13 de abril de 2013

De Museos por Barcelona

La Casa del Doncel de Sigüenza,
reproducida en el Pueblo Español

Antonio Herrera Casado  /  11 Abril 2013

Aparte de ser una ciudad cosmopolita, dinámica, luminosa y mil cosas más, Barcelona es una ciudad cuajada de museos. El municipio, la Iglesia, el gobierno autónomo, y hasta entidades y particulares, han montado docenas de museos por la ciudad, de tal modo que quien tenga tiempo suficiente, ganas y sobre todo amor al saber cosas nuevas, puede estarse largas semanas mirando museos, recorriendo salas y especialmente asombrándose de los objetos y las memorias que estos guardan.
En cuatro días de estancia en Barcelona, los viajeros han podido visitar otros tantos museos en Barcelona. Además de subir y bajar la Rambla, llegarse hasta Pedralbes y no dejar rincón sin ver en la Sagrada Familia. Pero sus visitas al Museo Nacional de Arte de Cataluña, al Pueblo Español, al Museo Marés, y a la Pedrera, pueden marcarse como los hitos principales de sus visitas museísticas, dedicando a cada enclave dos horas como máximo, que es el tiempo que una persona consciente debe dedicar a visitar un Museo, porque alargarlo más tiempo supone cansarse mucho y montar un lío en la cabeza que luego no vale para nada.

El Museo Nacional de Arte de Cataluña

El primero de esos museos es el MNAC. Instalado espléndidamente en el inmenso edificio que sirvió como “Palacio Nacional” para albergar el pabellón de España de la Feria de Muestras de 1929, se alza en la colina de Montjuic como una complicada mole de piedra en estilo ecléctico construida. Tiene varias secciones, todas ellas muy amplias y bien dotadas de piezas, albergando en ellas lo principal del arte mueble catalán. Los viajeros han decidido no perderse el primero de sus espacios, el dedicado al arte románico, porque en él está la colección de pintura románica más amplia del mundo, ya que contiene decenas de frontales de altar, y sobre todo las pinturas murales de varias decenas de iglesias pirenaicas, que corriendo el peligro de perderse o ser robadas, hace muchos años se desmontaron de sus lugares originales y se reconstruyeron íntegras en las salas de este Museo. Así vemos los dos templos de San Climent de Taull y Santa María de Taull, con sus maravillosas pinturas de ábsides, y la decoración completa de sus muros, bóvedas y columnas.
En este Museo visitamos luego las salas de escultura y orfebrería románicas, con restos salvados de viejos templos y abadías, más una larga muestra de vírgenes románicas y Calvarios medievales.
Los viajeros tienen aún tiempo de entrar en la sección del “Gótico” y allí casi corriendo ven pasar ante sus ojos los salones repletos de tallas de vírgenes, santos, apóstoles, y cuadros y retablos espléndidos que reflejan la riqueza del arte medieval catalán. Especialmente maravilloso es el cuadro de “La Virgen del Consellers” que a finales del siglo XV pintó Lluis Dalmau para el salón del Ciento del Ayuntamiento barcelonés, y que ahora luce aquí como una de las piezas principales del museo. Quedan todavía las salas del Renacimiento, del Barroco, del Romanticismo, del mundo actual… queda para próximas visitas, lo prometemos.

El Pueblo Español

Como un Museo al aire libre puede calificarse el “Pueblo Español” de Barcelona. Se construyó a instancias del arquitecto Puig i Cadafalch, estudioso del arte, españolista a tope, sabedor de todos los entresijos de la cultura hispánica: aquí se trató de mostrar, al gran público que acudiría a la Exposición de 1929, la esencia de la arquitectura española. Sigue siendo un lugar de peregrinación de turistas, cualquier día de la semana (abre a diario) está pleno de visitantes que admirar entretenidos sobre una superficie de 40.000 m2 el centenar largo de edificios singulares, fieles reproducciones de lo que pueblan las villas y ciudades de España, distribuidos sobre calles y plazas, forman un verdadero pueblo que podría ser habitado de gentes, aunque hoy sus locales están ocupados en su totalidad por artesanos, comercios de temas culturales, restaurantes y exposiciones. Hasta un monasterio medieval tiene en su extremo norte, mientras que todo el ámbito se centra sobre una gran Plaza Mayor en la que, con su quiosco de la música y todo, parece presidir el ayuntamiento de Valderrobles, mientras sobre el conjunto asoma la imponente torre mudéjar de Utebo. Lo que más sorprende es que este conjunto, maravilloso y absolutamente recomendable, se construyó en tan solo dos años, entre 1927 y 1929.

El Museo Marés

La tercera visita es para el Museo Frederic Marés. Un viejo palacio del barrio gótico barcelonés, situado entre la catedral y el viejo palacio real, con su portada abierta a la recoleta plaza de Sant Iu, alberga la colección de arte y curiosidades que a lo largo de su vida (98 años en total) coleccionó el escultor catalán Frederic Marés, y que en 1944 donó a la ciudad de Barcelona, cuyo Ayuntamiento mantiene hoy la institución, muy poco visitada para lo que de interés reúne.
Es de destacar que la entrada, barata, sirve para venir siempre que se quiera, en un periodo de 6 meses tras su adquisición. Así podrá el visitante entretenerse cada día en una de sus salas, pues en los cuatro pisos que muestra aparecen más ¡¡¡100.000 piezas!!! a cual más sorprendente…
Tras pasar un rato en el patio de la entrada, que es de visita libre y hasta mantiene una terraza al aire libre donde se puede descansar del bullicio de la ciudad mientras se saborea un buen café, la planta baja ofrece colecciones de escultura y pintura. Maré era fundamentalmente admirador del Medievo, y es por eso que buscara las tallas de Vírgenes y Cristos que por Cataluña a principios de siglo aún existían a cientos. Aquí hay, de esos temas, tres veces más material que en el Museo Nacional. Además adquirió el escultor muchas piezas de otras regiones españolas, encontrándonos así como portadas románicas completas de Burgos y Palencia, sarcófagos romanos, figuras celtibéricas, más otra enorme muestra de tallas renacentistas y barrocas. Hay, por supuesto, cosas de Berruguete, Juni, Giralte y otros primeras figuras.
La segunda planta está dedicada a la pintura, y las plantas tercera y cuarta, a las que llaman “Galería del Coleccionista” es donde se almacenan miles de piezas de lo más diverso que Marés buscó por el país entero: abanicos, pipas, fotografías, soldaditos de plomo, muñecas, cajas de cerillas, floreros, piezas de forja.. un no acabar, que el viajero debe poner límite tasando el tiempo de visita. Merece varias.

Detalle de un remate de la cubierta de La Pedrera


La Pedrera

Y un último paseo museístico es el que han dedicado los viajeros a visitar la Casa Milá, llamada “La Pedrera” en pleno Paseo de Gracia. El edificio de viviendas más emblemático de Gaudí, que recibe a diario miles de visitantes. Es recomendable acceder a él en los primeros minutos del día (abre a las 9), porque luego las colas que se forman para entrar dan algunas veces la vuelta al edificio.
Se construyó entre 1906 y 1912 (acaba de cumplir el primer siglo de vida) y por su recia contextura parece que va durar siempre, mucho más que los más poderosos castillos. Espléndido en su chaflán del Ensanche, sorprende su fachada de líneas curvas, sus balcones cuajados de rejerías oníricas, y los enormes respiraderos y chimeneas que se alzan sobre la cubierta de la terraza. La visita se empieza por arriba, y comprende tres espacios fantásticos: la terraza, en la que el visitante puede estarse largo rato mirando las chimeneas de variados aspectos, simulando guerreros, o llamas, ni se sabe qué, de tan imaginativo que es. Se baja luego a lo que fueron los desvanes de la casa y que se constituye en un “Espai Gaudí” donde se muestra la obra del arquitecto catalán, mientras se va discurriendo por salas en las que las bóvedas que sostienen sus 270 arcos catenarios darían lugar hoy incluso a uno de los espacios arquitectónicos más modernos que se pueda imaginar. Gaudí fue un genio único, especial, al que sin duda admiran todos (y mucho más después de visitar la Pedrera).
Finalmente, se visita más abajo uno de los pisos que se muestran museificados, admirando la forma en que Gaudí daba luz a sus pasillos interiores, a todas la habitaciones, y viendo cómo se ocupaban estas de baños, salones, despachos, cuartos de dormir y de servicio, etc. Una breve sala de exposiciones en la planta baja, y la tienda enorme, que parecen los “grandes almacenes gaudianos”, despiden a los viajeros que se van de este lugar, y de Barcelona, queriendo mirar más, saborear más, esta ciudad única y explosiva, colorista y mágica.

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