Castillo de Guimaraes |
Antonio Herrera Casado
/ 23 Abril 2013
No es mal sitio, Guimaraes, en el norte de Portugal, para
celebrar el día del Libro. Precisamente en esta ciudad que fue, durante todo el
2012, la Capital europea de la Cultura. De como entonces la cuidaron, ha
llegado a hoy hecha un bombón: una ciudad pequeña, apagada entre las urbes de
Braga y Oporto, pero con personalidad propia. Este es el sello de Guimaraes:
“Aquí nasceu Portugal”, es el origen de la nación, porque su primer Rey,
Alfonso Henrríquez, puso en ella castillo y se proclamó independiente de León.
Ya llevan así más de diez siglos.
Llegan los viajeros en una tarde soleada, y tras darse una
vuelta por la Plaza de Santiago (que
oficia de plaza mayor de la ciudad), y el Largo de Oliveira más algunas calles
con iglesias y fuentes de granito, suben hasta la “Colina Sagrada”, donde se
alzan los tres elementos que marcan el portuguesismo a ultranza de la ciudad.
Son a saber: el castillo, la iglesia de San Miguel, y el Palacio de los Duques
de Braganza.
El castillo se comenzó a construir en el siglo X, y en él
vivieron los primeros reyes portugueses. A lo largo de los siglos ha ido
consumiéndose, cayendo en olvido y desuso, aunque ahora luce majestuoso tras
una restauración –quizás excesiva- pero resultona.
Bajo sus moles pétreas, sobre un prado intensamente verde
(todo el norte de Portugal es intensamente verde, porque llueve uno de cada
tres días, aunque los viajeros tuvieron la suerte de pescar uno de los mejores
días del año allá arriba), se alza gris y solemne la iglesia de San Miguel,
románica pura y antigua, del siglo XII, donde se ve una pequeña pila en la que
dicen se bautizó Alfonso el primero.
Y abajo, en la explanada, soberbio y brillante el Palacio Ducal,
una obra que ya de entrada impresiona por su aspecto netamente nórdico, francés
claro, con torreones aquí y allá, decenas de chimeneas y garitones, tejados
empinados, el gran patio don arcadas de madera…. Todo está reconstruido a
mediados del pasado siglo, porque el edificio había quedado reducido a una
miserable suma de ruinas.
Ahora el gran palacio es visitable, y está todo muy
ordenado, limpio y atractivo. En la puerta, largas colas en general de grupos
turísticos. Sobre todo franceses, pero también jóvenes portugueses, jubilados,
etc. El interior, dividido en dos pisos, reúne una gran cantidad de piezas
artísticas que resumen la historia y el arte portugués, traídas desde variados
sitios a darle contenido noble a este palacio que fue sede de la Casa Real
portuguesa.
Uno de los cuatro tapices de las conquistas de Africa, en el palacio ducal de Guimaraes |
En el primer piso, en cuatro grandes salones concebidos para
ellos, aparecen deslumbrantes los cuatro tapices flamencos que narran las conquistas
africanas del rey Alfonso V de Portugal. Sí, los que están (o estaban) en
Pastrana. Solo que los de Guimaraes son las copias, al mismo tamaño que los
originales, eso sí, y algo más descoloridas. Porque la historia de estos cuatro
grandes paños es curiosa: tras la subida a la Jefatura del Estado español por
parte de Francisco Franco, su colega portugués, el dictador Salazar, cuando
empezó a hablarse de la Federación Ibérica (al inicio de los años 40) le pidió
que en aras de esa naciente amistad le
devolviera a Portugal los tapices que estaban en Pastrana: “Son la esencia de
nuestra nación –le debió decir- los fundamentos de un Imperio…” Pero Franco no
se dejó engatusar, y se los negó. Todavía en el Prado, ya estaba decidido que
regresarían a Pastrana. No sin antes pasar por Madrid, por la Real Fábrica de
Tapices regentada por los Stuyk, que hicieron reproducciones exactas de los
mismos, en 1944, y sirvieron de regalo de Franco a Salazar. Este decidió
colocarlos en Guimaraes, restaurando el palacio ducal y despejando cuatro
enormes muros para que pudieran ser admirados sin impedimento. Y ahí están, ahí
los he visto hace unos días, flamantes y completo. En sus cenefas inferiores,
aparecen las marcas de los Stuyk, de la Real Fábrica de Tapices, y del hecho de
ser reproducciones fieles en tamaño y contenido.
Cosa que no parece importarle a la guía de un grupo de
franceses, miembros de alguna Asociación de Hipoacúsicos, a juzgar por las
voces que la guía les da mientras les cuenta mentiras, porque (con estas orejas
que tengo a cada lado de la cara lo oí) les dice que son los tapices originales
hechos en Flandes en el siglo XV y mandados realizar por el rey de Portugal don
Alfonso “el Africano”.
El autor ante la estatua de Alfonso Henrriques, en Guimaraes (Portugal) |
En cualquier caso, la hora que pasamos en este palacio se
queda grabada en la máquina de fotos y en la grabadora que llevo incorporada
bajo el pelo. Para siempre, para lo que quede de siempre. Un espacio solemne y
hermoso, evocador de viejos tiempos, con resonares pastraneros, alcarreños y
mendocinos, con el añadido de la gloria pétrea de un país también solemne,
consecuente y viejo como es Portugal.
Aquí pongo algunas imágenes que pueden dar idea al lector de
que Guimaraes, aunque casi no se le ve en los mapas, merece una visita, y
aporta vivencias con resonancias que se transformarán, seguro, pronto en
nostalgias y saudades.
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