4 de enero de 2012

Un paseo por Münich, acabando en la Hoffbräuhaus

La Marienplatz de Münich,
con el Ayuntamiento nuevo y la Catedral,
vistos desde la torre de San Pedro

Antonio Herrera Casado / 17 febrero 1999
La Sociedad Hispano-Alemana de médicos y cirujanos especialistas en Otorrinolaringología celebra una reunión cada dos años. Alternan las sedes en España y Alemania. En la ocasión en que toca España (donde los alemanes acuden felices a pasar unos días al sol jugando al golf) se centra la reunión en aspectos lúdicos. Cuando toca Alemania, las sesiones se celebran en un Hospital de las afueras de alguna gran ciudad, empezando a las 7:30 de la mañana y acabando a las 8 de la tarde, viendo operaciones, leyendo casos, aprendiendo el manejo de algún nuevo aparato, y descansando media hora a mediodía para comer. Este año hemos venido a Munich, la capital de Baviera, en pleno mes de febrero (qué más daba la fecha, si lo hemos pasado casi íntegramente dentro del Hospital Central Unversitario?) Kastenbauer estaba feliz, y nosotros aprendimos algo más de la microcirugía de los nervios periféricos.
Pero los españoles hemos conseguido sacar un par de horas al mediodía para ir en Metro al centro, a la vieja ciudad de Münich, y allí pasarnos por Franziskaner a comernos unas salchichas blancas (las Weissbrüst) y beber cerveza de trigo, y de paso echarle un vistazo a la Plaza Mayor donde está el espectacular edificio del Ayuntamiento, joya de la arquitectura gótica bávara. Muy cerca está la mole de la Marienkirche, la catedral de la ciudad, dedicada a la Virgen María (en Baviera hay mayoría de católicos) y que aparte de su gran volumen no tiene apenas nada interesante en su interior. Deambulamos por el pulido centro, miramos (por fuera) el teatro de la Ópera, donde empiezan las diarias sesiones a las 6 de la tarde, para que a las 9, ya noche cerrada, y todo en silencio, se pueda marchar cada uno a su casita.
A los amantes del arte, les recomiendo que no dejen en ningún caso de ver la Asamkirche, una iglesia realmente impresionante, claro exponente del arte barroco. Se construyó en la primera mitad del siglo XVIII por los hermanos Asam y está dedicada a San Juan Nepomuceno. La decoración de esta iglesia se encuentra recargada al máximo, siendo un claro ejemplo de toda la teatralidad del barroco bávaro, cuajados sus muros de mármoles y santos expresivos, sufrientes, volantes… evidentemente, es una iglesia católica. Está en la calle Herzog Wilhelm, muy cerca de la gran plaza.
El viajero ante el Hospital Universitario de Münich,
a las afueras de la ciudad, donde acudió a las clases
del Curso y Congreso Hispano-Alemán de ORL
Por allí está también la iglesia dedicada a San Pedro, la Peterskirche a la que, por ser la más antigua de la ciudad, le llaman cariñosamente Alter Peter. A comienzos del siglo XII, sobre una pequeña colina, antes incluso de que existiera la ciudad, ya estaba San Pedro siendo venerado en una mínima capilla. Originalmente románica, a finales del XIII se reconsturyó en estilo gótico y en el XVII, en pleno apogeo de la ciudad mercantil, le levantaron la gran torre, que tiene 302 escalones, y que merece la pena subírselos para desde arriba, asomado a un minibalcón, entre las campanas, ver la perspectiva de la gran plaza muniquesa, la Marienplatz, y el contorno de la ciudad, que es, evidentemente, absolutamente plana. Solo resaltan, aquí y allí, algunas torres, como las cercanas del Ayuntamiento nuevo y la catedral, y algo más lejos la torre de comunicaciones del parque olímpico, y las metálicas y espectaculares torres de  la oficina central de la BMW. Como todo en Münich, esta iglesia fue reducida a escombros por los bombardeos de los aliados en 1945. De cualquier monumento que se hable en esta ciudad, la coletilla de su historia y descripción es siempre la misma: destruida en 1945, fue reconstruida posteriormente conforme a su estructura original. Muchas veces, en los folletos de turismo alemanes, ni siquiera dicen quien fue el destructor del monumento, o por qué se destruyó… es algo que los alemanes no quieren recordar.
Y el paseo de por la tarde, acabadas las sesiones del Congreso, ha de ir obligadamente a la Staatliches Hofbräuhaus am Platzl. Se llega en Metro a la plaza mayor de la ciudad, y de allí a cinco minutos andando, pasando por delante del edificio del viejo Ayuntamiento, se llega al monumental casón de la Cervecería más famosa del mundo, la HB como la resumen los muniqueses. Construida en 1589, nació para proveer de cerveza blanca (la weissbier) al gran duque Guillermo V de Baviera, y desde 1828, por decreto del rey Luis I (el rey loco de Baviera) se abrió al público, trasladando la fábrica a Haidhausen. Tan grande fue el éxito de bebedores y visitantes, que hubo que hacer un edificio nuevo, inaugurado en 1897, y diseñado por Max Littman, quedando el edificio tal como hoy se ve (planchado previamente en 1945 por la aviación yanki, y luego reconstruido tal cual) y despertando la admiración de quien entra. Es tan grande la cervecería, que en sus salones caben más de 1.300 personas sentadas, a lo largo de sus mesas corridas, en las que los parroquianos se alinean unos junto a otros, según van llegando. En el buen tiempo, se abre el biergarten, también muy amplio, y para los eventos superespeciales, como la Oktoberfest, se habilita el “salón de abajo” donde aún se sientan mil personas más.
Ambiente del interior de la Hoffbräuhaus de Münich

El sitio es impresionante: salones amplios, techos muy altos, cubiertos de pinturas bávaras, alegres y de colores. En el centro de los pasillos, una orquesta tocando las melodías optimistas del Tirol, y por todas partes camareras rubias, superforzudas, llevando las jarras de cerveza de nueve en nueve, en sus dos manos (algunas hacen trampa y las apoyan sobre los pechos, que suelen ser también muy generosos). Se hacen amigos enseguida, y se pide “eine bier” para cada uno de los que se sientan, trayendo al rato una jarra de litro. Aquí no hay medias raciones. Se suele pedir algo más de lo que la carta ofrece, que no va más allá de las salchichas (blancas, negras, marrones o amarillas) y el choukrut o el codillo. Y a cantar que son dos días… Algunas recomendaciones especiales para los que llegan nuevos: aguantar como sea las ganas de ir al water, porque si se deja el sitio libre, te lo ocupan de inmediato, y dejar siempre aunque sea un culín de cerveza en la jarra, porque como pase la camarera y la vea vacía, te suelta otro litro sin más preámbulos. Se calcula que en sus salones se sientan diariamente unas 35.000 personas, la mitad de ellas turistas (los japos empiezan a ser paisaje habitual, y masivo, de todos estos sitios) pero los muniqueses que van a menudo tienen unas pequeñas taquillas en las que guardan sus propias jarras, de esas de estaño blanco, con tapadera, supergrandes y talladas de escudos, leones y mitología.
En este lugar ha palpitado la vida de Münich desde hace casi dos siglos. A diario. Y en sus salones han pasado cosas tan curiosas como la proclamación, en 1919, de la República Soviética de Münich, por unos cuantos seguidores alemanes de Lenin, quien al parecer dejó buenos recuerdos entre sus mesas, pues acudía con frecuencia en sus años de exilio. A partir de 1920 fue el lugar de reunión de los jóvenes bávaros vestidos con camisas y pantalones pardos, y que en 1923 proclamarían al austriaco Adolf Hitler como su líder, el cual siguió acudiendo a la HB siempre que visitaba Münich. La cervecería tiene su propio himno, el Hofbräushaus-Lied, que compuso en 1935 Wilhelm Gabriel y que las camareras van tarareando para crear ambiente.
La noche de febrero de 1999 en que la visité, iba acompañado de dos amigos y profesionales del congreso, Carlos Doñamayor y Fernando Alvarez de los Heros. Admirando el entorno, nos sentamos en medio de la barahúnda y pasamos un buen rato cantando y bebiendo nuestro litro de cerveza de trigo, acompañando a las obligadas salchichas pálidas. Al terminar, y con los abrigos puestos, salimos entre las mesas y nos sorprendió ver a un pequeño grupo de españoles, que también canturreaban coplillas con aire decididamente muniqués. Uno de ellos era Alfredo Pérez Rubalcaba, al cual, sin más protocolo que la alusión a que Fernando Alvarez había sido compañero de Colegio Mayor en sus años de estudiantes en Santiago, nos acercamos al grupo, se lo dijimos, y él amablemente quiso recordarlo, o al menos hizo el esfuerzo. Después de charlar cinco minutos con el exministro de Educación y sus acompañantes, que nos presentó como funcionarios del consulado español, nos fuimos retirando, con la mala suerte de que Fernando Alvarez, muy expresivo y gesticulante, se llevó por delante con el abrigo la jarra de cerveza de un muniqués tipo armario (2 x 2 m.) que por allí se apretujaba. Lo que empezó a soltar el bávaro por esa boca, al ver su jarra estrellada contra el suelo, será siempre un misterio para mí, pero evidentemente no era nada agradable. Nos quiso empujar, estrechar entre sus brazos (con ánimo al parecer poco cariñoso) y en esas tuvo que intervenir Herrn Doñamayor, y los acompañantes de “llamadme Alfredo” que en el idioma de Goethe consiguieron poner paz y pagarle al muniqués otra ronda. Como se ve, y por eso lo recuerdo aquí, la Hoffbräushaus de Münich es cita obligada para todo viajero que vaya a esta ciudad luminosa y alegre, en la que aparte de ella caben mil cosas de interés, como por ejemplo, la visita al Museo del Pueblo Alemán… pero eso lo dejo para otro día.

2 comentarios:

  1. Me ha encantado esta entrada, especialmente la descripción de la cervecería. Estuve en Munich hace unos 27 años y me quedé sin verla y sin subir a la torre, así que ya me has dado un buen motivo para volver. Un abrazo.

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  2. Yo, hace quince que estuve y fue poco.

    Bonita foto.

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