Antonio Herrera Casado
/ 4 Diciembre 1980
Rememoro ahora un viaje singular que hice en los últimos
días de diciembre de 1980, y que fue la primera vez que “crucé el charco”: una
experiencia que me sanó del miedo a volar en avión. Desde entonces han sido
unos cuantos viajes por el aire, libre ya de esa precaución innata a que
cualquier ruido en la aeronave sea el indicio de un fallo.
En aquel viaje, que organizó el recordado Ángel Montero, de
Pastrana, fuimos una embajada cultural alcarreña a dar la voz de nuestra tierra
castellana por los altiplanos de la Nueva España: aquí recuerdo a José María
Alonso Gamo, premio Nacional de Literatura, a José Sanz y Díaz, historiador
molinés; a Alfredo Villaverde, voz de la Alcarria y Francisco García Marquina,
ensayista y poeta; a Tomás Nieto Taberné, arquitecto y analista de
arquitecturas antiguas, y a Jesús Campoamor, con sus paisajes coloristas a
cuestas; a Segundo Pastor, que entonces estrenó en el Conservatorio de
Guadalajara su Sinfonía de la Alcarria, y a José María Revuelta, farmacéutico,
además de otros hombres y mujeres cultos de nuestra tierra, que durante casi un
mes pregonamos el nombre de la Guadalajara hispana por la tapatía y las tierras
todas de México.
De aquel viaje, me queda en la memoria especialmente mi paso
por el Yucatán. Por esa tierra plana, monótonamente verde, siempre regada de
las lluvias vespertinas, con esas gentes de rostros afilados y cobrizos que
paseaban indolentes por los poblados y entre las ruinas que dejaron sus
ancestros, hace miles de años, y hoy parecen revivir cuando se pasa una simple
pala sobre el terreno: la península del Yucatán, en México, sigue siendo sin
duda el más prometedor campo de excavaciones y sorpresas que a un arqueólogo se
le pueda poner delante.
Visitamos allí las moles impresionantes de dos grandes
ciudades yucatecas: Chichen Itzá y Uxmal. Hay muchas más, pero entonces no nos
dio tiempo a visitarlas. La mayoría en México, pero también en Guatemala quedan
algunas, y en Honduras. Restos de una
civilización mágica, todavía mal entendida, de exuberantes formas y complejos
pensares, que ahora yacen bajo el manto silencioso de loa selva, en las
vitrinas de los museos o sobre el frágil suelo calizo de aquella planicie.
El autor ante el edificio de La Cúpula de Chichen Itzá, en Yucatán |
En Chichen Itzá visitamos, cómo no, la gran pirámide,
construida en el momento cumbre del clasicismo maya, hacia el año 525 de la era
de Cristo. Significa su nombre la boca del pozo de los magos del agua, sin
duda en referencia al gran cenote o torca de depresión de la capa superficial,
que en su fondo ofrece un gran pozo de agua siempre viva en el nivel freático
de la península. La pirámide (construida en una época en la que en Europa se
alzaban humildes templos de una nave y simples tallas ornamentales
inexpresivas) es de apariencia colosal, y de siempre se le ha dado el nombre de
"el Castillo", uno de los edificios más notables de la arquitectura
maya. Es una pirámide de cuatro lados que culmina en un templo rectangular. Se
asienta sobre una plataforma rectangular de 55,5 metros de ancho y tiene una
altura de 24 metros. Cada lado de la pirámide tiene una gran escalinata, 91
escalones por lado y 1 más que conduce al templo superior, dando 365 escalones,
uno por cada día del año. Balaustradas de piedra flanquean cada escalera, y en
la base de la escalinata norte se asientan dos colosales cabezas de serpientes
emplumadas, efigies del dios Kukulcán. A esta pirámide se la da este apelativo,
en honor al dios que la patrocinó. En el juego de luz y sombra que forman las
balaustradas de sus escaleras se representa la "bajada"
de Kukulcán a la tierra.
Otro de los magníficos edificios de esta ciudad maya es el
Observatorio astronómico al que se da el nombre de “la cúpula”, con su remate
hemiesférico construido en piedra, y que todavía hoy impresiona por su
perfección técnica y su sensación de poderío. El templo de los guerreros, el
juego de pelota y otros muchos edificios y conjuntos, todos ellos decorados con
prolijidad y asombro, hacen de este lugar una de las metas de los viajeros por
el mundo: porque no solo es la belleza de las formas y ornamentos, la
perfección de la arquitectura, sino la magia que emana de aquellas ruinas, de
aquel entorno. Entonces, cuando lo visitamos en 1980, apenas si un par de
excursiones se repartían por el conjunto. Hoy son miles los viajeros que a
diario llegan hasta aquel remoto enclave de Mesoamérica. Recomendamos hacerlo,
siempre, en el invierno. De esa manera se pueden soportar los 35º a la sombra
de diciembre-enero. En épocas más “veraniegas”, mejor es dedicarse a visitar
otros lugares.
El viajero ante la Pirámide del Adivino de Uxmal,en Yucatán |
Nuestro peregrinaje siguió por Uxmal, donde visitamos al día
siguiente las portentosas construcciones que han quedado, casi intactas, desde
el año 500 d. de C., en el periodo clásico maya. En esta ciudad, de tradición Puuc,
las construcciones aprovechan el relieve del terreno para ganar altura y
adquieren volúmenes muy importantes, destacando la Pirámide del Adivino,
con cinco niveles, y el Palacio del Gobernador que ocupa una extensión de más
de 1.200m². También el cuadrilátero de las monjas, como se llama popularmente a
otro gran palacio, nos maravilla con la decoración geométrica y de tallas de
dioses en sus paramentos frontales. La pirámide del Adivino es el mayor
monumento de la ciudad. Tiene una altura de 35 m y una anchura de 53,5 m .
Consta de cinco estructuras diferenciadas y de diferentes épocas, cada una de
ellas tiene su propio templo (los primeros están enterrados por los siguientes
y son inaccesibles mientras que para acceder a los otros se ha practicado una
apertura). Se alza sobre un zócalo o banqueta que rodea la construcción. Se
comenzó a edificar en el siglo VI y el último nivel data
del siglo X. Los jeroglíficos existentes han ayudado a la datación de cada
uno de los periodos de construcción. Vista en la distancia, al atardecer, sobre
el rumoreante verdor de la selva, es una perspectiva que no se puede olvidar.
El
mundo maya en la Península del Yucatán sigue siendo una asignatura pendiente
para todos aquellos viajeros que aún no hayan llegado allá. Nuestro grupo, que
llevaba mensajes de cultura y arte español, se quedó sorprendido al ver que en
aquellas tierras, mucho antes de que en Castilla se levantaran sus pobres
iglesias románicas, hubo una cultura y una sociedad que fue capaz de hacer
realidad tales maravillas, y que aún hoy se pueden contemplar, casi intactas.
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