El castillo de los Cruzados, en el desierto de Siria, al que aún se llama Crac de los Caballeros. |
Antonio Herrera Casado / 18
Octubre 1997
El viajero ha iniciado un
viaje por el Asia más cercana, por ese “Próximo Oriente” al que vemos desde la perspectiva europea como puente entre Roma y China, La peregrinación por Asia
no se hace para ver árabes, chinos o parias: mejor es hacerla para
reencontrarse uno mismo, pues la propia vida está siempre en la mirada de los
demás, en la memoria de todas las cosas.
El viaje por Siria tiene mil caminos,
atraviesa secos y luminosos parajes, pero siempre llega, ha de llegar, es
imprescindible que llegue, hasta uno de los enclaves más asombrosos del mundo:
el «Castillo de los Caballeros», el «Crac des Chevaliers» como aún lo llaman
los viejos sirios, que todavía piensan que decir las cosas en francés es
elegante, aunque esté mal visto. El Qalaat al-Hosn, el castillo de la fortaleza
(como se traduciría en árabe clásico) no es otra cosa que la más grande
construcción guerrera que los caballeros cruzados europeos levantaron en la
costa oriental del Mediterráneo cuando vieron hecha realidad su mitológica
aspiración de rescatar y defender los Santos Lugares de quienes los habían
invadido y usurpado. Nada mejor, pues, que recordar en 1996, justo novecientos
años después del inicio de la primera Cruzada, ese viaje iniciático y doloroso
que fue el paso de miles de guerreros europeos hasta el Oriente de la media
luna.
Un viaje a la Edad Media
Hay en Siria una serie de
fortificaciones construidas por los Cruzados, que sorprendentemente se han conservado
muy bien hasta nuestros días. Todas ellas en emplazamientos ariscos, empinados,
con vistas solemnes en su derredor, que van desde el interior del país, el
todavía verdeante valle del río Orontes, hasta el azul del mar de los fenicios.
Precisamente en un altozano a 700 metros sobre el nivel del mar, vigilando
costa e interior, se alzó un castillo al que ya se le conocía como «fortaleza
de los kurdos» en 1150, cuando lo alcanzaron los cruzados llegados al mando de
Ricardo Corazón de León. Su trabajo bravo y permanente les llevó a conseguir
alzar la fortaleza que hoy se ve. En ella vivieron más de un siglo. La
continuada presión de los árabes acabó con su conquista por las huestes del
sultán Baibar en 1271. Los orientales respetaron todo lo construido y alzaron
algunas nuevas torres o recintos. Pero gracias a ello, hoy se puede visitar
este «Crac» y asombrarse de lo bien conservado que permanece, con ese aire
plenamente gótico, medieval europeo, que tiene.
Desde la lejanía, las torres
grises de la fortaleza se alzan desafiantes recortadas contra el cielo
purísimo. Al acercarse, los viajeros se asombran de la enormidad de su tamaño.
Algo nunca visto hasta entonces. No hay en Europa, con seguridad, nada tan
grande, a excepción, quizás, de la ciudad entera, incluido castillo y catedral,
del Mont Saint Michel en la costa normanda. Al viajero, castellano-aunque no
manchego, que esto escribe, se le vino a la imaginación otra fortaleza
conocida: la de Calatrava la Nueva, en la provincia de Ciudad Real, sede durante
siglos del maestrazgo de otra Orden de Caballeros-Monjes como los calatravos.
Cruzados en tierra de Castilla, luchadores de la cruz contra el Islam. Y se
quedó de piedra, casi hecho una gárgola más, al comprobar la identidad de
estructuras, al recorrer la mistérica vía que desde la puerta suntuosa le llevó
a la más alta torre donde se sitúa el poder, la esencia de la verdad, la
trascendencia. En el Qalaat al-Hosn llaman a ese lugar (una torre de forma
externa cilíndrica pero el interior cuadrado) «la Torre del Rey», porque, según
dicen, allí residió Ricardo Corazón de León muchos años. En Calatrava, el
equivalente aposento es «la biblioteca». En la abadía de «El nombre de la Rosa»
a la que llega fray Guillermo de Baskerville a investigar los sucesivos asesinatos
de monjes, es «El Edificio». ¡Cuantos peligros, cuantas zozobras para llegar
allí arriba! ¡Cuánta vida arriesgada para conseguir «el saber» que es el poder,
quizás la inmortalidad!
En el Castillo de los
Caballeros de Siria se alojaron habitualmente 4.000 hombres. Unos en salas
inmensas comunes, anexas a las caballerizas, las cocinas, los depósitos de
trigo, de aceitunas y vino. Otros en apartamentos más seleccionados. La entrada
se hace a través de un hosco arco que da acceso a una rampa ascendente a
trechos cubierta, a trechos abierta al sol. Se llega a un gran «campus» o
espacio abierto desde el que se aprecia que sólo hemos atravesado una primera
muralla. La fortaleza real se halla todavía dentro, separada de nosotros por un
hondo foso. A través de un puente pasamos a ella. Más alta todavía la gran
plazoleta donde se abre la iglesia (un templo románico mínimamente transformado
por los árabes en su mezquita, a la que sólo han añadido un mimbar en la pared
de levante), y donde se alza lo que llaman «el pasadizo» y «la habitación
abovedada» pero que sin duda se trata de una sala capitular precedida de un
atrio de arquerías y bóvedas góticas, con talladas inscripciones en latín
alabando a la Virgen María (no descritas hasta ahora por nadie: Sit tibi copia
/ sit sapiencia /formao deus… tengo las fotografías para seguir analizándolas
despacio).
La capilla gótica del Crac de los Caballeros |
Desde allí, anchas
escalinatas talladas en la roca nos dejan subir más: a la que dicen biblioteca
del castillo, a otras terrazas, y finalmente a la más alta torre, a la del Rey:
sobre la puerta unos leones, y en las ventanas capiteles con talladas hojas de
acanto y cardinas. Demasiados turistas quizás, como pasa en todos los lugares
exóticos del mundo. La aldea global es ya un pasillo, una barra de bar. Voces
europeas, rostros congestionados, cámaras de fotos sonando continuamente. Pero
en el corazón, a mí por lo menos, retumbando la intriga, la emoción de saber
que estoy llegando a esa habitación, la más alta, de un castillo de caballeros
monjes: allí están los libros de Aristóteles, los misterios reservados a
quienes saben leer, a cuantos han podido franquear barreras, adivinar
acertijos, esperar años el paso de cada puerta. Un camino mistérico que se
aclara y finaliza bajo la bóveda hemisférica de piedras blancas: el Cielo que
se abre y nos acoge...
Del Crac a Alepo y de allí
al desierto otra vez
La semana pasada, el ejército sirio bombardeó las ruinas de Apamea. Una locura más de una dictadura socialista hereditaria, que masacra a sus ciudadanos, y apenas nadie dice nada. O si lo dice, es de boquilla. Qué gran país, Siria, cuna de la Humanidad (junto al Eúfrates pone la Biblia el Paraíso Terrenal, y Damasco pasa por ser la ciudad más antigua del planeta, con 20.000 años de existencia, nada más...) y cómo se la están cargando un grupo de locos, mientras el mundo entero sigue mirando para otro lado.
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