27 de julio de 2013

Escariche pintada de arte

Antonio Herrera Casado / 27 Julio 2002

Llegan los viajeros en un sábado caluroso del verano hasta la localidad alcarreña de Escariche. Un lugar escondido, apartado del mundo, en el que desde hace siglos nade de especial ocurre. Pero llegan a la llamada de las pinturas que recubren sus edificios, y se pasean por las cuestudas callejas de esta localidad sencilla, mirando sus colores, vivos y danzarines, sobre los viejos enfoscados y las argamasas de antiguas soledades.
No van los viajeros a descubrir nada, porque esta iniciativa se llevó a cabo hace ahora más de veinticinco años, concretamente en 1986, y luego que pasó la fiebre ornamentista por Escariche, nada se ha vuelto a hacer en ese sentido. Ni se han arreglado los desperfectos propios del tiempo, ni se han hecho nuevas pintadas. Pero ahí quedó el testimonio de un movimiento entusiasta, que cuajó en algo distinto.
No es que, como decía Monje Ciruelo en el artículo que escribió aquel año saludando la iniciativa, Escariche se haya convertido en “centro de peregrinación artística”, porque hoy mismo, en un agradable día del pleno  verano, allí no había más que lugareños tomando la sombra, y amas de casa comprando el pan. Ningún turista o viajero admirativo, como el que suscribe. Sin embargo, es bien cierto que hoy Escariche ha cuajado, en el contexto de los lugares característicos de la Alcarria, por ser “el pueblo de las pintadas”. Y por ahí es por donde empieza, siempre lo hemos dicho, la capacidad de generar una atracción: por la originalidad y la exclusividad. Ningún otro lugar de nuestra provincia tiene esta muestra de arte tan especial. Es única.

Un movimiento vanguardista


La idea surgió de dos artistas locales, en 1986: Rufino de Mingo y Antonio Fernández, naturales de Escariche, muy bien relacionados en el mundo del arte, que decidieron abrir una ruta nueva a la expresión artística, y hacerlo en un lugar apartado y un tanto remoto, aunque en el corazón pleno de la Alcarria. Vinieron artistas de diversos países de América, entre ellos Rafael Rivera Rosa, profesor de la Facultad de Bellas Artes de San Juan de Puerto Rico; Anaida Hernández y Carmelo Sobrino, del mismo país; Geo Ripley, de la República Dominicana; Oscar Carballo, de Cuba, además de estos doce españoles (más los dos promotores): Antonio Antón, Rafael Liaño, Miguel Recuero, Tony Ibírico, Lorenzo Olaverri, Teófilo Barba, Justo Moral, Francisco Hernando Bahón, María del Carmen Patié y Manuel Amaro. Por calles estrechas, por costanillas y bardas, al final de una escalinata, en el borde de la carretera, o en plena calle mayor, fueron surgiendo las obras coloristas, formalistas y renovadoras, muchas de ellas con mensajes incrustados, con palomas y figuras salidas de otro continente de luz, con caballos y seres humanos, con noticias de inventadas batallas, con ángeles suspensos y soles rientes. Esa mezcla de ofertas y de formas convirtieron a Escariche en un experimento que le hizo aparecer en la prensa, en los comentarios de calle, y que le procuró eternidad en las crónicas de esta tierra. Una eternidad que, de momento, y sin muchos apoyos, ha llegado hasta hoy, veintisiete años después. Y que ha servido para que los viajeros, en su mirar continuo por la Alcarria que en verano se deja fotografiar y acariciar en distancias muy a mano, se hayan acercado hasta su caserío por ver sobre todo las imágenes, por disfrutar los colores. También por fotografiarlos, y darlos a conocer un poco más. El valor de estas “pintadas” de Escariche está sobre todo en las sorpresas que crean, al deambular por los espacios tradicionales de un pueblo mesetario, la dimensión desusada de la pintada, la fuerza inusual de los colores. La jornada de hoy, la de hace once años, la de una generación atrás… todos son momentos claves para redundar en la alegría de caminar estas calles, y la ocasión de invitar a los lectores a que también lo hagan.

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