Parte de las iglesias y monasterios de Suzdal. |
Antonio Herrera Casado / 10 Octubre 1988
La visita de un país grande y pluriforme como es Rusia, integrada hoy en
el complejo político de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, tiene
numerosos alicientes para quien con ojos occidentales lo mira. Comulga en
muchas aspectos de la Europa en que vivimos, y tiene a su vez rasgos fuertes
que le ha prestado su carga oriental de cultura y civilización.
Para el turista que se pasea
por Rusia no será el paisaje lo que más llame su atención. Es monótono y
repetitivo, llano como la palma de la mano, estepario aunque en ciertos
momentos del año, como la primavera y el verano, cubre sus campos de un verdor
restallante, mientras que durante el invierno todo se torna blanco y en el
otoño las nieblas y la llovizna perenne deja a la Naturaleza teñida de un gris
melancólico.
Las gentes rusas, calladas y
amables, educadas y respetuosas, dan latido a este país de uniforme concepción
social y que, contra la frase habitual, no es de contrastes, sino de una uniformidad
a veces agotadora. En una visita reciente a este hermoso país, nos hemos
fijado, con los ojos de quien analiza las huellas del hombre por donde quiera
que va, en los aspectos arquitectónicos y urbanísticos de las ciudades rusas,
y muy en especial de su capital, Moscú.
La arquitectura
tradicional rusa se ha mantenido en muchos lugares. Tras la revolución de
octubre de 1917, perecieron numerosos templos, palacios y obras de arte que
representaban un pasado denostado. Los que se conservaron, han visto hoy
restauradas sus siluetas y revitalizado el esplendor de su primitiva creación.
Algunas iglesias, incluso, se dedican al culto, que es denso, popular, emanado
del corazón ancestral de un país que acaba de conmemorar el Milenario de su
bautismo o cristianización.
Quizás lo más característico de la arquitectura
pretérita ru las iglesias ortodoxas rematadas en una o varias cúpulas en forma
de cebolla. Decoradas estas cúpulas con tonos azules salpicados de estrellas, o
revestidas de chapas de oro, se ven por todas partes. En Moscú, sorprende
encontrar en lo alto de la colina del Kremlim un fastuoso conjunto de estos
templos, reducto primitivo de la gloria de los zares. En Suzdal, pequeña ciudad
a unos 200 kilómetros al norte de la capital, se encuentran a decenas. También
en Vladimir las hemos visto, y en pequeños lugares aislados de la estepa, como
la del monasterio de Scheznovo, el santuario de Bogolioubovo y tantos otros.
El
conjunto de Suzdal es impresionante. En un radio que no supera los 3
kilómetros, rodeada de las antiguas murallas, en medio de un paisaje que en
octubre ya es blanco de escarchas y de hielos, surge la ciudad que aun posee 50
iglesias diferentes. Títulos evocadores de un pasado piadoso: la catedral de la
Natividad de la Virgen centra el Kremlim de este lugar, con muchos detalles
románicos, finas columnas decoradas, capiteles en los que aparecen leones,
personajes circenses, cabezas de profetas, etc. En este templo, las
"puertas de oro" son los elementos más impresionantes del conjunto,
con un maravilloso muestrario de la escultura bizantina sobre bronce y oro,
del siglo XIII.
Por
el resto de la ondulada geografía de Suzdal se extienden salpicados, entre las
viejas casas de los artesanos y labradores, los templos de la Entrada en
Jerusalem, de la Resurección de Cristo, de San Lázaro, de San Antipas, del
Santo Emperador Constantino y Santa Elena, de la Deposición del Manto de la
Virgen, o varios monasterios como el famoso de la Intercesión de la Virgen o de
Pokrovsky, hoy convertido en entrañable y acogedor Hotel‑ Museo.
La iglesia románica de San Demetrio, en Vladimir. |
Sin
embargo, a nuestro parecer, el mas hermoso de los templos de la antigua Rusia
se encuentra en la ciudad que fuera durante siglos la capital del país, anterior
incluso a Moscú. Se trata de la iglesia de San Dimitri en Vladimir. En lo alto
de la población, junto a la actual catedral, este edificio se alza en
solitario, rodeado de arboledas. Fué mandado construir por el zar Vsévolod III,
entre 1194 y 1197. Cuando recibió el bautismo este jerarca fué bautizado con el
nombre de Dimitri, y en honor del santo levantó lo que había de ser la capilla
de su palacio. Se trata de un espacio único, con planta de cruz griega,
cubierto de una cúpula central. Sus fachadas son de piedra blanca finamente
tallada, divididas en tres parcelas por finas pilastras y rematando en
semicírculos que en arquitectura rusa se denominan "zakomar". La
decoración de sus muros es sorprendente, toda élla con un aire románico puro,
muy occidental, aunque con una riqueza y variedad de temas que hace evocar lo
oriental.
En
este templo de San Dimitri, en Vladimir, vemos tallados muchos animales
(leones, panteras, jirafas, etc.), entrelazos vegetales, una escena de la
"Ascensión de Alejandro Magno" tomada de un popular cantar de gesta
medieval, escenas diversas de glorificación del príncipe Vsévolod en la fachada
norte, mientras que en la sur aparece el jerarca rodeado de su corte, arrodillada,
o los trabajos de Hércules, entre éllos la lucha del héroe contra el león de
Nemea, mas el Rey David tocando la lira, el Juicio Final, multitud de santos,
de profetas, de ángeles, de apóstoles, etc.
Si no
podemos decir que el arte ruso medieval sea muy rico o abundante, sí es cierto
que existen suficientes muestras, al menos de la época románica, que justifican
el viaje y la peregrinación cultural en busca de las huellas de antiguas
generaciones, tan distintas de las actuales, que dan a la arquitectura rusa
todo su valor.
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