El castillo de Calatrava la Nueva, en lo alto del cerrón del Alacrán |
Antonio Herrera Casado / 22
Abril 2001
Mucha luz arriba, quizás uno
de los sitios con más luz de nuestra tierra. Por eso los caballeros calatravos,
guardianes de las sabidurías antiguas, escogieron ese lugar para poner su
castillo, su templo, su guarida. A un sitio con mucha luz han subido hoy los
viajeros, al castillo de Calatrava la Nueva, a lo más alto, en una espiral de
descubrimientos: el cerro a lo lejos, la senda dura, los diversos cinturones de
murallas, el campo de los mártires, las salas de caballeros, el templo, el
cuarto del maestre, el del rey encima, y sobre todos, “la Biblioteca”.
En la mañana luminosa de
primavera, los viajeros han llegado como en peregrinación histórica hasta la
altura de Calatrava la Nueva, el enclave rocoso y casi inaccesible que vigila
desde hace siglos la llanura manchega en su cercano paso (por el puerto del
Muradal) hacia el reino de Córdoba.
Para un alcarreño, que
tantas historias ha oído contar, en su propia tierra, de la Orden de Calatrava,
que tantos maestres y comendadores sabe ha tenido corriendo sus veredas, que
tantos castillos y tantas enseñas han levantado desde Zorita a Berninches y
desde Auñón a Almoguera, es un copioso manantial de recuerdos el que se le viene
a la cabeza, y no puede por menos de dedicarle unas líneas a esta alcazaba, que
lleva entre sus muros, hoy bastante bien arreglados y compuestos, belleza de
líneas y capítulos densos de la historia de Castilla.
La primera localización de
Calatrava (la antigua) fue en las orillas del Guadiana, cerca de Daimiel. Allí
los templarios pusieron castillo y ciudadela, pero en la ocasión de ser
amenazados por los almohades, acudieron a pedir ayuda a Toledo, al rey Sancho
III. En aquel momento se fraguó el nacimiento de una nueva Orden militar,
netamente española, al mandado de Raimundo de Fitero y Diego de Velázquez,
quienes enseguida secundados por numerosos caballeros castellanos, formaron una
Compaña que recibió del monarca, como primera donación, la fortaleza de
Calatrava, tomando de ella su tradicional nombre. Era el año 1158. La defensa
de la villa y castillo calatravo fué efectiva durante algunos años, pero tras
la derrota de Alfonso VIII en Alarcos, en 1195, Calatrava fué abandonada por
los cristianos.
Tras la victoria de las
Navas de Tolosa, en 1212, se decidió poner en nuevo lugar, mas potente y
resaltado, la fortaleza sede de estos nuevos caballeros, herederos en tantas
cosas de los Templarios. Se eligió para ello el valle donde ya se encontraba el
antiguo castro de Salvatierra, vigilando un paso muy frecuentado hacia
Andalucía. Sobre las mínimas ruinas de un antiguo castillo llamado de Dios o de
las Dueñas, y en muy poco tiempo, se inició en 1217 la construcción de la gran alcazaba de Calatrava la
Nueva, en la que muy pronto pasaron a residir los maestres y gran número de
caballeros, que desde esta atalaya manchega gobernaban sus estados cada vez más
numerosos y densos. Allí se continuaron celebrando los Capítulos generales de
la Orden, e incluso los Reyes Católicos, Carlos I y Felipe II pasaron algunas
temporadas alojados entre sus muros.
Aunque luego se trasladaría,
ya en el siglo XVI, la sede de los Maestres calatravos a Almagro, el castillo
de Calatrava quedó siempre protegido y protector como una voz dura y pétrea
sobre la llanura manchega.
Hoy los viajeros sienten una
emoción que saben inolvidable al ascender por el estrecho y serpenteante camino
entre carrascos hasta la altura batida del viento. La restauración llevada a
cabo, bajo la dirección de Miguel Fisac, ha conseguido devolver en parte la
apariencia del antiguo castillo. El ingreso principal lo tiene en la
llamada Puerta del Hierro, formada por fuertes cubos y un largo
pasadizo. El interior de ese recinto primero consiste en un espacio muy
extenso, totalmente vacío, y en cuesta. Un camino o rampa va ascendiendo
suavemente por él, hasta llegar al segundo nivel, el mural del castillo, en el
que ya se encuentran algunos de los elementos más interesantes. Está formado
ese segundo recinto por muros más altos y fuertes que el anterior, con cuatro
torreones en sus esquinas. Allá se encuentra el gran templo de los calatravos,
edificio sumamente interesante, pues está construido en un estilo que podría
definirse como pulcramente cisterciense.
Fachada del templo en el interior del castillo de Calatrava la Nueva |
La iglesia del castillo
de Calatrava es bastante grande, compuesta por tres naves separadas de
firmes pilares, y cubiertas de bóvedas de crucería, con sendos ábsides en la
cabecera, de planta semicircular, y levemente iluminados por ventanas que parecen
saeteras, por lo delgadas. Está construida a base de piedra y ladrillo, y en la
portada que se abre a los pies llama la atención la puerta de acceso, de
arquería apuntada en degradación, con decoración de arquillos y elementos
simples geométricos, sumada de un enorme rosetón circular que en un estilo
puramente medieval, y con unas dimensiones evidentemente desproporcionadas,
adorna y da luz al interior.
Junto al templo aparecen los
restos de otras estancias y elementos constructivos que venían a formar este segundo
recinto, en el que sabemos existió un claustro de pilares de ladrillos, las
salas capitulares, el gran refectorio, salas de ceremonias, etc, e incluso un
espacio al que llaman el campo de los mártires, en el que descansaron como
cementerio los restos mortales de muchos caballeros calatravos.
Más centrado todavía existe
lo que podría considerarse como tercero y más íntimo recinto: el castillo
calatravo propiamente dicho. En él estaba la Torre del Homenaje, y las habitaciones,
salones y dependencias propias del Maestre de la Orden, en un apartamiento y
defensa verdaderamente rituales. Allí se guardaban las riquezas, los documentos
y archivos, los sellos, etc., que los viajeros evocan al discurrir por sus
enrevesados laberintos de estancias y pasillos.
Una cosa en la que dimos en
pensar, y aquí la brindo ahora, en el recuerdo de aquel camino de alturas, fue
la novela del Nombre de la Rosa. El aislamiento, la progresiva y espiral
caminata espiritual hacia el único centro, hacia la más elevada estancia donde
está el pergamino que dice contener toda la sabiduría. Umberto Ecco no
inventaba nada. Ese lugar existe. Y se parece mucho a Calatrava. Ese lugar es
la abadía del Mont Saint Michel, en la Bretaña francesa, donde en un plano más
grandioso aún, muy bien conservado, cuajado de riquezas, vemos la misma
estructura que en el castillo manchego: la ascensión en espiral, el paso por
puertas de hierro, por salones en cuesta, por terrazas progresivas, la iglesia,
el claustro, la sala capitular, las terrazas finales que acceden a la torre
última donde están los libros, los sellos, los misterios a los que solo pueden
llegar los abades, o los maestres… Calatrava la Nueva, en Ciudad Real, es de
todos modos un lugar difícil de olvidar, capaz de dejar en quien lo conoce la
honda huella de la emoción, sin tener que decir muchas más palabras, porque el
lugar y silencio de aquella altura lo dicen todo.
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