21 de diciembre de 2013

Los rostros de Puerto Rico

Antonio Herrera Casado  /  7 Diciembre 2013

La isla de Puerto Rico, a la que desde 1493 en que la reconoció Cristóbal Colón en su segundo viaje a “las Indias” se llamó de San Juan Bautista, ha sido siempre un jardín –y lo sigue siendo hoy en día, perfumado y húmedo- en el que los españoles hemos plantado esencias y recuerdos que afloran por todas partes.
Un viaje de diez días por sus pueblos, entre sus gentes amables y visitando plazas, parques, playas y castillos, me ha dado capacidad de entender algo de lo que allí pasa, de lo que ha sido y es hoy este país que en forma de isla de poco más de 9.000 Km2 y tres millones ochocientos mil habitantes, figura como Estado Libre Asociado a los Estados Unidos de Norteamérica, pero en el que se habla español exclusivamente, y las costumbres, los modos, las herencias, la cultura y todo lo que se ve es español hasta la médula, modulado por lo indígena taíno y poco, muy poco, por los yankis que nos la arrebataron hace 115 años. El 90% de la población es blanca o mulata, habiendo poquísimos negros (en contraste con las vecinas Antillas de Cuba, Haití o República Dominicana) porque apenas existió el comercio de esclavos. 
La gente es activa, amable y siempre dispuesta a bailar, al son de la salsa o de cualquiera de los cientos de ritmos que el Caribe produce entre el cafetal y la hamaca, especialmente en su expresivo y autóctono dance del bombo y la plena. Te preparan con entusiasmo sus limitados manjares autóctonos, que no sobrepasan al arroz con gandules (como pequeñas lentejas oscuras) y al lechón asado más la fruta que el trópico da con abundancia, (el mango, la guayaba, el aguacate, el melón y los plátanos o bananas de todos los tipos y tamaños. Los cocos, aunque hay muchos, no son originarios de esta isla, sino de África.

Un paseo por la costa oeste

En nuestro viaje por la isla de Puerto Rico, a la que hay que dedicar, para conocer a fondo, un par de semanas al menos, hemos contactado con los pueblos de “Porta del Sol” que forman el extremo occidental de la isla, cuya costa se asoma al estrecho de Mona, con sus playas enfrentadas a las de Punta Cana en Santo Domingo. Allí nos han recibido amigablemente en Mayagüez, donde estos días hemos podido asistir al “gran encendido de la Navidad”, convertido ya en una de las fiestas más populares y esperadas del año. Esta ciudad de 100.000 habitantes y 250 años de antigüedad asienta sobre la costa occidental de Puerto Rico, y fue reconstruida totalmente después de haber sufrido, en 1918, un tremendo terremoto con su posterior tsunami, que arrasó la población. En su vieja “plaza de armas” luce a un extremo el Ayuntamiento o “Casa Alcaldía” y al otro la gran iglesia que ahora es Catedral de la Candelaria, pues su párroco ya es obispo. En Puerto Rico la mitad de la población es católica y la otra mitad protestante en sus diversas expresiones, quedando una mínima parte de masones: la masonería en Puerto Rico es fuerte y muy bien organizada, adinerada y con cierto prestigio, desde finales del siglo XIX.
En otros municipios del oeste portorriqueño hemos admirado viejas poblaciones de aspecto colonial, como en San Germán, que guarda enteros muchos edificios de hace 3 y 4 siglos, con su plaza mayor también organizada al estilo de la “plaza de armas” de la colonización hispánica, y en un extremo lo que fuera convento dominico de Porta Coeli, hoy convertido en un interesantísimo Museo de arte colonial.
En su entorno se deben visitar poblaciones como Quebradillas, en la que nos sorprendió el precioso “Teatro Liberty” perfectamente restaurado; como Isabela, en la costa, con sus bravísimas playas batidas de olas y rocas; como Hormigueros, donde nos abrieron de par en par la casona de los Márquez, y pudimos vivir en plenitud la esencia del dulce pasar el tiempo en el Caribe. Sus propietarios, ya ancianos, nos mostraron la finca, los árboles, su hermosa casa de madera, sus galerías, retratos y densos recuerdos. Además de subir luego al santuario de la Virgen de Monserrate, que goza de gran veneración como en la cercana población de Sabana Grande la tiene la Virgen del Pozo, que según nos aseguran se apareció en carne y hueso a un grupo de tres alumnos de una cercana escuela en el bosquedal.
Más al sur, en esa misma “Porta del Sol” nos sorprende la variedad de ofertas que Cabo Rojo tiene. Entre ellas, un espectacular “Parador Nacional” que forma entre las dos docenas de establecimientos similares existentes en Puerto Rico, con una cuidada oferta hostelera. Allí visitamos, aunque ya de noche, el Museo de los Próceres, dejando para el día siguiente el viaje a Lajas y su entorno de La Parguera, en la costa sur, sobre el pleno y manso Caribe, al que los siglos le han ido creando unas barreras de coral que hoy vemos como atolones y cayos que pueden visitarse en ferry y disfrutar de todo ello en Playa Dorada, así como de la gastronomía basada en los mariscos y el pescado.

Un día en San Juan

Pero al Puerto Rico de hoy se va, principalmente, y porque esa es su puerta natural a los que venimos desde Europa, a ver San Juan, la capital, una ciudad enorme con su peculiar skyline a lo yanki, pero con una parte antigua, colonial (el “Viejo San Juan”) que es una delicia, y en la que yo al menos disfruté viendo no solamente los edificios, las calles, los conventos y plazales, la emoción de encontrarme con la tumba de Pedro Salinas en el cementerio de Santa Magdalena de Pazzi junto al mar, y la admiración de pasear entre los ingentes volúmenes del castillo del Morro, en la misma punta del abrigado puerto “rico”.
En ese San Juan de calles rectas, de casas pintadas de vivos colores, de cuestas suaves con gente que canta, que espera, que vigila y que sueña, dejé trabajar a su aire a mi cámara fotográfica, para recoger algunos rostros de paisanos que, en carne y hueso, o en bronce y piedra, disfrutan de aquel aire cálido, pero húmedo y reconfortante, el aire que mueven las gaviotas y perfuman los guanabaneros, que hacen vibrar los coquis o ranitas minúsculas que no dejan de cantar en todo el día, y que a cualquier hora del día, pero especialmente en la primera parte de la tarde, se cuaja de aguas que caen a raudales, en “goterón” que todo lo arrastra y al cabo de una hora ha dejado brillante y saludable la atmósfera de la ciudad.
En San Juan debe recorrerse el casco antiguo, el que forman las calles de San Francisco, Norzagaray, la Cruz, San Sebastián, La Luna y el Sol, o la plaza de Armas (oficialmente ahora el City Hall) o  la cuesta del Cristo que nos lleva desde el primitivo convento dominico de San José, calle abajo hasta la catedral de San Juan y el convento de las Descalzas, hoy sede de un fantástico hotel al más puro gusto caribeño y ancestral.
Son muchas, infinitas, las evocaciones que diez días en Puerto Rico nos han dejado para el futuro. Sus edificios, sus perspectivas, sus playas, sus selvas…. Y sobre todo sus gentes, que aquí dejo, en brevedad y abundancia, retratadas. Me lo pasé muy bien dejando a la Nikon D7000 que se lanzara, ella sola, a por tantas caras saludables.

3 comentarios:

  1. Antonio, aprendiendo siempre de tus experiencias y tus enseñanzas. Muy interesante saber de nuestros hermanos de allá. ME GUSTA.

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    1. Como ves, siempre voy fijándome. Para saber, solo hay que fijarse.

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  2. Muy bonitos estos retratos que no había visto del tirón.

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