Antonio Herrera Casado / 15 agosto 2007
Está
Chinchón situado en la Alcarria de Madrid, entre mesetas cerealistas, olivares
destartalados y cuestas peladas. Llegan los viajeros en un caluroso día de
pleno verano, y se asoman a la gran plaza soportalada de esta villa única, cuya
descripción dejan para otro día.
Lo
que no dejan, después de pasearse las cuestudas calles del pueblo, que a la
sazón está inundado de turistas, es la comida, que hacen en el Parador Nacional, instalado muy cortesanamente en un antiguo y enorme convento, el de San Agustín, alojador ahora de exquisitas gastronomías.
Después
suben, renqueando por las sombras, a contemplar el castillo, que es su objetivo
en este viaje: un castillo sorprendente, enorme y (como casi todos) abandonado
y en los inicios de una ruina que llegará segura, si alguien no la para.
Fachada principal del castillo de Chinchón, con el puente de piedra y su añadido levadizo que salvaba el foso circundante y defensivo. |
Se
sabe que hubo un primer fortín en Chinchón, hace muchos siglos. Se sabe que su
alcaide apoyó a Isabel I de Castilla en la guerra por la sucesión al trono. El
conde de Chinchón desguarneció sus dominios madrileños para reforzar el alcázar
de Segovia, defendido por su hermano, durante el levantamiento de las
Comunidades castellanas. El castillo de Chinchón será destruido por las tropas
comuneras segovianas en 1520, dentro de la rivalidad que existía entre el
concejo segoviano y los marqueses de Moya, que además era partidario del
Emperador. El tercer conde de Chinchón demolió los restos y “con los materiales del viejo castillo se
levantó el nuevo” en el mismo lugar, acabándolo en la última década del
siglo XVI.
Este
es el que ven ahora los viajeros, gallardo y gris, solemne y con las ajadas
banderas de sus victorias hechas jirones. Es un castillo abaluartado
renacentista, con muros recios de mampostería caliza rellenos por dentro de
argamasa y piedra, con poca altura para poder soportar las descargas de la
artillería de la época, y taludes en escarpa para evitar que se le acerquen las
tropas enemigas. La puerta de entrada tiene el escudo de los condes y esta
almohadillada y hecha parcialmente en sillarejo, con un puente levadizo, que
ahora es fijo. Frente a ella hay un cuerpo de protección que pudo ser también
caballeriza. Se sabe que tuvo buena artillería en 1617.
Este
castillo de Chinchón tiene dos cuerpos cuadrangulares imbricados de planta
rectangular, con esquinas rematadas en torres cilíndricas, en cada cuerpo.
Tiene ventanas, todas cuadradas. El cuerpo interior debió ser más alto, con dos
pisos más. Todo a su alrededor hay una cornisa de piedras labrada. A occidente
se yuxtapone un cuerpo saliente secundario donde hubo habitaciones muy
hermosas, que por la época de construcción no debió tener el carácter de una
clásica torre de homenaje. Se conserva parcialmente el foso circundante. En el
interior hay un gran patio, con un aljibe central abovedado, rodeado de
galerías arquitrabadas.
La
fortaleza alcarreña tuvo un uso palaciego hasta ser abandonado por los condes
en el siglo XVIII. Se conservaba relativamente bien hasta que en 1706 fue muy
dañado por las tropas austracistas del marqués de las Minas, que allí se instalaron
y se llevaron la artillería. Su parte noroeste sufrió, más tarde, por un
incendio del cáñamo allí almacenado. Chinchón fue saqueada tres días por las
tropas francesas que entraron en ella el 29 de diciembre de 1808, dañando el
castillo la brigada polaca imperial. Como consecuencia, solo se conserva su
planta baja. El castillo es de propiedad privada y ha sido usado en el siglo XX
como fábrica de un licor por todos conocido, lo que obligó a tabicar su
interior y cambiar la distribución.
Desde
el castillo hay una vista hermosa de la villa, que queda a sus pies. Son pocos
los turistas (que a Chinchón llegan a miles cada fin de semana) que suben hasta
el castillo y se entretienen en analizarlo, y ello porque sólo puede visitarse
su exterior, teniendo en cuenta además que últimamente está aumentando su
estado de ruina, y hay carteles avisando de ello al posible visitante y del
peligro de atravesar el puente de madera de la entrada. Los viajeros se han
animado a hacerlo, y por lo que se ve, han sobrevivido.
En
todo caso, Chinchón guarda el recuerdo de pasadas batallas, de esfuerzos por
defenderse, de poner escudos y garitas frente al viento: y eso es lo que hoy
queda al visitar esta fortaleza, una sensación de potencia vencida, de memoria
diluida y de añoranzas sin sabor concreto.
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