12 de mayo de 2012

Lerma al descubierto


Fachada principal del palacio ducal de Lerma.

Antonio Herrera Casado / 5 Agosto 2006

Tras visitar con pausa y asombro el monasterio benedictino de Santo Domingo de Silos, llegan los viajeros a la villa de Lerma, asombro de caminantes durante siglos, de aquellos que viajaban de un confín a otro de Hispania, y la meseta castellana la iban atravesando sobre los puentes que protegían a los grandes ríos que se dirigen al Océano. Junto al río Arlanza se alza, en un otero, Lerma, y esto es lo que da de sí para visitarla en unas horas.
La villa de Lerma, declarada Conjunto Histórico Artístico en 1965, es una de las ciudades de estilo herreriano más armónicas y que mejor ha respetado su arquitectura entre las que se construyeron en el primer tercio del siglo XVIII. Además, a lo largo del tiempo se ha conservado parte de la arquitectura popular y los vestigios de épocas y culturas previas. Queda a tan sólo 37 kilómetros de Burgos, y en sus cercanías destacan lugares tan emblemáticos como Covarrubias, Santo Domingo de Silos y San Pedro de Arlanza. Siendo Lerma la población más importante de toda la comarca. Se accede cómodamente desde Madrid por la N-I aunque los viajeros llegaron a través de las infinitas curvas que median desde Silos.
Lo primero que hacen los viajeros, es dirigirse al viejo palacio ducal, hoy transformado en impresionante Parador Nacional, donde comen opíparamente. Es esta una de las excelencias de la Cadena de Paradores, ejemplo en el mundo: la habilitación de antiguos espacios históricos, adecuados a la hostelería moderna y siempre, siempre, con una cocina de primera, aquí incluidos los postres clásicos de la España barroca, entre los que se regalan unas  cañas del duque rellenas de crema de vainilla, un pastel de membrillo y cosas de sartén con dulces blancos.

Patio central del palacio ducal, hoy salón del Parador.
Ya que están dentro, aprovechan para admirar las dimensiones y el espacio de este que fue palacio mayor del ducado de Lerma, el hombre que controló el pais, y sus colonias, mediado el siglo XVII. El Duque de Lerma aprovechó el emplazamiento del antiguo castillo medieval encargando las trazas a Francisco de Mora, quien lo empezó y construyó en sucesivas fases, concebido como morada de los Duques, a la vez que regio aposento para la corte de Felipe III, con motivo de los retiros cinegéticos en la villa. La disposición es característica de los palacios castellanos: un enorme patio central (ahora cubierto y usado de salón) rodeado de galerías columnadas, alternando dos cuerpos: el primero, de 20 columnas de orden toscano con arcos de medio punto y el segundo de 20 columnas de orden jónico; siendo las columnas de una sola pieza. Arranca también desde este patio una suntuosa y amplia escalera claustral.
Ya fuera, a la brillante luz de la tarde veraniega, los viajeros se fijan en la fachada principal que está fabricada con recios sillares, viendo cómo su portada se acompaña de pedestal, columna y capitel a cada lado, sobremontada por un frontispicio semicircular, con labores de arquitrabe. Esa fachada, alargada y solemne, queda rematada por una fuerte cornisa de piedra, elevándose por encima las cubiertas de pizarra, con sus buhardillas. En las cuatro esquinas se alzan, ahora restaurados con primor, los cuatro torreones rematados por chapiteles también cubiertos de pizarra, con gran bola, veleta y cruz. No se pararon a contarlos, pero en las fachadas se abren 210 balcones de hierro y 135 ventanas entre buhardas y rejas. Dieron por seguro, al verlo tan limpio y sereno, que volverían a verlo de nuevo, a comer en sus salones, a pasear sus patios…
Fachada del convento de San Blas, de monjas dominicas,
que fueron traidas de la Alcarria por el Duque.
Y Lerma tiene aún mucho por ver. Los viajeros deambulan en la tarde calurosa por los conventos que surgen cerca del palacio. Junto al Palacio, en uno de los laterales, arranca un anillo de conventos y monasterios que tiene la villa. El Convento de San Blas tuvo su origen en la Alcarria, cerca de Cifuentes, y se trasladó a Lerma cuando el duque quiso llenar su villa de conventos antiguos. Este edificio se construyó entre 1613 y 1617 y en su interior cuenta con dos tallas de la Escuela Castellana de Gregorio Fernández: un Cristo Crucificado y una Virgen del Rosario, de gran calidad artística. De la misma época es el reducto carmelita de Santa Teresa, que se alza a las espaldas de la Plaza de Santa Clara, donde se levantan las arcadas sobre la vega del río Arlanza y donde se encuentra la tumba de Jerónimo Merino Cob, al que llamaron Cura Merino, héroe de la Guerra de la Independencia, a cuya tumba recoleta le hacen algunas fotos los viajeros.
Hoy es quizás el más famoso de estos conventos de Lerma el de las madres clarisas: por dos cosas, porque se ha llenado con casi cien monjas todas jóvenes y muy modernas, que se han construido piscina en la clausura y disfrutan de ella durante el verano, y porque hacen unos pastelillos de esos que resucitan muertos. Los viajeros no resistieron la tentación de comprar unos cuantos.
El Monasterio de la Madre de Dios, con una decoración bastante austera; el de San Francisco de los Reyes, hoy en manos de particulares, y el de Santo Domingo con una sencilla y soberbia espadaña, completan la lista de edificios religiosos de la villa.
Aunque quizás el monumento religioso más singular es la Iglesia Colegial de San Pedro, un templo que sorprende, en el conjunto ducal, por sus grandes proporciones y que está rematado por una torre cuadrada, coronada por un capitel de pizarra. Dentro destaca el retablo barroco dedicado a San Pedro y la estatua orante del arzobispo de Sevilla, don Cristóbal de Rojas y Sandoval, hermano del duque fundador, espléndida obra escultórica de bronce.
Siguen los viajeros subiendo y bajando cuestas por Lerma. Miran la gran puerta de entrada a la villa, la del Reventón (antigua Plaza de la Villa), la de La Paloma y sobre todo la galería que barandada se asoma al valle del Arlanza, que bala la espalda norte del conjunto monumental. Un recuerdo imborrable queda, tras estos paseos, de Lerma y su conjunto artístico, que los viajeros anotan en su interminable caminar por los campos de España.

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