6 de julio de 2014

Brasov en la Transilvania: un rato de charla con un nuevo amigo

El viajero posa con Vasile Oltan en su Museo de la Primera Escuela de Rumanía

18 Junio 2014

La ciudad de Brasov es el segundo núcleo de población de Rumanía. Enclavado en el centro geográfico del país, en la vertiente norte de los Montes Cárpatos, resguardada de altísimas montañas cubiertas de bosques y tapizadas sus cumbres por la nieve durante la mayor parte del año, la belleza del entorno es suficiente razón para viajar hasta ella.
En esta ciudad, antigua y solemne, de un corte alemán muy nítido, heredados de sus fundadores los sajones en la plena Edad Media, hay barrios que se delimitan muy claramente unos de otros: está el ensanche moderno, la amplitud de la ciudad universitaria, el núcleo de los servicios, la estación de esquí (Poiana Brasov) en lo más espigado de las montañas, pero a quince minutos del centro, y está la plaza mayor con su edificio concejil, y, finalmente, guardando el encanto de los siglos viejos, el barrio de Schei, donde el nombre germano de la ciudad, Kronstadt, adquiere su verdadero significado. Es como la corona del burgo, en alto, abrigada del verde fiero, casi negro, de las montañas y los pinares que la cercan.
En ese barrio, resguardado de una muralla firme, al estilo antiguo en que los sajones formaban sus núcleos de población en Transilvania, está el conjunto sacro de la iglesia de San Nicolás, a la que se accede por un recuesto desde el que nos saluda la gran cruz triple tallada en madera, y a la derecha, el cementerio húmedo y silencioso, cuajado de nombres, retratos, flores y recuerdos. Pero es a la derecha d ela cuesta donde nos espera la meta del viaje a este pasadizo del tiempo: es un pequeño edificio de rotonda silueta, con una escalinata que accede al primer piso donde encontramos un mundo de sorpresas: la Prima Scoala Romaneasca, la primera escuela rumana, que es mantenida, mimada, explicada y alzada como en una liturgia por quien lleva 40 años en ella, enseñándola a los visitantes, investigando la historia de la ciudad, los orígenes del idioma rumano, las figuras de sus más antiguos príncipes y popes. Allí está, esperándonos sonriente, ameno y entrañable, Vasile Oltan, a quien ya podemos definir como nuestro amigo.

Vasile Oltan, pope de Brasov, muestra los trabajos que hace
en un vieja imprenta de mano en su Primera Escuela de Rumanía

En cualquier viaje, cuando solamente llevamos por objetivo ver paisajes, asomarnos a precipicios, o recorrer catedrales y avenidas populares, parece que surge, -cuando alcanza el recuerdo a esos momentos-, un cierto vacío. Solamente se llena de calor e interés un viaje, por muy remoto y extraño que sea el lugar al que vamos, si en él contactamos con un ser humano que nos recibe, nos cuenta cosas, su vida y las de otros, su trabajo, sus deseos. Y esto es lo que ha hecho Vasile Oltan con el grupo de alcarreños que hace unos días hemos recorrido el país.
Vasile es un hombre de 66 años, bajito y calvo, sonriente siempre, clérigo ortodoxo aunque viste de paisano, que guarda un buen recuerdo de Ceaucescu porque le ayudó a montar su museo y hasta le dio una generosa subvención para que siguiera investigando y acumulando piezas raras, en esta vieja escuela rumana, que él apacienta.
En ella, aparte de maquetas de edificios, de bandejas decoradas, máscaras y maniquíes con trajes populares, se guarda entera la escuela de Schei con sus viejos bancos, sus mapas, su pizarra y sus librillos escolares. Además, conserva los viejos tórculos en los que, desde el siglo XVI, se imprimían libros en aquel lugar, los primeros impresos en lengua rumana: el recuerdo del Diaconu Coresi y sus colaboradores pervive en la prensa, la splanchas y los tipos de plomo que aún sigue usando Oltan para hacer trabajos artesanos de impresión.
Lo más valioso del conjunto es la colección de manuscritos que encontró, él mismo, tras la guerra mundial, en un tinado de la torre de San Nicolás. Maravillosos volúmenes (escritos a mano o impresos allí mismo) que nos muestran la evolución de la cultura rumana desde los siglos XI a nuestros días. Quizás lo mejor de todo sea el “Tetraevangelio” dibujado a mano por Alexandru Laposneanu, o la “Ortografía rumana” de Petru Maior, más un centenar de importantes manuscritos de la escuela cristiana de la Transilvania del siglo XV. El ámbito, que Oltan nos va mostrando pieza a pieza, dictando solemne en un idioma que –ya metidos en el contexto- se entiende bastante bien, sus saberes y descubrimientos: goza como un niño y recuerda el día, el lugar, la forma en que descubrió cada uno. En un rincón, se amontonan bien clasificados y ofrecidos los muchos libros que él mismo ha escrito.


Esta visita a Brasov, al barrio alto de Schei, al complejo defensivo-religioso de San Nicolás, y al Museo de la Primera Escuela Rumana, de la mano de Vasile Oltan, será un tiempo que suelto de sus amarras temporales vivirá en nuestro recuerdo como uno de esos instantes libres y completos, felices y afortunados: quizás por nuestra manía de admirar los viejos manuscritos, quizás por encontrar un alma gemela a la que estas cosas le entusiasman y sabe transmitir su alegría. Así ha quedado todo, y el pope Oltan el primero, en la recámara de los felices recuerdos de un viaje en el que se amontonan nombres, castillos, pueblos verdes y montañas feroces. Aun todavía, después de charlar un buen rato con él, me señala un hermoso librito que él descubrió y ha estudiado: de milagro me acuerdo, y por eso lo reseño aquí, para que no se olvide. Es de 1628, y en él escribió el arcipreste Vasile su libro rumano de los refranes… queda allí en lo alto el olor húmedo y recio de tantos infolios, de las ajadas alfombras, de los retratos severos con barbados personajes revestidos de un oro que ahora es cenicienta costra parda.

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