27 de abril de 2013

Suena Pastrana en el Portugal de Guimaraes

Castillo de Guimaraes

Antonio Herrera Casado  /  23 Abril 2013

No es mal sitio, Guimaraes, en el norte de Portugal, para celebrar el día del Libro. Precisamente en esta ciudad que fue, durante todo el 2012, la Capital europea de la Cultura. De como entonces la cuidaron, ha llegado a hoy hecha un bombón: una ciudad pequeña, apagada entre las urbes de Braga y Oporto, pero con personalidad propia. Este es el sello de Guimaraes: “Aquí nasceu Portugal”, es el origen de la nación, porque su primer Rey, Alfonso Henrríquez, puso en ella castillo y se proclamó independiente de León. Ya llevan así más de diez siglos.
Llegan los viajeros en una tarde soleada, y tras darse una vuelta por la Plaza de  Santiago (que oficia de plaza mayor de la ciudad), y el Largo de Oliveira más algunas calles con iglesias y fuentes de granito, suben hasta la “Colina Sagrada”, donde se alzan los tres elementos que marcan el portuguesismo a ultranza de la ciudad. Son a saber: el castillo, la iglesia de San Miguel, y el Palacio de los Duques de Braganza.
El castillo se comenzó a construir en el siglo X, y en él vivieron los primeros reyes portugueses. A lo largo de los siglos ha ido consumiéndose, cayendo en olvido y desuso, aunque ahora luce majestuoso tras una restauración –quizás excesiva- pero resultona.
Bajo sus moles pétreas, sobre un prado intensamente verde (todo el norte de Portugal es intensamente verde, porque llueve uno de cada tres días, aunque los viajeros tuvieron la suerte de pescar uno de los mejores días del año allá arriba), se alza gris y solemne la iglesia de San Miguel, románica pura y antigua, del siglo XII, donde se ve una pequeña pila en la que dicen se bautizó Alfonso el primero.
Y abajo, en la explanada, soberbio y brillante el Palacio Ducal, una obra que ya de entrada impresiona por su aspecto netamente nórdico, francés claro, con torreones aquí y allá, decenas de chimeneas y garitones, tejados empinados, el gran patio don arcadas de madera…. Todo está reconstruido a mediados del pasado siglo, porque el edificio había quedado reducido a una miserable suma de ruinas.
Ahora el gran palacio es visitable, y está todo muy ordenado, limpio y atractivo. En la puerta, largas colas en general de grupos turísticos. Sobre todo franceses, pero también jóvenes portugueses, jubilados, etc. El interior, dividido en dos pisos, reúne una gran cantidad de piezas artísticas que resumen la historia y el arte portugués, traídas desde variados sitios a darle contenido noble a este palacio que fue sede de la Casa Real portuguesa.
Uno de los cuatro tapices de las conquistas de Africa,
en el palacio ducal de Guimaraes
En el primer piso, en cuatro grandes salones concebidos para ellos, aparecen deslumbrantes los cuatro tapices flamencos que narran las conquistas africanas del rey Alfonso V de Portugal. Sí, los que están (o estaban) en Pastrana. Solo que los de Guimaraes son las copias, al mismo tamaño que los originales, eso sí, y algo más descoloridas. Porque la historia de estos cuatro grandes paños es curiosa: tras la subida a la Jefatura del Estado español por parte de Francisco Franco, su colega portugués, el dictador Salazar, cuando empezó a hablarse de la Federación Ibérica (al inicio de los años 40) le pidió que en aras de esa naciente amistad  le devolviera a Portugal los tapices que estaban en Pastrana: “Son la esencia de nuestra nación –le debió decir- los fundamentos de un Imperio…” Pero Franco no se dejó engatusar, y se los negó. Todavía en el Prado, ya estaba decidido que regresarían a Pastrana. No sin antes pasar por Madrid, por la Real Fábrica de Tapices regentada por los Stuyk, que hicieron reproducciones exactas de los mismos, en 1944, y sirvieron de regalo de Franco a Salazar. Este decidió colocarlos en Guimaraes, restaurando el palacio ducal y despejando cuatro enormes muros para que pudieran ser admirados sin impedimento. Y ahí están, ahí los he visto hace unos días, flamantes y completo. En sus cenefas inferiores, aparecen las marcas de los Stuyk, de la Real Fábrica de Tapices, y del hecho de ser reproducciones fieles en tamaño y contenido.
Cosa que no parece importarle a la guía de un grupo de franceses, miembros de alguna Asociación de Hipoacúsicos, a juzgar por las voces que la guía les da mientras les cuenta mentiras, porque (con estas orejas que tengo a cada lado de la cara lo oí) les dice que son los tapices originales hechos en Flandes en el siglo XV y mandados realizar por el rey de Portugal don Alfonso “el Africano”.
El autor ante la estatua
de Alfonso Henrriques,
en Guimaraes (Portugal)
En cualquier caso, la hora que pasamos en este palacio se queda grabada en la máquina de fotos y en la grabadora que llevo incorporada bajo el pelo. Para siempre, para lo que quede de siempre. Un espacio solemne y hermoso, evocador de viejos tiempos, con resonares pastraneros, alcarreños y mendocinos, con el añadido de la gloria pétrea de un país también solemne, consecuente y viejo como es Portugal.
Aquí pongo algunas imágenes que pueden dar idea al lector de que Guimaraes, aunque casi no se le ve en los mapas, merece una visita, y aporta vivencias con resonancias que se transformarán, seguro, pronto en nostalgias y saudades.

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