1 de julio de 2017

El cimborrio de la catedral de Tarazona

Antonio Herrera Casado  /  22 Noviembre 2015

Con mis amigos y amigas de Arquivolta nos hemos paseado hoy en torno al Moncayo. Un día otoñal y frío, pero cargado de descubrimientos. Porque la ciudad de Tarazona (provincia de Zaragoza) a 480 metros sobre el nivel, pero alzada en la falda occidental del gran Moncayo, es uno de esos viejos burgos que el viajero impenitente por los caminos de España no debe dejar de lado. Debe tratar, eso sí, de llegarse a él, un día u otro, y descubrirlo calle a calle, plaza  plaza. No lo olvidará jamás.
Por no decir todo lo que vimos y descubrimos, me voy a centrar en la catedral, que ha sido recientemente restaurada, acabada de remodelar y limpiar, después de largos años de trabajos. Un edificio medieval con aditamentos posteriores, de los que me ha sorprendido especialmente, y es lo que quiero dejar como testimonio casi exclusivo de este post, su cimborrio, en el que la simbología renacentista se expande como un libro abierto y sugerente, dispuesto a ser leido con claridad por los iniciados, y a quienes lo vemos ahora, siglos después de su construcción, nos alienta a saber más de sus raíces, de sus gestores, de sus símbolos preñados de historias que llegan en aluvión hacia los ojos.
De esta catedral de Tarazona, puede decirse que fue el maestro Alonso González quien la renovó  en estética renacentista a mediados del siglo XVI. En octubre de 1546 firmó contrato con los señores del Cabildo para renovar el abovedamiento del crucero y presbiterio. Y así ahora podemos admirar ese polígono estrellado con terceletes, combados y florones sobre un tambor compuesto por un friso de dragones y centauros, ocho hornacinas aveneradas con apóstoles flanqueadas por columnas abalaustradas, una inscripción alusiva a la generosidad del arcediano Muñoz, y una pintura mural de grisalla que permanecía oculta bajo el revestimiento del siglo XIX y que se ha descubierto en la restauración.



La pintura de grisalla es un programa iconográfico único en los ámbitos eclesiásticos de toda Europa y que podían entender los letrados más cultos de la época. La representación desnuda de personajes clásicos y bíblicos, como Adán y Eva, Safira y José, Dido y Eneas, Apolo y Venus, Judith y Holofernes, Periandro y Baco, Rafael y Tobías, y David y Hércules vienen a componer un programa fundado en la filosofía neoplatónica que muestra la lucha de la razón y la fortaleza para vencer a la tentación de los vicios, placeres deshonestos y bienes terrenos y alcanzar así la unión con Dios.
Se utilizaron modelos de estampas italianas para componer figuras y escenas, y se baraja la hipótesis de que este repertorio tan italianizante y de extraordinaria calidad artística fuera diseñado en realidad por Pietro Morone entre 1552 y 1558, cuando se encontraba trabajando en la remodelación del Palacio Episcopal de Tarazona. Un Pietro Morone que también anduvo por Guadalajara, todo hay que decirlo, poniendo su mano en las pinturas de la capilla de Luis de Lucena. Y aunque el italiano diera las pautas iconográficas y trazara los esbozos, sería unos años más tarde Alonso González quien concluyera las pinturas. 




La renovación comenzada en el cimborrio, vino a continuarse luego por el resto del templo. Alonso González enriqueció las bóvedas, que eran de crucería simple, modelando sobre ellas otras más complejas; cambió los esbeltos ventanales de arcos apuntados por unos rectangulares enmarcados en una mazonería de yeso con relieves; y finalmente pintó la iglesia. Esta pintura, en tonos grises con falsas juntas blancas, que se ha recuperado en la restauración, incorporó en la cabecera resplandecientes dorados. En la bóveda de la capilla mayor se imitaron las teselas de un mosaico áureo entre las imágenes de los patriarcas, profetas y sibilas anunciadores de la venida de Cristo, presentes en los plementos, sobre el lugar de la celebración diaria de la eucaristía. Y aún podemos añadir el dato de esas fantásticas y poco vistas vidrieras de alabastro policromado de la cabecera, que ha sido otro de los grandes descubrimientos durante la restauración.



Los viajeros siguen admirando palacios, iglesias, viejas casonas, plazas y, sobre todo, el Ayuntamiento, con ese friso del desfile imperial, y muchos escudos y figuras que también dan idea del entusiasmo renacentista y humanista de los prohombres de Tarazona en el comedio del siglo XVI.

El viaje acabó con una visita al monasterio cisterciense de Veruela, también cuidado ahora, restaurado,  museificado, interesantísimo en todo caso. Una excursión genial, entretenida y, como siempre, cuajada de amistad y buenos propósitos.

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