio Sanz Polo, estudioso molinés que se gastó sus caudales en restaurar la fortaleza, con el evidente buen resultado que ahora los viajeros contemplan.

En 2015 ha servido de fondo idílico para rodar escenas de la serie televisiva norteamericana “Juego de Tronos”. El ámbito misterioso, solitario, y la silueta espectacular del castillo, han sido los elementos más apreciados para esta elección. La historia del castillo, muy interesante, apenas si tiene peso en la elección.

Porque los viajeros han tenido también un recuerdo a esa historia, en la que prima el esfuerzo defensivo de los señores molineses frente al acoso del rey de Castilla, Fernando III, quien empleando su paciencia a fondo, hizo mella en las reservas del molinés, y éste finalmente se rindió. Mediante los buenos oficios de doña Berenguela, madre del monarca, ambas partes acordaron una salida al conflicto, conocida en los anales históricos como la concor­dia de Zafra. En élla se establecía que el heredero del señorío, el primogénito de don Gonzalo, quedaba desheredado (y así le llamaría luego la historia a Pedro Gonzalez de Lara), siendo proclamada heredera la hija del molinés, doña Mafalda, quien se casaría con el hermano del Rey, el infante don Alonso, y de este modo la intervención de la Corona de Castilla se hacía un tanto más efectiva sobre los asuntos del rebelde señorío de Molina.


El castillo de Zafra, elevado sobre potente roca en el corazón del territorio molinés, bien podría ser la estampa clave de una España eterna y resuelta: de un país hecho de guerras y acuerdos. En todo caso, y olvidando cualquier atisbo literario, lo que tiene claro el viajero es que merece la pena hacer un viaje, a través de los campos limpios y silenciosos de la paramera molinesa, hasta este castillo espléndido, siempre sorprendente, y cuajarse la memoria –como lo hizo la de los viajeros para siempre- de esa silueta valiente y esas almenas, torreones y roquedos severos y espectaculares.

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