La torre de San Tirso, en Sahagún |
Antonio Herrera Casado / 5 Junio 1999
Desde Carrión de los Condes, en Palencia, el
Camino de Santiago discurre por tierras feraces y llanas, tierras del viejo
reino de León, barruntando cada vez más cerca los verdores gallegos de la meta.
Los viajeros, en ese camino permanente, lento y atento, llegan a Sahagún, en la
provincia de León. La tarde es calurosa y el andar se hace lento, buscando
sombras. En esta vieja ciudad medieval la encontrarán, al norte de sus grandes
edificios, que visitan por fuera, porque el día es festivo y la hora es de
siesta. Así y todo, marcan en este cuaderno de Caminantes jacobeos la memoria
de sus miradas sobre los ladrillos vetustos.
Lo más importante del patrimonio de Sahagún son
sus edificios mudéjares. Espléndidos, grandes, cuajados de formas voluminosas y
elegantes a un tiempo. De entre ellos destaca la iglesia de San Lorenzo, que se
levantó en la primera mitad del siglo XIII, y ocupa el corazón de la antigua
morería. Es de planta basilical y lo mejor de ella, lo que nos deja atónitos,
sin parar de asombrarnos de sus múltiples sombras vibrantes, es el ábside en
forma de tambor y la torre toda ella de ladrillo, en la que se conjugan las
formas realizadas por alarifes mudéjares con los símbolos cristianos.
El otro edificio que a los viajeros deja
extasiados en Sahagún es la iglesia de San Tirso, meta y meca de peregrinos. Levantada
en el siglo XII, ya en 1190 estaba terminada y en uso. En el exterior nos
sorprende el contrastado juego de volúmenes, que se adensa en la cabecera, con
tres ábsides de variados volúmenes, en los que la piedra y el ladrillo se
conjugan con elegancia. Sobre el tramo recto del ábside (que no sobre el
crucero) se alza la enorme y preciosa torre de las campanas, una de las joyas
del románico mudéjar español. Tiene una silueta troncopiramidal muy especial,
copiado del modelo inicial de todos los templos de Sahagún: el monasterio de
San Benito, al que los viajeros buscan, sin encontrarlo. Claro: como que ya no
existe, desde hace siglos. Pero en San Tirso se están un buen rato, mirando al
alto, la torre, los ábsides, los carteles que explican sobre los muros la
conjunción de fuerza, belleza de formas, esplendor de contrastes.
El Arco de San Benito, en Sahagún |
El monasterio de San Benito, en Sahagún, fue durante la Edad Media una de las grandes fundaciones monacales de los reinos castellano-leoneses. Poco ha quedado de él, solamente la capilla de San Mancio, también en el núcleo viejo de la ciudad, junto a San Tirso. De San Mancio, muy museificado a pesar de su ruina, quedan fragmentos del crucero y el absidiolo septentrional, altos muros, muchas columnas, algunos capiteles… y poco más. Los viajeros se extasían imaginando lo grande y hermoso que sería aquel cenobio, del que aún queda, como un arco triunfal romano bajo el que pasa la carretera, el “Arco de San Benito”, que en realidad no era sino la portada meridional de su iglesia barroca, obra de Eduardo Saavedra en 1662. Si así era la puerta, ¡como sería el conjunto del monasterio!
Subiendo hacia el centro de la ciudad, los
viajeros se paran ante otro edificio enladrillado y suntuoso. Ven que se
denomina Iglesia de la Trinidad, aunque en realidad es el Albergue de
Peregrinos del Camino de Santiago. Un montón de bicicletas, muchos macutos y
algunos bordones se apiñan junto a la entrada, bajo el rótulo que anuncia la
intención acogedora de sus grandes naves. Entramos a verlo, y parece ser
cómodo, y estar muy nutrido, muy animado. Acoge hasta 65 personas, y además
alberga un Centro Cultural y la Oficina Municipal de Turismo. De la Trinidad
nos asombra también su torre de ladrillo, sus arcos, sus mil formas
afiligranadas. En realidad, todo el pueblo de Sahagún es así: ladrillo, piedra leve,
altura sagrada, silencio caluroso, pasos lentos sobre las calzadas
peregrinas…un recuerdo ténue pero seguro de nuestro viaje por el Camino, que
llegó a este extremo occidental, y aquí acabó, tornando pasos hacia Valladolid
luego.
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