11 de mayo de 2013

Un día en Albarracín


Plaza Mayor de Albarracín (Teruel)

Antonio Herrera Casado / 9 Mayo 2013

Viaje de un día hasta Albarracín, provincia de Teruel, corazón de la Sierra turolense, entre montañas ásperas, pinares y barrancadas, espacio donde nacen un montón de ríos que luego riegan España por un costado y otro: el Tajo, el Guadalaviar, por supuesto, el Júcar, el Jiloca… sus aguas se van al Océano, al Mediterráneo, y antes dejan unos paisajes de intenso verdor, de portentosa ostentación vegetal.
La excursión la ha organizado la Asociación de Amigos de la Biblioteca Provincial de Guadalajara, que es capaz de montar continuamente actos culturales y reuniones de interés para todos sus asociados, unidos por el común amor a los libros y a la lectura. Gracias a su presidenta, María Antonia Cuadrado, y a otros colaborador@s, todo sale a la perfección, como ha salido este viaje a Albarracín, sorpresa para muchos, recuerdo renovado para otros cuantos.

Una ciudad de película

La Ciudad de Albarracín es Monumento Nacional desde junio de 1961. En diciembre de 1996 recibió la medalla de oro al Mérito en las Bellas Artes.
Actualmente se encuentra propuesta por la UNESCO para ser declarada Patrimonio de la Humanidad. Es un prodigio de belleza urbana, pero también es un lugar que se ve sistemáticamente cuidado, querido, pulcramente tratado por sus autoridades y vecinos. Esas cosas se notan, y más cuando uno recorre sus calles y plazas, todas cuestudas, admirando cada rincón y cada esquina.
En Albarracín no hay monumentos especialmente relevantes. Todo lo que vemos (desde la catedral, hasta el Ayuntamiento, y desde el palacio episcopal al castillo en lo alto) es muy común, sin grandes perfiles. Pero lo mejor es ver como todas esas cosas se articulan en un conjunto sereno y completísimo: las callejuelas, las cuestas, las escalinatas, las placitas, que abrigan una ordenada sucesión de edificios tradicionales, curtidos en los siglos, oscuros de agua y nieblas, abrigados de maderas y humos.
Albarracín se descubre, se venga desde donde se venga, en un instante: aparece como por arte de magia, entre los empinados cerros pétreos. Y uno al principio se arma un lío de ver tan altos picos junto a tan profundos cañones, mientras por aquí y por allá se empinan los muros almenados de sus murallas. En realidad, el pueblo (la Ciudad, como aquí se llama) está establecido sobre un peñón al que rodea el río Guadalaviar (que luego se nombrará “Turia” y desembocará muchos kilómetros adelante en la ciudad de Valencia sobre el Mediterráneo). Tiene un Arrabal y un Barrio, pero el conjunto histórico se encuentra rodeado de la vieja muralla. Con un castillo (del que quedan escasos restos) en lo más alto, da la imagen perfecta de un burgo medieval, que fue potente y cabeza de un territorio, de un señorío, independiente, durante siglos, como le pasó a su vecino el Señorío de Molina.
En el caso de Albarracín, fueron los Ruiz de Azagra sus primeros señores, y de aquí surgió una “nueva nobleza” entre las que destacaron los Garcés, los Marcilla, los Dolz de Espejo y los Navarro de Alzuriaga, de los que quedan caserones y escudos por las esquinas. Territorio ocupado por mozárabes, y luego por los bereberes de la tribu de los Ben Razi, serían los reyes aragoneses quienes la conquistaran quedando en ese reino para siempre, aunque muy independiente (por su aislamiento geográfico) durante largos tiempos. Parece inverosímil que una ciudad y un territorio de tan escasa población, llegara a atener un obispado propio. De esos tiempos es la Catedral, y el palacio arzobispal, y el castillo…

Cosas que ver en Albarracín

Yo diría, -y es lo que hemos hecho en esta ocasión los Amigos de la Biblioteca- que más que visitar monumentos concretos, el viajero debe andarse el pueblo, subir y bajar, mirar a lo alto continuamente.

Casa de la Julianeta en Albarracín
Así veremos con facilidad el castillo, erigido sobre un peñasco escarpado, y del que sabemos, por un documento de 1581, que tuvo en su día tres puertas, de las que sólo se conserva la única actual. Su cerco amurallado consta de once torres de planta circular dominante, y un único torreón cuadrado, conformando en total una superficie de 3.400 m². de gran interés arqueológico. Actualmente es gestionado por la Fundación Santa María de Albarracín, y a quien escale hasta su cima le ofrecerá unas vistas estupendas y una evocación real.
Desde la plaza mayor, sencilla y entrañable, sube la calle de la Catedral que es una de las más importantes de la ciudad, y que fue la calle principal de la ciudad en el siglo X, donde se encontraba la única puerta de la muralla, entre lo que hoy es la Casa de Cultura y Correos. En esta calle destacan tres edificios: la Casa de los Monterde, la Catedral y el Palacio Episcopal y un mirador que se hizo sobre los solares de varias casas destruidas hace años. 
No hemos podido en esta ocasión pasar a visitar la Catedral, porque se mantiene en obras desde hace años. Fue edificada primitivamente en el siglo XII sobre la parte más elevada de la ciudad, en el emplazamiento de la antigua mezquita musulmana y que sería en su origen de traza románica, pero luego en el siglo XVI se reformó y ensanchó tal como hoy la vemos. Esta catedral de Albarracín tiene mala visión, porque no tiene apenas portada, debido a lo escabroso del terreno sobre el que asienta. Está acompañada de un poderoso campanario de planta cuadrada. Y en su interior, de una nave, destaca el enorme retablo mayor, de Cosme Damián Bas, con esculturas policromadas: de lo mejor del arte renacentista aragonés.
La Casa de los Monterde es el edificio con mejor traza y más cuidada construcción de toda la ciudad. Está en la plaza que preside la catedral. La fachada presenta noble portalón rematado con gran escudo y bella rejería en ventanas y balcones. Enfrente a la Casa de los Monterde se halla el Palacio Episcopal, del cual destaca su monumental escalera, rematada en torre-lucernario y en cuyo techo aparece el escudo del obispo Juan Francisco Salvador y Gilabert. En el piso alto se conservan salones que servían de residencia al prelado, junto con la capilla decorada con ingenuas pinturas. En el lado que mira hacia el río tiene una bella galería de madera, elemento también característico de la arquitectura de Albarracín. Actualmente es la sede de la Fundación Santa María de Albarracín.
A todos nos llama la atención, entre las callejas que van y vienen, la Casa de la Julianeta, vieja construcción tradicional que da a dos calles y que hoy está habilitada como Taller Creativo. Es la esencia de Albarracín, y por eso la pongo en imagen junto a estas líneas.
Los viajeros, alegres y confiados, suben y bajan toda la mañana por escaleras pronunciadas, cuestas increíbles y atajos con vistas. En todo caso, un magnífico recuerdo el de este viaje, en plena primavera exuberante de verdes, que habrá que repetir en nueva ocasión, sin duda, para enseñar este pueblo maravilloso a quienes aún no lo conozcan.

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