25 de junio de 2017

Vidrios de colores en Cambridge

Antonio Herrera Casado  /  2 junio 2017

Llueve a ratos, chispea, diluvia, es junio pero hace fresco, sopla aire, y el cielo engrisado nos recibe en un Cambridge lejano e inmaterial. Nada más llegar, vemos el Cam, cuajado de barcazas que los gondoleros británicos empujan lentas y ceremoniosas. En la ciudad universitaria todo es quietud, sosiego, solemnidad, certeza. La gente va deprisa, a pie o en bici, y todos saben donde van, y quien no lo sabe, se informa de donde puede ir, a través de los innumerables carteles que por verjas y portales de colegios se exponen. No hay un milímetro para el aburrimiento en Camdridge. Si alguien quiere saber lo que es una vida cultural activa, que vaya a la ciudad del Cam y se percate.

Hemos llegado, con los amigos y amigas de Auladade, a esta ciudad universitaria, clásica y brillante, con un objetivo concreto, y principal: visitar el King’s College, su gran patio, su capilla especialmente, sus fachadas, su solemnidad. Hay que esperar un rato a que venga el guía, pero la espera se empapa de expectación ante las piedras antiguas, talladas y venerables, de tanta maravilla.
El King’s College fue fundado por deseo del rey inglés Enrique VI, en 1441, un Lnacaster que perdería el trono en aquellos futuros, en el transcurso de la “Guerra de las Rosas”, cuando el país de Albión cambia de dinastía, y pasa a ser gobernado por los Tudor. El colegio, que se alzaba para la educación de una docena de jóvenes de la más alta clase social, empezó a construirse en 1446. Durante un siglo continuaron las obras, apadrinadas siempre, y visitadas directamente por el monarca en el poder.

La capilla del King's College de Cambridge, desde mediodía

Todo en este conjunto arquitectónico es fantástico, hermoso y sobrecogedor. Pero la capilla creo que puede ser calificada, sin duda alguna, como uno de los edificios más hermosos y espectaculares del mundo, uno de esos conjuntos de piedra y cristal que otorgan a la raza humana el calificativo de superior, de imprescindible. A través de estos ámbitos se reconcilia uno con el honor y la dignidad de los hombres.

De arquitectura gótica tardía, dentro del llamado estilo gótico inglés perpendicular, la nave única tiene 88 metros de largo, 12 de ancho y 24 de alto. Es un espacio único, orientado, con un gran coro de madera al centro, y un cuadro de Rubens al fondo, en función de altar. Se destina todavía al culto cristiano, en el rito anglicano, con la sobriedad que caracteriza esta actitud. El arquitecto principal que trazó los planos y dirigió las obras fue Reginald Ely, “Master Mason” real, entre 1443 y 1461. La bóveda, espectacular, es de abanico, y la trazó y dirigió John Wastell, entre 1512 y 1515.

Interior abovedado de la capilla del King's College de Cambridge


A continuación, fueron decorados con vitrales los ventanales que dan luz al templo. Se trata de una superficie de doce grandes ventanales en cada costado de la nave única, con uno inmenso en la cabecera, orientado a levante, y otro aún mayor en el muro de poniente, en los pies de la iglesia. Entre 1515 y 1531, un buen número de artistas flamencos crearon el complejo iconográfico que nos muestra multitud de escenas del Antiguo y Nuevo Testamento, en las que se añaden personajes contemporáneos a su construcción. Los nombres de Barnard Flower, Gaylon Hone , añadidos de Francis Williamson y Symon Symondes, se complementan con el trabajo de la Clayton & Bell Company, que se encargó de hacer la vidriera de poniente en 1879. Durante la Guerra Mundial, estos vitrales fueron desmontados y guardados para evitar su desruccion por los bombardeos alemanes. 

Detalle de una vidriera de la capilla del King's College


Luego se reinstalaron y continuamente se limpian. Pero su belleza original resplandece siempre.

A la capilla del King’s College de Cambridge conviene asistir, si se puede, el día de Navidad, que es el momento en que el Coro de voces del Colegio interpretan los villancicos más espléndidos que pueden sonar sobre el verde del patio adjunto. Hay quien hace cola durante una noche entera (la entrada es libre, pero con aforo limitado) para escuchar aquello, en aquel lugar. Supongo (no lo veré ni viviré nunca) que es de esas cosas que impresionan y marcan una hora en la vida. Una hora que no se olvida. Una hora en la que se evoca a los monarcas de Lancaster y Tudor, a sus escudos solemnes y sus dragones guardianes, a sus vidrieras luminosas y polícromas, a las tallas renacentistas de su coro y a tantos y tantos sabios (casi un centenar de Premios Nobel han salido de las aulas de ese Colegio…) que allí han formado con rectitud y firmeza sus almas nobles y sus espíritus inquietos. Un lugar para no perdérselo…

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