14 de abril de 2012

Parada en el Monasterio de La Vid



Llegada al monasterio agustino de La Vid,
viendo enfrente el convento y la iglesia.

Antonio Herrera Casado / 6 junio 1999
Siguiendo el Duero, río arriba, los viajeros van de Valladolid a tierras de Soria. Pasado Aranda, en el valle ancho y riente, se encuentran las señales que indican que cerca hay un monasterio. No lo tenían previsto en su ruta, pero como no les suena de nada, piensan acercarse. A ver de qué se trata. Tras una ancha avenida de cipreses, se abre grandioso en su arquitectura, brillante en sus piedras, sonoro en la espadaña de sus campanas, el Monasterio de la Vid, antigua casa de monjes premonstratenses que tras mil vicisitudes, de siglos, es ahora casa de formación y seminario de la Orden de San Agustín.
El Monasterio se encuentra situado en la Carretera Nacional 122 que une Valladolid con Soria, a 18 Km. pasado Aranda de Duero, en dirección a Soria.

Empujamos la puerta de su fachada principal, y entramos en un ancho zaguán umbrío y fresco, con olor a humedades y papeles. No hay nadie. Seguimos camino hacia otro portón tras el que se adivina un claustro. Allí nos aparece enseguida un monje. Es el padre Serafín, el bibliotecario.Pasaba por allí, y no tiene inconveniente en explicarnos la historia de la casa, enseñarnos la biblioteca, los claustros.... a la iglesia no se puede pasar, nos dice. Hay una serie de elementos de alarma conectados que en este momento no es posible. ¡Otra vez será! Queda pendiente visitar el templo de La Vid en Burgos.
El padre Serafín nos sube a la gran biblioteca que regenta y cuida. Y nos explica que esta es una de las dos "Bibliotecas Provinciales" de la Provincia Agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de España. En los últimos años ha sido dotada de nuevos locales que han aportado el espacio que se necesitaba para el progresivo aumento de sus fondos: dos nuevos depósitos para libros, un depósito de revistas, sala de lectura y consulta, cámara de seguridad, locales para la administración y gestión de la Biblioteca... En total 2.765 metros lineales de estanterías y 523 metros cuadrados de superficie útil, protegidos por adecuados sistemas de seguridad y detección de incendios.
Mientras los viajeros pasean con el padre Serafín por el Claustro, este les explica un algo de la historia del lugar. El primitivo cenobio, ocupado por frailes premonstratenses, y edificado según los cánones del románico, se vio favorecido desde su fundación por la protección de los monarcas castellanos Alfonso VII, Alfonso VIII y sus inmediatos sucesores. En 1288 Sancho IV concedió a la comunidad los medios necesarios para renovar y ampliar el monasterio, adecuando las primeras construcciones a las necesidades de la abadía, de la que dependían entonces otras quince y que poseía ya un patrimonio territorial importante. En la Edad Media, los abades extendieron su poder más allá de los muros del monasterio, convirtiéndose en auténticos señores feudales, rectores en lo espiritual y en lo temporal de los canónigos y de sus vasallos.
Escudo heráldico del linaje mendocino,
que tanto ayudó a este monasterio
de La Vid, en Burgos.

En el siglo XVI se abrió otro gran capítulo de la historia de La Vid. Don Íñigo López de Mendoza, miembro de la familia condal de Miranda, consiguió en 1516 que el papa le concediese el nombramiento de abad comendatario. El deseo de convertir la abadía en el panteón de su familia, le llevó a proyectar y ejecutar profundos cambios en el edificio monástico. Se levantó entonces un nuevo claustro, sustituto del anterior románico, y se construyó la actual iglesia. Don Íñigo se ocupó además de la reforma religiosa de los canónigos vitenses, suprimiendo la perpetuidad en el gobierno de los abades que a partir de entonces fueron trienales.
Durante los siglos XVII y XVIII el monasterio se completó hasta adquirir las proporciones que hoy conserva. En esos doscientos años se construyeron nuevos claustros, tres cuerpos de la Iglesia, el coro, el refectorio y, finalmente, en 1798, la impresionante biblioteca que ahora regente el padre Serafín. En 1835 la Desamortización de Mendizábal acabó con este monasterio. Todo quedó vacío, abandonado, en ruina progresiva y expolio continuo.
En 1865 la abadía fue adquirida por la Provincia de Filipinas de la Orden de San Agustín, que la destinó a casa de estudio y formación de sus religiosos. De la Vid salieron centenares de misioneros que realizaron su tarea apostólica en Filipinas, donde fundaron y administraron pueblos, parroquias, iglesias, capellanías, escuelas, colegios y una universidad.
Aquí nació, en 1926, la Provincia Agustiniana de España, a la que se adjudicó, junto a otras casas, el monasterio de la Vid como centro de formación y estudio de la nueva Provincia. En la actualidad la antigua abadía, que continúa desarrollado una intensa labor cultural desde la Biblioteca, el Archivo y el Museo, se ha convertido en la sede del Noviciado Interprovincial de los Agustinos españoles y ha abierto sus puertas como centro de espiritualidad, no sólo al servicio de los religiosos, sino de todos aquellos que desean encontrar la Paz en medio del campo de Castilla, en un ambiente de espiritualidad.
Aunque no pueden los viajeros visitar la iglesia por dentro, sí que se enteran que el actual templo fue construido a partir de 1522 bajo la dirección de los maestros Sebastíán de Oria, Pedro de Rasines y Juan de Vallejo; y que fue patrocinada por el cardenal Iñigo López de Mendoza y su hermano el conde de Miranda. Como joyas principales, está la imagen gótica de Santa María de la Vid, de finales de siglo XIII y que preside la capilla mayor desde un estupendo retablo renacentista, obra del entallador Antonio de Elejalde. Además son de ver los retablos laterales y sobre todo el coro monasterial, obra de los maestros Antonio y Pedro de Quintana, realizada en 1665, sobre madera de nogal con dos pisos de sillerías cuyas misericordias muestran motivos florales, zoológicos y elementos de la heráldica propia del monasterio. La silla del abad y la del piso inferior destacan sobre el resto del conjunto. Al exterior, el ábside del grandioso templo muestra solemenes los escudos de los constructores, gentes del linaje antiguo de Mendoza.
El claustro, por el que estamos paseando mientras el padre Serafín nos da estas explicaciones, es obra del siglo XVI, y ocupa el lugar en el que estuvo el primitivo románico. Sus pandas están cubiertas con bóvedas estrelladas muy planas de amplias claves cuyos nervios descansan en cabezas de serafines.
El segundo piso se levantó de nueva planta en la segunda mitad del siglo XVIII sustituyendo al construido en el siglo XVI. Al exterior se abren siete ventanales formados por arcos de medio punto flanqueados por columnas jónicas. En las enjutas de los arcos admiramos un amplio repertorio ornamental.
Desde lejos, lo que más llama la atención de este monasterio es la enorme espadaña de su iglesia, que culmina el muro frontal del tmeplo, y que está considerada como una de las obras fundamentales del barroco castellano. Fue erigida en el primer tercio del siglo XVIII bajo la dirección de los maestros Domingo de Izaguirre y Diego de Horna, En su parte más alta, se destacan tres cuerpos de altura decreciente que adoptan un ritmo piramidal, apoyados sobre un amplio zócalo en el que se sitúa un gran óculo para iluminar el coro a cuyos lados se labraron sendos escudos de la casa ducal de Peñaranda.
La tarde está calurosa, y los viajeros, sin sentirlo, han consumido un par de horas en disfrutar mirando y sabiendo de esta abadía de remoto origen. Junto al Duero, de grandes arboledas escoltada, la Vid nos ha supuesto un descanso y una sorpresa. Seguimos nuestro camino, río arriba, pero hemos dejado un trozo de nuestra vida, alegre y entretenido, mirando estas viejas piedras, sabiendo de tantas maravillas escondidas.

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