25 de diciembre de 2011

San Pedro de Arlanza


Ruinas de la iglesia del templo
del monasterio de San Pedro de Arlanza, en Burgos

Antonio Herrera Casado / 5 Agosto 2006
Calor llevadero el de principios de Agosto en las tierras de Castilla. Los viajeros salieron muy de mañana y llegaron primero a Santo Domingo de Silos, a contemplar uno por uno los detalles de su fabuloso monasterio; pasaron luego por Lerma, a probar las viandas que en el viejo palacio del duque sirven ahora bajo las siglas de Paradores Nacionales; siguieron visita a la villa condal de Covarrubias, cuajada su plaza, y sus callejas cercanas, de edificios solemnes y memorias históricas.  Acaban su periplo en el lugar más lejano y difícil, en un lugar silencioso y olvidado de todos: en el monasterio benedictino de San Pedro de Arlanza, entre riscos y estrechas hoces, bajo el volar pendiente de los buitres, sobre las cuestas agrias de los robledales de la orilla.

Ruinas del claustro grande de San Pedro de Arlanza
Las ruinas de lo que fuera cuna y corazón de Castilla se alzan limpias, visitables, casi amables a pesar de los estragos que el abandono de siglo y medio les ha procurado. Desde Covarrubias el camino es largo y a veces estrecho, acompañando al río, entre espesuras. Al llegar se dejan los coches en una explanada y se puede mirar el contorno y las ruinas del templo desde un alto, o bien pasar directamente (no hay que pagar, nadie pide control de nada) por una puerta de labrados escudos, a su interior, donde los viajeros van a admirar, primero, el viejo claustro a medias hundido, que es solemne y fuerte, piadoso y lóbrego, como todos los claustros. Este lo hicieron los monjes en el siglo XVIII, renovando otro medieval más pequeño. Luego pasamos al claustro barroco, abierto y luminoso, grande y fuerte, eje de una comunidad muy numerosa.
Después se pasa al recinto de lo que fue la iglesia. Su planta de tres naves está despejada, y en el pavimento se alzan, como mesas señoriales de tallados perfiles, los arranques de los complejos pilares. Allí se hacen los viajeros algunas fotos, y terminan admirando los muros, la torre que vigila el conjunto, los tres ábsides paralelos de la cabecera, aún cubiertos de bóvedas valientes, y los capiteles románicos primitivos, exquisitos y como recién hechos. Eso fue casi lo único, por estar tan altos, que se salvó del gran expolio, el que se inició en 1841 tras abandonar los monjes (obligados por las circunstancias) el cenobio a raíz de las leyes desamortizadoras dictadas por Mendizábal.

Un monasterio clave de Castilla

Este lugar, a orillas del río Arlanza, es el lugar donde puede decirse que nace Castilla como nación. Aquí el conde Fernán González vive y protege a la comunidad de frailes benitos, fundada por su padre don Gonzalo poco antes, a comienzos del siglo X. Aquí manda enterrarse y aquí permanecen sus huesos durante siglos, hasta que tras la exclaustración y abandono (y saqueo sistemático del monumento) fueron llevados, él su esposa doña Sancha de Pamplona, a la colegiata de Covarrubias. Las pinturas que cubrían los muros de la sala palatina, quizás lo mejor de la pintura románica castellana, se desmontaron sutilmente y se llevaron a museos donde supieron rehabilitarlas y exponerlas. Uno de esos museos es el Metropolitan Museum de Nueva York en Estados Unidos de América. El otro es el Museo de Arte Románico de Cataluña (¿no tendrían inconveniente sus rectores de devolverle a Castilla algo que era suyo?). Pero tampoco es cuestión de entretenerse en protestas inútiles, perdidas en la disquisición de lo que pudo haber sido y no fue. Lo mejor es dedicarse a repasar lo que de interés tiene este edificio, resto humeante de tanta historia.
San Pedro fue un gran monasterio de origen altomedieval, que llegó a ser clausurado en 1841 por la Desamortización, quedando vacío y sufriendo saqueos continuos desde el primer momento. En 1894 sufrió un incendio final. Se rescataron cosas al Museo Arqueológico Nacional de Madrid (una puerta) al Museo Provincial de Burgos (la Virgen de las Batallas), a la colegiata de Covarrubias (los enterramientos de Fernán Gonzalez y su esposa doña Sancha), al Metropolitan Museum de N.Y. y al Fogg Art Museum de Harvard (pinturas murales) y al Museo de Arte Románico de Cataluña (más pinturas).
Capitel románico en la cabecera del tmeplo
del arruinado monasterio de San Pedro de Arlanza
Los viajeros se entretienen mirando lo poco que queda, pero admirándose de ello, porque aún es mucho, sonoro, inolvidable: la portada principal, cuajada de molduras y escudos; los múltiples escudos de Castilla, del monasterio, y de los señores protectores; la torre del Tesoro, en cuya planta baja se aloja la sala capitular, completa; los dos claustros de piedra y vigor en sus líneas. Y la iglesia, de la que vemos la planta, basilical, de tres naves, que estuvieron separadas por enormes pilares de los que quedan los arranques, como hitos que marcan los espacios. Lo mejor de todo es la cabecera de esta iglesia, con tres ábsides, estrechos y altos, con pilares adosados a los muros, y rematados por capiteles de simplicidad románica.
Un viaje por Castilla que dio para mucho, sobre todo para afianzar el recuerdo de gentes, de institutos, de filigranas, y de arte viejo y parlanchín. Un viaje que recomiendo volver siempre a hacer.

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