30 de mayo de 2013

En el castillo de Chinchón

Antonio Herrera Casado /  15 agosto 2007

Está Chinchón situado en la Alcarria de Madrid, entre mesetas cerealistas, olivares destartalados y cuestas peladas. Llegan los viajeros en un caluroso día de pleno verano, y se asoman a la gran plaza soportalada de esta villa única, cuya descripción dejan para otro día.
Lo que no dejan, después de pasearse las cuestudas calles del pueblo, que a la sazón está inundado de turistas, es la comida, que hacen en el Parador Nacional, instalado muy cortesanamente en un antiguo y enorme convento, el de San Agustín, alojador ahora de exquisitas gastronomías.
Después suben, renqueando por las sombras, a contemplar el castillo, que es su objetivo en este viaje: un castillo sorprendente, enorme y (como casi todos) abandonado y en los inicios de una ruina que llegará segura, si alguien no la para.

Fachada principal del castillo de Chinchón, con el puente de piedra y su añadido levadizo
que salvaba el foso circundante y defensivo.

Se sabe que hubo un primer fortín en Chinchón, hace muchos siglos. Se sabe que su alcaide apoyó a Isabel I de Castilla en la guerra por la sucesión al trono. El conde de Chinchón desguarneció sus dominios madrileños para reforzar el alcázar de Segovia, defendido por su hermano, durante el levantamiento de las Comunidades castellanas. El castillo de Chinchón será destruido por las tropas comuneras segovianas en 1520, dentro de la rivalidad que existía entre el concejo segoviano y los marqueses de Moya, que además era partidario del Emperador. El tercer conde de Chinchón demolió los restos y “con los materiales del viejo castillo se levantó el nuevo” en el mismo lugar, acabándolo en la última década del siglo XVI.
Este es el que ven ahora los viajeros, gallardo y gris, solemne y con las ajadas banderas de sus victorias hechas jirones. Es un castillo abaluartado renacentista, con muros recios de mampostería caliza rellenos por dentro de argamasa y piedra, con poca altura para poder soportar las descargas de la artillería de la época, y taludes en escarpa para evitar que se le acerquen las tropas enemigas. La puerta de entrada tiene el escudo de los condes y esta almohadillada y hecha parcialmente en sillarejo, con un puente levadizo, que ahora es fijo. Frente a ella hay un cuerpo de protección que pudo ser también caballeriza. Se sabe que tuvo buena artillería en 1617.
Este castillo de Chinchón tiene dos cuerpos cuadrangulares imbricados de planta rectangular, con esquinas rematadas en torres cilíndricas, en cada cuerpo. Tiene ventanas, todas cuadradas. El cuerpo interior debió ser más alto, con dos pisos más. Todo a su alrededor hay una cornisa de piedras labrada. A occidente se yuxtapone un cuerpo saliente secundario donde hubo habitaciones muy hermosas, que por la época de construcción no debió tener el carácter de una clásica torre de homenaje. Se conserva parcialmente el foso circundante. En el interior hay un gran patio, con un aljibe central abovedado, rodeado de galerías arquitrabadas.
La fortaleza alcarreña tuvo un uso palaciego hasta ser abandonado por los condes en el siglo XVIII. Se conservaba relativamente bien hasta que en 1706 fue muy dañado por las tropas austracistas del marqués de las Minas, que allí se instalaron y se llevaron la artillería. Su parte noroeste sufrió, más tarde, por un incendio del cáñamo allí almacenado. Chinchón fue saqueada tres días por las tropas francesas que entraron en ella el 29 de diciembre de 1808, dañando el castillo la brigada polaca imperial. Como consecuencia, solo se conserva su planta baja. El castillo es de propiedad privada y ha sido usado en el siglo XX como fábrica de un licor por todos conocido, lo que obligó a tabicar su interior y cambiar la distribución.
Desde el castillo hay una vista hermosa de la villa, que queda a sus pies. Son pocos los turistas (que a Chinchón llegan a miles cada fin de semana) que suben hasta el castillo y se entretienen en analizarlo, y ello porque sólo puede visitarse su exterior, teniendo en cuenta además que últimamente está aumentando su estado de ruina, y hay carteles avisando de ello al posible visitante y del peligro de atravesar el puente de madera de la entrada. Los viajeros se han animado a hacerlo, y por lo que se ve, han sobrevivido.
En todo caso, Chinchón guarda el recuerdo de pasadas batallas, de esfuerzos por defenderse, de poner escudos y garitas frente al viento: y eso es lo que hoy queda al visitar esta fortaleza, una sensación de potencia vencida, de memoria diluida y de añoranzas sin sabor concreto.


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