4 de marzo de 2012

En la biblioteca de El Escorial


El Salón de Impresos,
de la Biblioteca de El Escorial

Antonio Herrera Casado / 4 Marzo 1989
Vamos a recorrer el suntuoso camino del rey Felipe, sobre las oscuras losas de granito, atravesando el patio de los Reyes, bajo la mirada de los que lo fueran de Judea, hace más de tres mil años, y vamos a entrar al vestíbulo de bóveda plano, y subir las escaleras que a su derecha nacen, rumbo a la biblioteca real, el lugar en el que fray José de Sigüenza describiera el orden de los saberes y los pensares, y que con su mano prodigiosa Pellegrino Tibaldi pintara en las techumbres, y abajo entre los pupitres Diego Guzmán de Silva, Benito Arias Montano y Juan Páez de Castro revisaran las montañas de incunables y manuscritos que llegaban de toda España, y aún de Europa, para que ellos los pusieran en orden, y le resumieran al rey sus saberes.
Los viajeros han llegado a El Escorial en la mañana luminosa del invierno, y se han desayunado, café con churros, en el Miranda, esperando a que abran el monasterio. Solo quieren ver la biblioteca, porque es la cifra y el resumen del edificio. Suben escalones y atraviesan patios, se cuelan al fin bajo las bóvedas sonoras del Salón Principal o Sala de Impresos, que es el recinto mayor y más solemne de la compleja biblioteca escurialense, que dispone de otras salas, algunas cerradas siempre con siete llaves, donde se conservan los manuscritos más valiosos.

La techumbre de esta gran sala, que sorprende a los visitantes por su grandiosidad (más de 54 metros de longitud, 9 de anchura y 10 de altura) está completamente cubierta de pinturas al fresco, cobijando con orden un complejo programa iconográfico. En él ocupan la franja central las siete Artes Liberales, en forma de matronas: Gramática, Retórica y Dialéctica (que componían el Trivium) y Aritmética, Música, Geometría y Astrología (que formaban el Quadrivium). Como escenas subordinadas, aparecen bajo ellas los personajes insignes que las cultivaron, y las historias relacionadas con cada una. Por el friso de la sala se expanden catorce escenas, (dos por cada arte liberal) y sobre la cornisa se ve cómo cada una de esas artes se acompaña de cuatro sabios, escogidos entre los más señalados de cada materia. Aún lucen, en los testeros de la sala, dos grandes escenas que personifican a la Filosofía y a la Teología.
Los viajeros hablan bajo, escuchan con los ojos, se sienten en los alientos. Están maravillados del lugar, sobrecogidos por su belleza y misterio. Saben que la sala fue inspirada en la Biblioteca Laurenziana que Miguel Angel diseñara para el sabio Médicis en Florencia, en la que un salón único iluminado por ventanas bajas y balcones hiciera protagonista del lugar al hombre, razón de ser y medida del Universo, clave segura para comprender el Humanismo.
El monasterio de El Escorial
desde las campas de La Herrería
Esta biblioteca escurialense tiene reservado un lugar de honor en el conjunto polimorfo del monasterio y palacio de San Lorenzo de El Escorial. Se sitúa sobre el vestíbulo de la entrada principal, dando sus ventanas al patio de los Reyes, por donde acceden los laicos al conjunto. El pavimento es de mármoles blancos y oscuros, y en la parte vaca del salón se encuentran cinco mesas de mármol pardo con cercos de bronce,  más dos veladores ochavados de pórfido,y algunos instrumentos científicos como esferas armilares, astrolabios y globos terráqueos. En los muros, ocupando los escasos huecos que dejan las vitrinas, óleos con imágenes de reyes (Carlos y Felipe sobre todos) y sabios de confianza (José de Sigüenza, en su hábito de jerónimo, sobre el monetario, y Arias Montano, entre otros).
Pasado el rato, los viajeros hundidos ya en el silencio de la admiración, y arrebatados en la alegría de su encuentro, vánse escaleras abajo y asoman por la ciudad, vislumbrando cúpulas y ábsides solemnes, perfilados del sol infante del invierno. Acaban la jornada, que dio para mucho, en los comedores de La Herrería, un lugar recomendable y tranquilo, rodeados del verde fragor de las campas del golf, de los fresnos tiritones, de las encinas copudas. Desde ellas se ve, a lo lejos, la mole gris y severa del monasterio. Del Escorial grandioso, al que nunca más volvieron, por dejar entera la memoria de este día.

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