9 de agosto de 2012

Paseo por Howth bajo la lluvia




Plano de la península de Howth, junto a Dublin,
en unos mosaicos de su estaciòn de tren.

Antonio Herrera Casado  /  6 Junio 2012
Tiene Dublin el aire melancólico de las ciudades que quisieron ser algo importante y nunca lo consiguieron. El alto cupulaje de la Aduana, la columnata severa de Correos o el aire fastuoso y apagado a la vez, como de coliseo envejecido antes de tiempo, del Parlamento. Solo la algarabía un poco vacía de Temple Bar, y la bullanga medio silenciosa de Drafton Street, consiguen darle vida a una ciudad que, siempre bajo la lluvia, no termina de creerse que es la capital de un pais independiente.
Todo viaje a Dublin debería completarse con un paseo por las costas de la península de Howth. Dicen las guías turísticas que es un lugar hermoso, que se llena de paseantes y bullicio los sábados, y desde el cual se contempla, solemne, poético y literario el mar de Irlanda. Este viajero y sus amigos se fueron para allá un sábado, sí, del mes de junio, además, y prácticamente se vieron solo. ¿Fue casualidad que lloviera, que lloviera mucho, que hiciera frío? ¿O eso es lo habitual en Irlanda, en Dublín, en Howth por supuesto? El caso es que salimos en un tren local desde la estación de Connolly que nos llevó en media hora a la pequeña estación de Dart donde acaba el trayecto. La ciudad y el puerto, las gaviotas volando bajo, el islote de Ireland’s Eye frente al paseo, y el inicio de la ruta que aconsejan hacer para llegarse hasta el faro. Total, según las guías, es media hora de camino y una experiencia de fuerza. No fue así, ni mucho menos, aunque ahora en el tiempo de los recuerdos, la cosa no estuvo nada mal.
Para algunos, Howth tiene el aliciente de ser el lugar donde han puesto sus residencias habituales algunos cantantes como Larry Mullen, el batería de U2, Barney McKenna y John Sheahan de The Dubliners, o Dolores O'Riordan de The Cranberries.Deben vivir en las casitas medio sepultadas entre los árboles y la hiedra que por todas partes surgen, especialmente en la parte de la villa, que cuelga de un alto cerro oscuro, a los pies de un viejísimo castillo que parece hecho con carbón. Howth tiene, en todo caso, la melancolía de lo gris, de lo silencioso y húmedo. En su libro “Dublinesca”, que fue famoso cuando salió, Enrique Vila-Matas dice que “La tristeza fascinante del lugar parece acentuarse con la visión de esas escuadras de pájaros sonámbulos, en pleno día, y es como si el vacío se anudara con la honda tristeza…
Desde el promontorio final donde se alza Ireland’s Eye, unas ruinas de un viejo monasterio sobre un acantilado en el que planean y graznan las gaviotas, se ve “el mar de Irlanda”, el que separa esta isla de la Gran Bretaña. “Y el mar de Irlanda le parece la más soberbia encarnación de la belleza…. De la belleza inconfundible, gris de borde plateado, de un mar que ya no habrá de olvidar nunca mientras tenga memoria”.
En la última parte de "Dublinesca” desarrolla Vila-Matas su periplo existencial por el Dublín triste y lluvioso, neblinoso incluso en verano, buscando siempre las huellas de Joyce, de Beckett, de Yeats, y sobre todo los lugares en los que transcurre la acción inacabable del Ulysses. Allá se encuentra siempre con las sombras de Leopold Bloom, Stephen Dedalus, Back Mulligan, la torre de Martello, y el cementerio de Glasnevin.

Las costas grises, verdes, húmedas,
de la península irlandesa de Howth.
Nosotros nos fuimos, nada más llegar y por aprovechar la luz, tan tamizada, que le quedaba al día, por el sendero que indican que va al faro: to Baily Lighthouse. Asciende lentamente, entre chalets primero y luego al descubierto, serpenteando por la ladera que se torna abrupta y enseguida deja ver, al hondo, las rocas bravías que bate el mar, donde –dicen- vive la foca monje en grandes colonias y –eso es seguro- atruenan el espacio miles de gaviotas que colonizan los acantilados. En el fondo suena el mar, bronco, gris de espada. Tras nosotros brilla tímida la hierba, los arbustos batidos por el viento, las praderas inclinadas, y nos echamos a andar, sin saber muy bien a qué distancia quedará el faro, porque eso nunca se dice en las guías, ni en los carteles. Al fin, tras dos horas de camino, siempre ascendiendo, siempre bajo la lluvia y el viento incómodo, alcanzamos una cota desde la que se divisa, al fondo, y sobre un cabo prominente de espléndida belleza, el faro de Howth. Se hace difícil pensar en la vuelta, pero todos sabemos que hay que emprenderla de inmediato, porque al día no le queda más de una hora. En esas estamos, asombrados y como encogidos ante la magnificencia de esta naturaleza oceánica, salvajemente irlandesa, cuando nos percatamos que un poco más arriba de nuestras cabezas, en una explanada junto a una casuca que asoma, hay coches, y allí nos dirigimos. Hay, además, un autobús urbano. Para quien quiera repetir otro día esta excursión, aquí lo advierto: al faro de Howth se puede llegar, también, en bus urbano de los de dos pisos y en un trayecto que dura poco más de cinco minutos si no hace paradas, desde el paseo de la villa. En él volvimos, secándonos los pies, la cara, los chubasqueros y dejando escurrir los paraguas.
El último refugio en Howth, el pub "El Paso"
 Y acabamos la jornada donde y como se merecía: en el pub “El Paso”, anclado en la ristra de edificios pálidos y callados que dan frente al puerto y a la bahía. En el waterside de Howth. Tomando unas pintas de cerveza guinness, y charlando de todo lo divino y lo humano, con sus gotas de filología y sus comentarios al esforzado quehacer de los viajeros.

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