11 de diciembre de 2014

Volver a Villaflores

Antonio Herrera Casado  /  8 Diciembre 2014

Uno vuelve siempre a los espacios de su infancia. He vuelto ahora, muchos años después, al Monte, a la Galiana, al poblado de Villaflores. Tenía un recuerdo de primaveras tibias, de sombra bajo las hojas densas, de admiración por unos edificios de ladrillo y piedra, solemnes y enormes, en los que habitaban gentes trabajadoras y sencillas. Había gallinas, algún tractor, y niños. Según me dijo alguien (y luego lo corroboré leyendo libros) aquello lo había mandado construir una señora muy importante, medio francesa, dueña de todo aquello. Era doña María Diega Desmaissières. Y lo había construido, hacía muchos años, un arquitecto de Madrid, muy renombrado. Debía ser verdad todo aquello, pero a mí lo que más me gustaba era ver los trigos a lo lejos, y admirar el contraste de la piedra caliza, tan bien puesta, con el ladrillo rojo, y oir el zureo de las palomas que, a miles, entraban y salían de aquel palomar que me recordaba a un observatorio astronómico americano que además también se llamaba Monte Palomar. Qué tiempos. Volví hace poco, porque uno vuelve a la infancia siempre, como el refugio último en el que se salva seguro, y vi algo que me dejó trastornado.

El poblado agrícola de Villaflores, en término municipal de Guadalajara, ha sido abandonado, y ha sido violentado, saqueado, destruido a conciencia, pintados sus muros con letras enormes, carteles sin sentido, humeantes los techos que, vencidas las vigas, han llegado al suelo, mezclados con sacos viejos, arrugados botes de bebidas, cables sin principio ni fin, y ahora en el otoño un manto –me pareció bondadoso- de hojas amarillentas y medio podridas por las lluvias. ¿Cómo es posible que acaben así las cosas que fueron bellas y que tuvieron vida? ¿Cómo es posible que sus propietarios no hagan nada por evitar su ruina, por impedir que otros lo lastimen tanto? Luego me entero que hace pocos meses, los mandatarios de Toledo, desde donde nos rigen, han decidido proteger aquello mediante una declaración de Bien de Interés Cultural. Y yo me pregunto: ¿Qué van a proteger, si está ya todo destruido?  Todo por el suelo, partido, desbaratado, sin sangre ya. Estoy como si me hubieran arrancado una parte de mi vida, de mis recuerdos, de mi infancia. Y cuando te quitan eso, muy poco queda para seguir .

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