14 de agosto de 2021

Una vuelta a la isla de Menorca

Antonio Herrera Casado  /  14 Agosto 2021

Tiene la menor de las grandes Baleares un total de 700.000 Km2 y 216 de recorrido por la costa, que puede hacerse en 20 etapas a través del “Camí de Cavalls” o travesía que lleva al caminante por todos los vericuetos de la costa. En ella los roquedales oscuros, las manchas de pino y acebuches, o las torres vigías, serán habituales decorados en nuestro camino.


Plano de la isla de Menorca

Pero en esta ocasión hemos girado una visita rápida, de cuatro días, con coche alquilado, a este enclave que está ya declarado “Reserva de la Biosfera” y en cada rincón u horizonte nos sorprende el cuidado, la limpieza, el mimo personalizado qu3 los habitantes de la isla conceden a sus entornos representativos.

Son estos tres fundamentales: el paisaje costero, la arqueología y los entornos habitados. En el primero, hemos quedado sorprendidos por los faros silenciosos y llamativos que en diversas esquinas de la isla encontramos. Entre ellos, el Cabo de Favaritx, sobre un paisaje desolado de roca pizarrosa y ante un mar que todo lo abraza, aún dentro del Parque Natural de la Albura de Es Grau; también es espectacular, por el lugar de emplazamiento, sobre los eminentes acantilados de la punta norte de la isla, el faro de Cavalleria; o el de Artruxt, en la extremidad suroccidental de Menorca. Pero aún cabe admirar otra visión (escasa en dimensiones, pero intensa en belleza) de sus calas y escasas playas. Menorca es una isla para ser visitada y disfrutada desde un barco, desde el mar. Y así se podrá llegar más fácilmente a la Cala Blanca, a la Cala Gandara o a la cala En Porter, por decir de las más famosas, aunque varias decenas de ellas, mínimas y pintadas del azul turquesa de sus aguas calmas. Los acantilados que tienen una media de 50 metros de alto, y que en general conforman el entorno todo de la isla, son ese otro elemento que la caracteriza.



La Cala Gandara, en la Costa Sur de Menorca.


La arqueología tiene unos valores muy altos, para quienes gustan del hallazgo de elementos del remoto pasado. En espera de la declaración como Patrimonio de la Humanidad del conjunto (son unos 200 enclaves) de sus Poblados Talaióticos, el viajero ha de visitar al menos 3 lugares fundamentales. A mí me han gustado especialmente la Naveta des Tudons, en los alrededores de Ciudadela, como edificio antiquísimo (dicen que el monumento más antiguo de la actual Europa) destinado al enterramiento; el conjunto de cavernas de la necrópolis de Cala Morell, al norte de la isla, y el poblado de Talatí de Dalt, emblema entre otros muchos de lo que fue un hábitat múltiple, endogámico, cuajado de ritos, de monumentos singulares y únicos, de memoria larga y tan profunda que aún no se ha llegado a desentrañar del todo. 



Aspecto del entorno de taula de Talat de Dalt

De los entornos habitados de Menorca, dos son las ciudades que destacan y merecen recorrerse a pie, y en calma, para irle sacando el jugo de sus largas historias. Una es Mahón, la actual capital, y otra Ciudadela, que fue la ciudad principal, en siglos pasados, hasta que el dominio inglés de la isla (en el siglo XVIII) dejó allí la catedral, el núcleo episcopal y la rancia aristocracia isleña en sus enormes palacios, trasladando la capitalidad a Mahón, donde su puerto enorme, largo de 6 Kms. y perfecto de estructura portuaria, tuvo mucho que decir en la evolución menorquina hasta el día de hoy.

Mahón se puede patear sin problemas en toda su extensión. Nosotros disfrutamos de un pequeño hotel muy céntrico, el San Roc, que es Hotel Boutique con lo que ello significa de exclusividad, atención personalizada y utilización de un viejo edificio clásico: desde allí, a dos pasos del Ayuntamiento, cuatro de la iglesia de Santa María, ocho del Mercado de la Pescadería, diez del claustro (hoy comercial) del Carmen, y doce del Museo de Menorca, se pueden recorrer sus calles entrañables y provincianas como el Bastión, les Moreres, el Carrer Nou o la plaza de Colom, cuajadas siempre de gente que charla y pasea. 

Mahón tiene, además, puestos a revelar su entraña turística, un lugar único y admirable, el puerto. En sus muelles atracan, durante el verano, los más espectaculares yates que pueden verse, y en las terrazas de su muelle de Baixamar o de Llevant se abren las terrazas que ofrecen un sinfín de especialidades marineras. Por los altos, la ciudad se nutre de paseantes en las estrecha callejas, y a mediados de agosto se hace difícil encontrar un sitio, al atardecer, donde poder sentarse a charlar y picotear.



El puerto de Mahón, visto desde el mirador del Carmen


Ciudadela es, por el contrario, un lugar más tranquilo, cargadas sus viejas estancias de palacios e iglesias, de soportales típicos y plazas íntimas. Un aire nostálgico y también marinero que desde la plaza des Born se asoma al largo puerto, en cuyos muelles también se puede degustar la variedad inacabable de mariscos y pescados del entorno. Y por añadir un lugar más de visita y disfrute gastronómico, no debe olvidarse Fornells, también presidiendo desde su costado occidental la gran bahía. Esos tres lugares, que antaño fueron acojo de marinos y militares, son hoy el lugar urbano de disfrute y encuentros.

Pero al conjunto de las tres razones primarias que invitan a conocer Menorca (la costa, la arqueología, sus ciudades) está algo más, indefinible, y que roza lo irracional, para decir que es un lugar en el que a uno le gustaría quedarse, porque tiene la justa razón en distancias, visiones y ofertas de memoria antigua. Una razón más de las que España puede esgrimir, cuando algunos decimos de ella que es el mejor lugar del mundo donde poder vivir.

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