1 de noviembre de 2015

Viaje al románico de Rusia

Parte de las iglesias y monasterios de Suzdal.

Antonio Herrera Casado  /  10 Octubre 1988

La visita de un país grande y pluriforme como es Rusia, integrada hoy en el complejo político de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, tiene numerosos alicientes para quien con ojos occidentales lo mira. Comulga en muchas aspectos de la Europa en que vivimos, y tiene a su vez rasgos fuertes que le ha prestado su carga oriental de cultura y civilización.


     Para el turista que se pasea por Rusia no será el paisaje lo que más llame su atención. Es monótono y repetitivo, llano como la palma de la mano, estepario aunque en ciertos momentos del año, como la primavera y el verano, cubre sus campos de un verdor restallante, mientras que durante el invierno todo se torna blanco y en el otoño las nieblas y la llovizna perenne deja a la Naturaleza teñida de un gris melancólico.


     Las gentes rusas, calladas y amables, educadas y respetuo­sas, dan latido a este país de uniforme concepción social y que, contra la frase habitual, no es de contrastes, sino de una uni­formidad a veces agotadora. En una visita reciente a este hermoso país, nos hemos fijado, con los ojos de quien analiza las huellas del hombre por donde quiera que va, en los aspectos arquitectóni­cos y urbanísticos de las ciudades rusas, y muy en especial de su capital, Moscú.


     La arquitectura tradicional rusa se ha mantenido en muchos lugares. Tras la revolución de octubre de 1917, perecieron nume­rosos templos, palacios y obras de arte que representaban un pasado denostado. Los que se conservaron, han visto hoy restaura­das sus siluetas y revitalizado el esplendor de su primitiva creación. Algunas iglesias, incluso, se dedican al culto, que es denso, popular, emanado del corazón ancestral de un país que acaba de conmemorar el Milenario de su bautismo o cristianización.

Quizás lo más característico de la arquitectura pretérita ru las iglesias ortodoxas rematadas en una o varias cúpulas en forma de cebolla. Decoradas estas cúpulas con tonos azules salpicados de estrellas, o revestidas de chapas de oro, se ven por todas partes. En Moscú, sorprende encontrar en lo alto de la colina del Kremlim un fastuoso conjunto de estos templos, reducto primitivo de la gloria de los zares. En Suzdal, pequeña ciudad a unos 200 kilómetros al norte de la capital, se encuentran a decenas. También en Vladimir las hemos visto, y en pequeños lugares aislados de la estepa, como la del monasterio de Schezno­vo, el santuario de Bogolioubovo y tantos otros.


     El conjunto de Suzdal es impresionante. En un radio que no supera los 3 kilómetros, rodeada de las antiguas murallas, en medio de un paisaje que en octubre ya es blanco de escarchas y de hielos, surge la ciudad que aun posee 50 iglesias diferentes. Títulos evocadores de un pasado piadoso: la catedral de la Nati­vidad de la Virgen centra el Kremlim de este lugar, con muchos detalles románicos, finas columnas decoradas, capiteles en los que apare­cen leones, personajes circenses, cabezas de profetas, etc. En este templo, las "puertas de oro" son los elementos más impresio­nantes del conjunto, con un maravilloso muestrario de la escul­tura bizantina sobre bronce y oro, del siglo XIII.


     Por el resto de la ondulada geografía de Suzdal se extienden salpicados, entre las viejas casas de los artesanos y labradores, los templos de la Entrada en Jerusalem, de la Resurección de Cristo, de San Lázaro, de San Antipas, del Santo Emperador Cons­tantino y Santa Elena, de la Deposición del Manto de la Virgen, o varios monasterios como el famoso de la Intercesión de la Virgen o de Pokrovsky, hoy convertido en entrañable y acogedor Hotel‑ Museo.


La iglesia románica de San Demetrio, en Vladimir.
     Sin embargo, a nuestro parecer, el mas hermoso de los tem­plos de la antigua Rusia se encuentra en la ciudad que fuera durante siglos la capital del país, anterior incluso a Moscú. Se trata de la igle­sia de San Dimitri en Vladimir. En lo alto de la población, junto a la actual catedral, este edificio se alza en solitario, rodeado de arboledas. Fué mandado construir por el zar Vsévolod III, entre 1194 y 1197. Cuando recibió el bautismo este jerarca fué bautizado con el nombre de Dimitri, y en honor del santo levantó lo que había de ser la capilla de su palacio. Se trata de un espacio único, con planta de cruz griega, cubierto de una cúpula central. Sus fachadas son de piedra blanca finamente tallada, divididas en tres parcelas por finas pilastras y rema­tando en semicírculos que en arquitectura rusa se denominan "zakomar". La decoración de sus muros es sor­prendente, toda élla con un aire románico puro, muy occidental, aunque con una riqueza y variedad de temas que hace evocar lo oriental.


     En este templo de San Dimitri, en Vladimir, vemos tallados muchos animales (leones, panteras, jirafas, etc.), entrelazos vegetales, una escena de la "Ascensión de Alejandro Magno" tomada de un popular cantar de gesta medieval, escenas diversas de glorificación del príncipe Vsévolod en la fachada norte, mientras que en la sur aparece el jerarca rodeado de su corte, arrodilla­da, o los trabajos de Hércules, entre éllos la lucha del héroe contra el león de Nemea, mas el Rey David tocando la lira, el Juicio Final, multitud de santos, de profetas, de ángeles, de apóstoles, etc.


     Si no podemos decir que el arte ruso medieval sea muy rico o abundante, sí es cierto que existen suficientes muestras, al menos de la época románica, que justifican el viaje y la peregri­nación cultural en busca de las huellas de antiguas generaciones, tan distintas de las actuales, que dan a la arquitectura rusa todo su valor. 


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