14 de septiembre de 2014

Almeida, La fortaleza perfecta



Antonio Herrera Casado  /  9 Septiembre 2014

Un viaje a Portugal siempre comienza en España, porque el país vecino se explica en función del nuestro. Hemos sobrepasado Salamanca y Ciudad Rodrigo y antes de pasar Fuentes de Oñoro nos desviamos al norte, a visitar la pequeña población de Aldea del Obispo, mejor dicho: su aislada sorpresa, el Fuerte de la Concepción, levantado en el siglo XVIII por parte de la monarquía hispana para hacer de defensa ante el país vecino. Muchos años arruinada, ahora se ha restaurado con ayudas europeas y se ha convertido en una "posada" que parece contar con pocos clientes, porque está muy aislada de todo, pero al menos se ha recuperado la esencia de la edificación. Todo en ella es una sorpresa, desde la portada de entrada, con el escudo de Felipe V en lo alto, al gran patio de armas central, los bastiones de las esquinas, el fuerte de San José comunicado bajo tierra, y muchas cosas que nos muestran la forma de defender militarmente un espacio en la época de la Ilustración.
A lo que vamos, en Portugal, es a ver, 10 kilómetros más adelante, cómo se parapetaban los portugueses frente a estas amenazas españolas. Allí se lo tomaron mucho más en serio: fortificaron Almeida. Una población fronteriza desde la Edad Media, en una altura considerable aunque en terreno mesetario llano, que tuvo desde el siglo XV un castillo al uso. Pero que dadas las continuas invasiones y problemas entre dos países que hoy son (como es lógico) más que hermanos, entonces ambos hubieron de defenderse, y así se alzó esta que al viajero le parece una de las fortificaciones más espléndidas que quedan en Europa. O, al menos, de las que él ha visto. Quizás solo comparable a Ibiza en su grandiosidad, aunque aquella defendida sobre el mar.

Perteneciente desde la Edad Media al reino de León, pasó a formar parte del de Portugal en el siglo XIII, recibiendo fueros del rey don Dinis. Su ubicación cobró fuerza tras la Guerra de Restauración portuguesa contra la monarquía hispana, iniciándose las obras de los que hoy vemos en 1641 dirigidas por el Gobernador Militar de la Provincia de la Beira Alta, Alvaro Abranches, concluyendo definitivamente en 1747 por el Conde de Lippe.

Almeida sufrió importantes cercos en 1.762, durante la Guerra de los Siete Años y en 1.810 durante la Guerra de la Independencia contra Napoleón. Concretamente, durante la tercera y última invasión en suelo portugués, los ejércitos franceses del mariscal Massena conquistaron la plaza fuerte de Almeida en agosto de 1810 penetrando desde allí a Portugal. El sitio acabó con una explosión del polvorín, por impacto de un obús francés, que mató a 500 defensores y destruyó gran parte del pueblo. La batalla siguiente fue la de Bussaco, donde los franceses sufrieron una importante derrota.


La ciudad fortificada de Almeida, vista desde el aire.

Para el visitante de hoy, Almeida es impresionante por lo grandioso de su estructura, lo perfecto de sus formas, y lo bien conservada que se mantiene. Rodeada de un foso, una forma de estrella de doce puntas (seis son los baluartes y seis los revellines) de fortísimos muros de sillar granítico defienden el pueblo entero, en el que hay iglesias, conventos, palacios, comercios, etc. El viajero ha de atrevesar el foso por puentes y penetrar a la villa fortificada por grandes puertas, que acodadas muestran su valor defensivo. Lo que más ha llamado la atención de este viajero han sido las dos grandes puertas de entrada, al sur la de la Cruz y al norte la de San Francisco. En uno de los baluartes, el de San Juan de Dios, se alberga construido el gran complejo de casamatas con techumbres abovedadas de piedra para resistir en ellas la población el posible ataque de la artillería. Otro de los elementos curiosos de este complejo es el Picadero del Rey donde hoy se guardan caballos, coches antiguos y hay una escuela de equitación.
En el pueblo de corte tradicional, se levantan algunos espléndidos edificios dieciochescos, como por ejemplo el que fue Cuerpo de Guardia y residencia del general de la fortaleza, hoy transformado en Ayuntamiento. O la plaza mayor presidida por la casa del brigadier mayor Vicente Delgado Freire, mas el antiguo convento de Nuestra Señora de Loreto, el viejo castillo medieval del que solo quedan los basamentos, la Casa del Administrador, o el Cuartel de las Escuadras. Lo más interesante, sin duda, y es algo que al curioso de la historia y el arte ibérico le dejará marcado para siempre, es la forma de la fortaleza, su perfección técnica, su integridad y su aspecto desde el aire, que puede saborearse con cualquiera de las guías impresas que entregan al viajero al entrar por la puerta de la Cruz, ante la que, además, hay una fuente que conmemora el 25 de abril de 1974 con múltiples frases alusivas a la Libertad. Para comer, sin pensarlo, el Restaurante “A Muralha”, a cien metros de la entrada a la ciudad. Son encantadores, y sale muy barato darse una gran comida.

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