1 de enero de 2012

La Ruta de las Caras de Buendía


Caras orientales en los pinares de Buendía

Antonio Herrera Casado / 21 Junio 2008
El verano es momento ideal para descubrir nuevos caminos. Aunque a veces el verano “se pasa” un poco, y acaba amenazando la integridad de los viajeros con su calor excesivo en esta Alcarria sin sombras y sin agua.
La aventura de los viajeros por la orilla del embalse de Buendía no quedó sin premio, a pesar de la amenaza de deshidratación y agotamiento. No fue el mejor día el elegido, y por eso desde aquí recomiendo que quien se aventure por esta “Ruta de las Caras” que ahora cuento, lo haga en época de calma y bonanza otoñal.
El viaje es cómodo desde la Alcarria guadalajareña, porque saliendo desde Sacedón, en poco más de un cuarto de hora se llega a Buendía y allí, tras reponer fuerzas, y a través de un bien señalado camino que parte desde el frontón y la muralla antigua, a través del paraje de La Cespera, se van ganando los cruces y postes señalizadores hasta que sin más problema se llega al bosquecillo donde se deja el coche y se inicia, andando a través del pinar, la “Ruta de las Caras” que es algo distinto a todo lo que haya visto hasta ahora. Una oferta de turismo y sorpresa por la Alcarria más clásica y desconocida a un tiempo.

Buendía condal

La historia tiene sus bazas y las expone sin rubor. Cuando se llega a Buendía nos da la idea de un pueblo denso, agazapado, de calles estrechas y empinadas, todas cuajadas de historia. No es un error, es la realidad: fue villa importante, que tras su añeja fundación, y ya fortificada y rodeada de muralla, se la donó el rey Enrique III al fundador del linaje de los Acuña en 1397, con autorización de la reina Catalina, señora de Huete. Con esta donación, el monarca premiaba sus servicios “en emienda de la merced que yo le habia de facer por lo que perdió en Portugal por mi servicio” en el momento en que se incorpora a Castilla trayéndose consigo “cien lanzas, las mejores de Portugal”. Casó este señor con Teresa Carrillo de Albornoz la cual “truxo gran patrimonio en dote”, pues poseía extensos territorios en esta zona de la Alcarria cercana a Huete. Se creó un mayorazgo con las villas de Buendía y Paredes y se le entregó a su hijo mayor Pedro de Acuña y Albornoz.
Este caballero, en mitad del siglo XV, época de luchas intestinas por toda Castilla, con una monarquía debilitada y una nobleza prepotente y levantisca. Recibió el título de conde de Buendía en 1475, casi a la par que don Iñigo López de Mendoza el marquesado de Santillana. Eran grupos emergentes con muy amplios apoyos de familiares y grupos. Ese título le llegó por los apoyos que, al igual que los Mendoza, dio a los Reyes Católicos en momentos difíciles. Siempre pasando de padres a hijos, en el mismo linaje de Acuña, a finales del siglo XVI la villa de Buendía es próspera, muy poblada, animada de comercio y riqueza. Tiene 900 vecinos y eso supone una población de más de 3.500 habitantes, lo que para la época era descomunal enclave, capital junto con Huete de la baja Alcarria. Se levantaron templos, picota, ayuntamiento, murallas y ermitas. La línea principal de los Acuña perdió capacidad generadora, y hubieron de sucederles los Sandoval, llegando a ser décimo conde don Luis Folch de Cardona de Aragón y Fernández de Córdoba, cuya hija Catalina de Aragón (la que se consideraba en su tiempo la más rica heredera de España) sucedió en el condado. Esta casó con el entonces duque de Medinaceli, don Juan Francisco de la Cerda, en cuya quedó esta villa, su señorío y la entrega de sus impuestos, hasta la disolución de este Antiguo Régimen en las Cortes de Cádiz.
Tal historia y tanto movimiento dejaron a Buendía cuajada de monumentos, de interesantes edificios y, sobre todo, de una estructura urbana que hoy es muy complicada para transitar en coche, pero ideal para caminarla y disfrutar con sus cuestas, sus callejuelas estrechas, sus placitas recoletas, y siempre la muralla, y sus portones, amenazando por todos lados. Tuvo una de las mejores picotas de la Alcarria, según consta en un grabado de Salcedo de 1890, pero la tiraron en su día y hoy ha sido suplida por otra… que mejor que no la hubieran hecho, porque les ha salido pálida.
Tras visitar el pueblo, la iglesia por dentro, el Ayuntamiento por fuera, las murallas y el Museo del Carro, los viajeros pasan a comer a un restaurante que descubren para su fortuna: es “La Casa de las Médicas”, donde además de un ambiente acogedor se encuentran con las suculencias de la tradicional cocina alcarreña, pero con una presentación de diseño. Todavía si se quiere saber más de este pueblo, nada mejor que hacerse con el libro que hace unos años escribió Francisco Bogliolo, francés descendiente de la villa, y magnífico escritor y viajero por diversos continentes, que retrató en diversos relatos cortos y magistrales la historia, el costumbrismo y el alma de Buendía. Se titula “Lindes y suertes de Buendía”, y es un complemento obligado para este viaje.

La ruta de las Caras

Fuera ya de la villa, los viajeros se deciden a visitar la “Ruta de las Caras”. Algo moderno y recién surgido, que sirve de complemento para este paseo por la geografía y la historia de la Alcarria. Hacer esta Ruta supone irse hasta el pinar, de repoblación, en la orilla izquierda del ahora medio seco embalse de Buendía sobre el valle del río Guadiela.
Misterio y leyendas en las Caras de Buendía
Desde hace unos cuantos años, [desde 1992 concretamente] los madrileños Eulogio Regillo y Jorge Maldonado se dieron a tallar, con monumentales rostros, las rocas oscuras y blandas de este pinar. Los paseos por él eran peligrosos, al estar muy en cuesta y en los bordes del pantano. Pero su pasión artística, y lo bien elegido de los temas y los lugares, dieron paso a un verdadero museo de escultura natural, al aire libre, por lo que enseguida encontraron el apoyo del municipio, y el acondicionamiento del lugar para las visitas. Hoy existen carteles, paneles informativos, postes direccionales, y sendas bien marcadas.
Lo primero que tallaron fue una cara que, sin saber muy bien de qué iba, dieron ellos mismos en llamar “la monja”. Cara mofletuda, sonriente, ceñida arriba y abajo y a los lados por una tela o cenefa que la limitaba. De ahí que, animados, siguieran tallando caras y símbolos, relacionados todos con las religiones que pueblan el mundo. Y así, cuando los viajeros van entre los pinos y las oscuras rocas descubriendo tallas, se encuentran con rostros hieráticos, pero perfectos, de gentes como el Chamán, Krisna, la Cruz de los Templarios, y un tal Chemari que puede ser elevado a los altares (del arte rupestre) en cualquier momento. Además hay, junto a las aguas del pantano, una gran calavera tallada en relieve, y la cabeza de Beethoven entre las ramas de los pinos.
Un primer paseo nos lleva por lo fácil, desde la Moneda de Vida al Chamán. Pero muy bien indicado hay un segundo periplo, más largo, aunque también cómodo, que lleva hasta la Calavera. En total, 30 esculturas de más de tres metros de altura sobre las rocas del pinar de Buendía.  La que más les llevó fue la imagen del Chamán, en la que estuvieron entretenidos los escultores durante 4 años, que se dice pronto. Además están el Duende indio, y el Duende de la Grieta.
Una de las cosas que más impresión causó a los viajeros, fue la vida que irradian estas caras. Son severas, hieráticas, pero parecen tener un latido detrás, como si hubiera sangre dentro, o pensamientos, miradas fijas y sabias… en todo caso, yo aconsejo a mis lectores que se acerquen a Buendía y den un paseo por este entorno, fácil de encontrar y para todas las edades (aunque, repito, nunca en día veraniego de 35º porque se siente sed y se va la cabeza).

1 comentario:

  1. Has hecho un reportaje precioso Antonio. Cierto es, que Buendía reune todas las condiciones para pasar una jornada estupenda, una, dos y tres, porque tiene muchas cosas que visitar. El caserío es extraordinario, pero el paisaje, si cabe lo es aún más. Tengo buenos amigos allí, si quieres un día quedamos y comemos juntos. Un abrazo y feliz 2012. Miguel Romero

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