25 de noviembre de 2012

Genova alimenta el recuerdo italiano

Decoración del vestíbulo del palacio Carrega-Cataldi
en la Vía Garibaldi de Génova.

Paseando la vía Garibaldi en Génova / Antonio Herrera Casado / 29 Septiembre 2012

Si hay un lugar en Europa que certifica con apasionamiento su historia, sus esencias, ese es la Vía Garibaldi, una gran calle del centro de Génova, a la que antiguamente llamaron Strada Nuova, porque se trazó de nuevas, y se construyeron los edificios que la flanquean, a finales del siglo XVI, toda de un golpe.
En llano toda ella, con una longitud de aproximadamente 300 metros, alberga uno pegado a otro unos 40 grandes palacios, que parecen competir entre sí por la majestuosidad de sus portadas, el remate de sus fachadas, la grandeza de sus escudos y emblemas. Por no decir el lujo de sus interiores, sus patios, las pinturas de sus escaleras, sus altos salones.
Tiene su razón este sitio: albergó como en una urbanización de élite actual, las más grandes fortunas de la Europa de los tiempos modernos. En ella vivieron, o alzaron sus templos de fama y dinero, los banqueros genoveses. Allí pusieron sus casas principales gentes como los Doria, los Grimaldi y los Spinola, sonoros apellidos que tanto tienen que ver con la historia de Italia, del Mediterráneo, de España incluso. Allí sumaron sus palacios los Pallavicini, los Podestá, los Castiglioni y los Tursi. Como todo en Italia está “in restauro” permanente, el día 29 de septiembre de 2012 en que he paseado por ella estaba con algunos de sus flancos levantados, y unos grandes carteles pintaban con detalle las fachadas y las obras que se planeaban en ellas.
De todos modos, al viajero le dio tiempo a visitar el interior de alguno de estos palacios, y a sombrarse de las riquezas que contenían, especialmente en grandezas arquitectónicas, suntuosas pinturas al fresco, y esculturas. Por poner un ejemplo, el más suntuoso de todos ellos es el palacio de Niccoló Grimaldi o Doria Tursi, que hoy está destinado a Ayuntamiento de la ciudad. Es prodigioso en todo, en altura, dimensiones, decoración y belleza, aunque le falta algo, como a todos los demás palacios de esta calle, y es una buena perspectiva. Están tan juntos, se acumulan y ahomran unos con otros, que no llega a destacar ninguno de ellos sobre los demás, como no sea este caserón de los Grimaldi. En algunos de estos palacios se han acomado museos de arte (los Museos de la Strada Nuova) y en otros han puesto sus sedes algunas compañías de seguros, bancos y petroleras.
Primer tramo de la Vía Garibaldi de Génova.
Esta gran calle, única en Europa (y en el mundo por supuesto) nace en 1551, durante la floreciente república oligárquica fundada por el almirante Andrea Doria, que inició la construcción de esta Strada Nuova que quería convertirse en el “escaparate” de la nobleza adinerada de la ciudad: los primeros “rolli” fueron oficialmente emitidos en 1576 e incluían una lista de palacios divididos en “bussoli”, por categorías de calidad, un poco como sucede hoy para la clasificación de los hoteles a través de las estrellas. El arquitecto Galeazzo Alessi fue el encargado por la comuna para iniciar esta obra única.
La distinción arquitectónica de los palacios, la elegancia de las fachadas, la riqueza de las decoraciones y de las obras de arte que acogen, las imponentes escaleras de ingreso, los patios internos decorados de espléndidas logias y verdes jardines, constituyen un lugar único que realmente merece la pena visitar.
Pinturas del vestíbulo del palacio Spinola
en la Vía Garibaldi de Génova.
Las pinturas murales del palacio Spinola, y los jardines colgantes del Durazzo-Pallavicini son únicos en el mundo. El viajero ha discurrido, durante una hora, sobre el oscuro pavimento adoquinado de esta calle, que no tiene más de 6 metros de ancha, y poco más de 300 metros de larga, y se ha adentrado en algunos de los palacios que, por ser sábado y día dedicado al patrimonio, la mayoría estaban abiertos y visitables. De ahí que se pasara un buen rato tomando fotos de cuanto aparecía medio iluminado por los candiles de los muros: bustos de emperadores y nobles renacentistas, pinturas de batallas y descubrimientos, mascarones irreales de monstruos que saltan entre las viñas y una sensación de que todo aquello, grande y espeluznante a un tiempo, el poder omnímodo de los banqueros genoveses, que sometieron al mundo con su callado poder (el del dinero exclusivamente) sigue vivo en una caverna, en un gran baúl del que la sociedad actual se encarga que no se vuelva a abrir, que se quede como está ahora: una calle oscura cuajada de portadas entorchadas y tapices como banderas, deslumbrante y ensoñada, maravillosa para mi gusto.
En todo caso, y como resultado de esta visita de una hora en la Génova menos conocida, mi recomendación es clara. Si solo se tiene una mañana para pasear por esta ciudad lluviosa y sucia del golfo de la Liguria, lo primero que hay que ver, lo realmente imprescindible, este calle Garibaldi, reflejo cierto y espléndido de un tiempo viejo.

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