31 de agosto de 2013

Entre las ruinas mayas del Yucatán

Antonio Herrera Casado  /  4 Diciembre 1980

Rememoro ahora un viaje singular que hice en los últimos días de diciembre de 1980, y que fue la primera vez que “crucé el charco”: una experiencia que me sanó del miedo a volar en avión. Desde entonces han sido unos cuantos viajes por el aire, libre ya de esa precaución innata a que cualquier ruido en la aeronave sea el indicio de un fallo.
En aquel viaje, que organizó el recordado Ángel Montero, de Pastrana, fuimos una embajada cultural alcarreña a dar la voz de nuestra tierra castellana por los altiplanos de la Nueva España: aquí recuerdo a José María Alonso Gamo, premio Nacional de Literatura, a José Sanz y Díaz, historiador molinés; a Alfredo Villaverde, voz de la Alcarria y Francisco García Marquina, ensayista y poeta; a Tomás Nieto Taberné, arquitecto y analista de arquitecturas antiguas, y a Jesús Campoamor, con sus paisajes coloristas a cuestas; a Segundo Pastor, que entonces estrenó en el Conservatorio de Guadalajara su Sinfonía de la Alcarria, y a José María Revuelta, farmacéutico, además de otros hombres y mujeres cultos de nuestra tierra, que durante casi un mes pregonamos el nombre de la Guadalajara hispana por la tapatía y las tierras todas de México.
De aquel viaje, me queda en la memoria especialmente mi paso por el Yucatán. Por esa tierra plana, monótonamente verde, siempre regada de las lluvias vespertinas, con esas gentes de rostros afilados y cobrizos que paseaban indolentes por los poblados y entre las ruinas que dejaron sus ancestros, hace miles de años, y hoy parecen revivir cuando se pasa una simple pala sobre el terreno: la península del Yucatán, en México, sigue siendo sin duda el más prometedor campo de excavaciones y sorpresas que a un arqueólogo se le pueda poner delante.
Visitamos allí las moles impresionantes de dos grandes ciudades yucatecas: Chichen Itzá y Uxmal. Hay muchas más, pero entonces no nos dio tiempo a visitarlas. La mayoría en México, pero también en Guatemala quedan algunas, y en Honduras.  Restos de una civilización mágica, todavía mal entendida, de exuberantes formas y complejos pensares, que ahora yacen bajo el manto silencioso de loa selva, en las vitrinas de los museos o sobre el frágil suelo calizo de aquella planicie.
El autor ante el edificio de La Cúpula de Chichen Itzá, en Yucatán

En Chichen Itzá visitamos, cómo no, la gran pirámide, construida en el momento cumbre del clasicismo maya, hacia el año 525 de la era de Cristo. Significa su nombre la boca del pozo de los magos del agua, sin duda en referencia al gran cenote o torca de depresión de la capa superficial, que en su fondo ofrece un gran pozo de agua siempre viva en el nivel freático de la península. La pirámide (construida en una época en la que en Europa se alzaban humildes templos de una nave y simples tallas ornamentales inexpresivas) es de apariencia colosal, y de siempre se le ha dado el nombre de "el Castillo", uno de los edificios más notables de la arquitectura maya. Es una pirámide de cuatro lados que culmina en un templo rectangular. Se asienta sobre una plataforma rectangular de 55,5 metros de ancho y tiene una altura de 24 metros. Cada lado de la pirámide tiene una gran escalinata, 91 escalones por lado y 1 más que conduce al templo superior, dando 365 escalones, uno por cada día del año. Balaustradas de piedra flanquean cada escalera, y en la base de la escalinata norte se asientan dos colosales cabezas de serpientes emplumadas, efigies del dios Kukulcán. A esta pirámide se la da este apelativo, en honor al dios que la patrocinó. En el juego de luz y sombra que forman las balaustradas de sus escaleras se representa la "bajada" de Kukulcán a la tierra.
Otro de los magníficos edificios de esta ciudad maya es el Observatorio astronómico al que se da el nombre de “la cúpula”, con su remate hemiesférico construido en piedra, y que todavía hoy impresiona por su perfección técnica y su sensación de poderío. El templo de los guerreros, el juego de pelota y otros muchos edificios y conjuntos, todos ellos decorados con prolijidad y asombro, hacen de este lugar una de las metas de los viajeros por el mundo: porque no solo es la belleza de las formas y ornamentos, la perfección de la arquitectura, sino la magia que emana de aquellas ruinas, de aquel entorno. Entonces, cuando lo visitamos en 1980, apenas si un par de excursiones se repartían por el conjunto. Hoy son miles los viajeros que a diario llegan hasta aquel remoto enclave de Mesoamérica. Recomendamos hacerlo, siempre, en el invierno. De esa manera se pueden soportar los 35º a la sombra de diciembre-enero. En épocas más “veraniegas”, mejor es dedicarse a visitar otros lugares.

El viajero ante la Pirámide del Adivino de Uxmal,en Yucatán


Nuestro peregrinaje siguió por Uxmal, donde visitamos al día siguiente las portentosas construcciones que han quedado, casi intactas, desde el año 500 d. de C., en el periodo clásico maya. En esta ciudad, de tradición Puuc, las construcciones aprovechan el relieve del terreno para ganar altura y adquieren volúmenes muy importantes, destacando la Pirámide del Adivino, con cinco niveles, y el Palacio del Gobernador que ocupa una extensión de más de 1.200m². También el cuadrilátero de las monjas, como se llama popularmente a otro gran palacio, nos maravilla con la decoración geométrica y de tallas de dioses en sus paramentos frontales. La pirámide del Adivino es el mayor monumento de la ciudad. Tiene una altura de 35 m y una anchura de 53,5 m . Consta de cinco estructuras diferenciadas y de diferentes épocas, cada una de ellas tiene su propio templo (los primeros están enterrados por los siguientes y son inaccesibles mientras que para acceder a los otros se ha practicado una apertura). Se alza sobre un zócalo o banqueta que rodea la construcción. Se comenzó a edificar en el siglo VI y el último nivel data del siglo X. Los jeroglíficos existentes han ayudado a la datación de cada uno de los periodos de construcción. Vista en la distancia, al atardecer, sobre el rumoreante verdor de la selva, es una perspectiva que no se puede olvidar.
El mundo maya en la Península del Yucatán sigue siendo una asignatura pendiente para todos aquellos viajeros que aún no hayan llegado allá. Nuestro grupo, que llevaba mensajes de cultura y arte español, se quedó sorprendido al ver que en aquellas tierras, mucho antes de que en Castilla se levantaran sus pobres iglesias románicas, hubo una cultura y una sociedad que fue capaz de hacer realidad tales maravillas, y que aún hoy se pueden contemplar, casi intactas.

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