29 de abril de 2018

Talamanca y su muralla medieval

El ábside de la capilla de los milagros, o Morabito de Talamanca.
Antonio Herrera Casado |  28 abril 2018

Un paseo por la primaveral Talamanca, junto al Jarama, nos devuelve la capacidad de asombro. Porque Talamanca, aunque ya visitada con anterioridad, es de esos sitios a los que se vuelve. La dimensión humana del pueblo madrileño se acrecienta al pasearla en una mañana de sábado primaveral junto a los amigos y amigas del grupo “Arquivolta”.

La primera visita, es para el puente romano. Bajo cuyo gran arco principal pasaba hace siglos el río Jarama. Ahora se ha desviado el curso del río, y el ojo enorme solo alberga el trayecto de un caz. El parque que rodea al puente ya merece disfrutar un día entero de sus ofertas naturales. En cuanto al puente, admirar sus cinco ojos, sus grandes sillares, la limpieza de su construcciçon, y, sobre todo, pasear su tránsito enjorobado, pisar sus antiguos sillares marcados de las huellas romanas… una joya monumental que no defrauda.

Fachada de la Granja de la Cartuja en Talamanca.


En el pueblo, sorprende de nuevo su gran Cartuja, almacén de granos y ganados que fue, desde el siglo XVII, dependiente del Paular en la cercana Sierra madrileña. Destaca su portada de frontón curvilíneo, y sus rejas firmes, sus aparejos elegantes, su gran “cubo” central de enorme cubierta, y la grandiosidad de su entorno.

Otra joya es “el Morabito”, el resto (solamente queda la cabecera) de la monumental iglesia de los Milagros, que en el siglo XIV (cuando don Pedro Tenorio mandaba en todo desde Toledo/Alcalá) se levantó por manos mudéjares, y hoy luce muy bien restaurada (dicen que por Peridis) en el centro de la plaza mayor. El sol golpea los ladrillos de sus múltiples arcos, y parece que levanta música de ellos. Un fragor de arquitectura, levedad, honradas proporciones.
Cerca está la otra joya de Talamanca, la iglesia de origen románico de San Juan Bautista, que presenta el ábside de orondo y claro origen segoviano. A su planta semicircular añade en los muros la perfección de sus ventanales ornados de arcos sobre capiteles vegetales. Y en la cornisa que recorre todo el ábside, la sorpresa reproducida de ver canecillos con la viveza de todo lo castellano. Allí estan, como temblando, gritando, y riéndose de nosotros, el centauro que flecha a la harpía; el jabalí erizado que sucumbe ante la lanza del cazador valiente; el saltimbanqui que se retuerce sobre su espalda poniendo los pies en la cabeza; el pastor que medita; el león que devora al malo; las sirenas que cantan enlanzando sus colas…. Hay tantas sorpresas, que solo por ver esa cornisa merece Talamanca un viaje.

Subiendo la loma del puente romano de Talamanca.


Pero aún se soprenden los viajeros al contemplar los últimos hallazgos, que la Dirección General del Patrimonio Artístico de la Comunidad de Madrid ha llevado a cabo sobre la muralla de Talamanca. Ha dirigido los trabajos el arquitecto don Juan de Dios de la Hoz, con su pulcro quehacer. No ha sido realmente una sorpresa, porque ya todos sabíamos de la existencia de esa muralla medieval que circuyó al pueblo por entero.

Erigida por los árabes de Al-Andalus en el siglo IX, perfeccionado por los cristianos castellanos en el XII, y aumentada por el arzobispo Tenorio en el XIV, la muralla era la esencia de esta plaza fuerte sobre el Jarama. Ahora lo que se ha descubierto han sido las basamentas de esa muralla, enterradas durante siglos. Con ello, la muralla de la villa de Talamanca gana en grandiosidad, en interés histórico, y nos da la visión clara de un elemento defensivo medieval, que surge del subsuelo tal como se hizo va ya para siete siglos.

Entre los materiales que conforman el muro, se ven sillares romanos, cenefas visigodas, hiladas de mudéjares ladrillos, y la argamasa fuerte de los castellanos recios. Se piensa construir un Paseo Museificado delante de ella. Ahora están (en estos momentos) exacavando todavía, pero el lugar va a ganar en belleza y suntuosidad, no cabe duda.

Detalle ornamental visigodo en la muralla de Talamanca.


Yo me atrevería a pedir, sin embargo, y “a quien correpsonda”, que cuanto antes retiren los fragmentos de cenefas visigodas que han aparecido, y que han dejado colocadas en su lugar original. Que, hoy por hoy, es de tan humana dimensión que están al alcance de la mano (y, por desgracia, del escoplo del ladrón de arte, que los sigue habiendo, y muy habilidosos). Esas piezas  que proceden del friso elegante de alguna vieja basilísica visigoda, con flores de lis, estrellas, racimos de uvas, etc. Se pueden ahora acariciar con las manos…. Es un lujo impagable, sí, pero tal como están los tiempos, pueden durar menos que un pastel a la puerta de un colegio.
Talamanca (y aún volvimos a ver la puerta de la Tostonera, de entrada a la villa; la enorme torre de la puerta de Uceda, con sillares romanos tallados de alquerques; la Bodega del Arrabal…) está esperando tu visita detenida.

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