30 de diciembre de 2012

Un castillo espléndido: el de Manzanares el Real

El castillo de los Mendoza,
en Manzanares el Real (Comunidad de Madrid)
Antonio Herrera Casado  /  29 Noviembre 2012

Breve pero jugosa la excursión de un mañana de otoño frío por la sierra de Madrid. Los viajeros se trasladan, desde Guadalajara, por carreteras tranquilas hasta la localidad madrileña de Manzanares el Real, donde no tardan en buscar la puerta de acceso para visitar el castillo de los Mendoza, una pieza patrimonial de gran envergadura. La entrada se hace por la parte trasera del monumento, aunque las mejores fotografías, y más de mañana, se hagan desde la cara frontal. En la recepción, donde se paga una pequeña cantidad que supone una ayuda al mantenimiento del conjunto, se consiguen algunas guías de monumentos especiales (puentes, palacios, museos) de la Comunidad de Madrid. El recorrido hasta entrar al interior, se hace por plataformas y miradores que nos proporcionan vistas estupendas del valle del río Manzanares y del embalse que con sus aguas sirve para nutrir de líquido potable a la capital de España.
En el castillo sorprende la monumentalidad y fuerza, la buena conservación y la belleza de líneas de su arquitectura. Este castillo lo mandó construir don Diego Hurtado de Mendoza, primer duque del Infantado, y hermano del Cardenal de España, don Pedro González de Mendoza, canciller de los Reyes Católicos. Se encargó de su diseño y dirección el arquitecto francés Juan Guas, quien aportó detalles ornamentales muy similares a los que en esos mismos años, última década del siglo XV, estaba poniendo en el palacio del duque en Guadalajara. Aquí construye algo más específico: un castillo de defensa militar, que a un tiempo viene a ser palacio residencial. Su figura exterior es magnífica, con una planta más bien cuadrilátera, reforzada en sus esquinas por torres cilíndricas, y en la fachada orientada al sur la entrada que se constituye por un arco entre dos torreones reforzados. Tiene una estructura defensiva exterior, con paseo de ronda, y defensas asaetadas en los garitones, englobando a la estructura del castillo, de altos muros y poderosas torres, que muestra su entrada en pared distinta de la que permite el acceso desde la defensa exterior. Ese modo de acceso en zig-zag es muy propio de la arquitectura militar medieval, de signo claramente defensivo.
En el interior del castillo, hay zonas
que nos muestran la historia de los
Mendoza y su legado histórico y artístico.
En el interior, las amables guías nos van dando explicaciones y llevando a ver lo más interesante de un edificio ahora museizado: un vídeo nos transporta e inicia a los momentos de la construcción del castillo, y por salas diversas nos van mostrando recuerdos de los Mendoza, cuadros, retratos, armaduras, muebles… aunque el edificio sigue perteneciendo a los duques del Infantado (hoy familia Arteaga) está donado por estos a la Comunidad por un estipendio anual simbólico, durante un siglo.
Quizás lo más vistoso del interior es el patio, que semeja ser de palacio más que de castillo. Dos plantas tiene, sostenidas por columnas esbeltas de corte gótico, y arcos rebajados. En sus muros se han puesto grandes escudos armeros rescatados del entorno castillero. Y arriba, tras pasar por salas con tapices, estrados de damas, comedores y capillas, los viajeros salen al aire gélido del otoño serrano para ver la galería superior, y las torres cuajadas de bolones en sus muros. Las banderas restallan impulsadas por el viento norte, y a ratos caen chubascos de nieve que dejan las manos y las narices ateridas. Pero en esa galería es donde Guas dejó lo más elegante de su estilo, y merece contemplarse de cerca.
Fuera ya del castillo, los viajeros pasean por Manzanares y alcanzan a subir al parquecillo que hoy contiene los restos del viejo castillo donde seguro vivió el marqués de Santillana. Antes han pasado a dar un vistazo a la iglesia parroquial de Nuestra Señora de las Nieves, hoy completamente restaurada, luciendo su sinfonía de capiteles y escudos mendocinos como expresión del mecenazgo de sus señores. Un libro muy detalloso nos refiere la historia de este templo y las piezas artísticas de valor que alberga.
Finalmente, los viajeros reponen fuerzas y calientan sus ateridos cuerpos en la cálida estancia del Restaurante La Charca Verde en la plaza del Raso, frente a la iglesia, donde un plato de judiones de la Granja servidos en las típicas cazuelas de barro, despejan de cualquier incógnita respecto a cual es el mejor sitio para comer en Manzanares. Sin duda es este. Y el viaje de vuelta, a Guadalajara, en otra hora corta y sin correr, se hace si agobios por carreteras comarcales que nos dejan admirar siempre el paisaje serrano, de la Pedriza, Somosierra y La Cabrera, tan a mano.

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