1 de agosto de 2012

El Tren de la Tapa, en Alcocéber (Castellón)

David Doppioni, el autor, y José Antonio Albalat
en Casa Juan del puerto deportivo de Alcocéber.

Antonio Herrera Casado / 1 Agosto 2012
La mañana de verano se ha visto inundada de sorpresas, y ha sido en Alcocéber, donde nos hemos apuntado a la inicitativa del "Tren de la Tapa", una gran idea que se ha cocinado a medias entre la Asociación Gastronómica "Del mar a la taula" y algunos de los más destacados restauradores de esta localidad levantina.
Desde hace años venimos pasando unos días en esta blancura de la costa catellonense: entre Oropesa al sur y Peñíscola al norte, en término de Alcalá de Xivert, la costa se ofrece entre playas y rocas unos 8 kilómetros, que recorriéndolos paso a paso no cansan, sino que piden más. Las playas del Cargador, Romana y del Moro, más otros rincones que parecen hechos para el disfrute de unos pocos, se llenan en Agosto de gentes que dejan pasar las horas mirando al mar y refrescándose en sus aguas.
El viaje de hoy ha sido mañanero y preparado con anterioridad mediante reserva para la sesión del miércoles del "Tren de la Tapa". A las 11:30 salimos desde el inicio del Paseo Marítimo, a bordo de un pequeño tren que serpentea entre los coches y deja admirar la luz de la costa, la bullanga de los bañistas, el color rebelde de las sombrillas sobre la arena. Tras un recorrido refrescante con la brisa que se cuela desde el mar, llegamos a la primera de las paradas previstas, un lugar afamado desde hace decenios entre los mejores del Levante español: "Can Roig" nos espera con la primera tapa programada de la jornada. Es una txalupa de anchoa y oliva con crema de queso de cabra sobre un lecho de mermelada de cebolla, en el barco del pan tostado finamente, que liquidamos con parsimonia ayudados de vino blanco de uva chardonai. Sin querer se nos viene a la cabeza, porque el buen yantar suele ir maridado de letras y sanos decires, la prosa limpia de Manuel Vicent, cuando narraba en su "León de ojos verdes" los aperitivos de la terraza del hotel Voramar en la cercana Benicasim. La sombra de la parra del Can Roig, y el brillo del mar al fondo, sin querer nos presta esa imagen.

Volvemos al traquetreo del tren, y alcanzamos, en el rincón meridional de la playa del Cargador, otra terraza abierta y palmeril, la del Montemar, donde ya nos esperan para ofrecernos su tapa, que en esta ocasión es de presa con calabaza y menta ayudada de cerveza. La charla entre amigos, gentes venidas de diversos países, y caras conocidas de toda la vida, con el pincho en las manos, nos recuerda la voz del alicantino Azorín, cuando recomendaba la mesura y la permanencia en los sabores naturales a la hora de comer.
Se recorre después el centro de Alcocéber para alcanzar el puerto deportivo, mesurado en todo, hasta en los colores. Y allí nos esperan en Casa Juan, de toda la vida, donde han preparado la tercera tapa de esta excursión marinera. Vuelve el sabor del mar a la tosta rebanada, y encima de ella aparece un exquisito fragmento de atún rojo acompañado de cebollita caramelizada, y que nos ayuda a pasar un blanco vino de la tierra catalana. Viendo desde aquí el Mediterráneo al frente, y a la espalda la oscura Sierra de Irta, que es cantera de gigantes y templarios, nos acordamos de un escritor de esta tierra, poco conocido pero sabedor de sus secretos, que los puso en varios libros de historias y anécdotas en torno a Alcalá de Xivert, la que tiene la más alta torre, y una de las más hermosas, de la tierra valenciana: seguro que José Barceló hubiera disfrutado con este paseo.
Arroz marinero con pulpo y almeja,
de Ca Batiste en Alcocéber.
Vuelta al centro, y parada en el mirador encantado de Vista Alegre. Aquí está "Ca Batiste" que nos ha preparado un rincón de frescor (difícil de conseguir con la caloreta del mediodía mediterráneo) en el que ha dispuesto para cada viajero un pincho montado en plato de arroz marinero con pulpo y almeja. Casi entre aplausos pasa la idea, y al círculo que formamos David Doppioni, José Antonio Albalat, Sara Barceló y este cronista se nos ocurre rememorar a Vicente Blasco Ibáñez, que tanto habla de arroces en su "Cañas y Barro", y al hilo de ello, y con la andorga suficientemente provista, nos da por filosofar e intentar arreglar el mundo, que es cosa, como se sabe, harto fácil después de comer a gusto y refrescar la garganta con bebidas espirituosas.
Un viaje ha sido este, con el que hemos empezado agosto, que se sale de lo habitual y nos lleva al siempre exitoso turismo gastronómico, que en Alcocéber ha querido dar espectacular inicio la benemérita Sociedad Gastronómica "Del mar a la taula" que con inteligencia y método, bajo la presidencia de David Doppioni, está poniendo páginas al resurgir culinario de esta tierra, que siempre fue de tiros humildes, pero que con los productos que salen de su mágico entorno marinero puede llegar a constituir nueva referencia en esa eterna y sorprendente Cocina Mediterránea que a punto está de ser, si no lo es ya, Patrimonio de la Humanidad. De este paseo por la costa alcocebreña hemos salido convencidos de tan altos designios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario