Ruinas de la iglesia del templo del monasterio de San Pedro de Arlanza, en Burgos |
Calor llevadero el de
principios de Agosto en las tierras de Castilla. Los viajeros salieron muy de
mañana y llegaron primero a Santo Domingo de Silos, a contemplar uno por uno
los detalles de su fabuloso monasterio; pasaron luego por Lerma, a probar las
viandas que en el viejo palacio del duque sirven ahora bajo las siglas de
Paradores Nacionales; siguieron visita a la villa condal de Covarrubias,
cuajada su plaza, y sus callejas cercanas, de edificios solemnes y memorias
históricas. Acaban su periplo en el
lugar más lejano y difícil, en un lugar silencioso y olvidado de todos: en el
monasterio benedictino de San Pedro de Arlanza, entre riscos y estrechas hoces,
bajo el volar pendiente de los buitres, sobre las cuestas agrias de los
robledales de la orilla.
Ruinas del claustro grande de San Pedro de Arlanza |
Las ruinas de lo que fuera
cuna y corazón de Castilla se alzan limpias, visitables, casi amables a pesar
de los estragos que el abandono de siglo y medio les ha procurado. Desde
Covarrubias el camino es largo y a veces estrecho, acompañando al río, entre
espesuras. Al llegar se dejan los coches en una explanada y se puede mirar el
contorno y las ruinas del templo desde un alto, o bien pasar directamente (no
hay que pagar, nadie pide control de nada) por una puerta de labrados escudos,
a su interior, donde los viajeros van a admirar, primero, el viejo claustro a
medias hundido, que es solemne y fuerte, piadoso y lóbrego, como todos los
claustros. Este lo hicieron los monjes en el siglo XVIII, renovando otro
medieval más pequeño. Luego pasamos al claustro barroco, abierto y luminoso,
grande y fuerte, eje de una comunidad muy numerosa.
Después se pasa al recinto
de lo que fue la iglesia.
Su planta de tres naves está despejada, y en el pavimento se
alzan, como mesas señoriales de tallados perfiles, los arranques de los
complejos pilares. Allí se hacen los viajeros algunas fotos, y terminan
admirando los muros, la torre que vigila el conjunto, los tres ábsides
paralelos de la cabecera, aún cubiertos de bóvedas valientes, y los capiteles
románicos primitivos, exquisitos y como recién hechos. Eso fue casi lo único,
por estar tan altos, que se salvó del gran expolio, el que se inició en 1841
tras abandonar los monjes (obligados por las circunstancias) el cenobio a raíz
de las leyes desamortizadoras dictadas por Mendizábal.
Un monasterio clave de Castilla
Este lugar, a orillas del
río Arlanza, es el lugar donde puede decirse que nace Castilla como nación.
Aquí el conde Fernán González vive y protege a la comunidad de frailes benitos,
fundada por su padre don Gonzalo poco antes, a comienzos del siglo X. Aquí
manda enterrarse y aquí permanecen sus huesos durante siglos, hasta que tras la
exclaustración y abandono (y saqueo sistemático del monumento) fueron llevados,
él su esposa doña Sancha de Pamplona, a la colegiata de Covarrubias. Las
pinturas que cubrían los muros de la sala palatina, quizás lo mejor de la
pintura románica castellana, se desmontaron sutilmente y se llevaron a museos
donde supieron rehabilitarlas y exponerlas. Uno de esos museos es el Metropolitan
Museum de Nueva York en Estados Unidos de América. El otro es el Museo de Arte Románico de
Cataluña (¿no tendrían inconveniente sus rectores de devolverle a Castilla algo
que era suyo?). Pero tampoco es cuestión de entretenerse en protestas inútiles,
perdidas en la disquisición de lo que pudo haber sido y no fue. Lo mejor es
dedicarse a repasar lo que de interés tiene este edificio, resto humeante de
tanta historia.
San Pedro fue un gran
monasterio de origen altomedieval, que llegó a ser clausurado en 1841 por la
Desamortización, quedando vacío y sufriendo saqueos continuos desde el primer
momento. En 1894 sufrió un incendio final. Se rescataron cosas al Museo Arqueológico
Nacional de Madrid (una puerta) al Museo Provincial de Burgos (la Virgen de las
Batallas), a la colegiata de Covarrubias (los enterramientos de Fernán Gonzalez
y su esposa doña Sancha), al Metropolitan Museum de N.Y. y al Fogg Art Museum
de Harvard (pinturas murales) y al Museo de Arte Románico de Cataluña (más
pinturas).
Capitel románico en la cabecera del tmeplo del arruinado monasterio de San Pedro de Arlanza |
Los viajeros se entretienen
mirando lo poco que queda, pero admirándose de ello, porque aún es mucho,
sonoro, inolvidable: la portada principal, cuajada de molduras y escudos; los múltiples
escudos de Castilla, del monasterio, y de los señores protectores; la torre del
Tesoro, en cuya planta baja se aloja la sala capitular, completa; los dos
claustros de piedra y vigor en sus líneas. Y la iglesia, de la que vemos la
planta, basilical, de tres naves, que estuvieron separadas por enormes pilares
de los que quedan los arranques, como hitos que marcan los espacios. Lo mejor
de todo es la cabecera de esta iglesia, con tres ábsides, estrechos y altos,
con pilares adosados a los muros, y rematados por capiteles de simplicidad románica.
Un viaje por Castilla que dio
para mucho, sobre todo para afianzar el recuerdo de gentes, de institutos, de
filigranas, y de arte viejo y parlanchín. Un viaje que recomiendo volver
siempre a hacer.
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