10 de agosto de 2013

Una vuelta a Ibiza. Completa.

El viajero en la ciudadela de Ibiza

Antonio Herrera Casado  /  6 julio 2013

La  verdad es que la vuelta [completa] a la isla de Ibiza, se puede dar en un solo día. Esta isla del archipiélago de las Baleares, frente a la costa del Levante español, es un paraíso de la tranquilidad (o lo era, hace 40 años, cuando la descubrí) durante el día, transformándose en un volcán de sonidos, colores y danzas durante la noche. Ibiza vive de noche, al menos ahora en el verano, pero durante el día, (si lo pillamos bueno, soleado, sin calores, que es lo más habitual) es un oasis en el que poder disfrutar del patrimonio monumental (la ciudadela de la capital), de las calas mínimas que surgen a lo largo de los cien kilómetros de su perímetro, o de la buena comida en cualquier acojo de pescadores que en sus pequeñas calas existen.
A Ibiza se viaja desde Madrid en una hora exacta. Hay varios vuelos cada hora. El taxi desde el aeropuerto a cualquier hotel de la capital vale 12 euros. Habrá quien prefiera ir sentado sobre la cubierta de un ferry que sale de Denia y hace el trayecto en solo dos horas. O quien prefiera llegar desde Valencia o Barcelona en un gran barco de Acciona, con el coche incluido,y camarote para dos personas, por poco más de 300 Euros. En la isla se alquilan coches en cualquier esquina. Eso es lo que hizo el viajero, y ello le permitió recorrerse el entorno ibicenco en un par de días de conducción fácil y sin problemas, disfrutando de cada rincón y cada perspectiva.
La ciudadela
Desde luego, es imprescindible visitar al completo la ciudadela de Ibiza. En lo más alto de la ciudad, abierta al mar, luminosa y orgullosa, desde 1999 está declarada Patrimonio de la Humanidad, y su restauración, arreglo y mantenimiento ha resultado perfecto (lo he comparado hoy frente al recuerdo de cómo estaba hace 43 años, cuando la visité por primera vez). Se accede a pie por un par de puertas, desde la ciudad vieja, especialmente por el portón de Ses Taules, sobre un puente levadizo, escoltado al interior por dos estatuas romanas, y que bajo el imperial escudo de la monarquía hispana nos planta en la Plaza Mayor de D’alt Vila, la “ciudad alta”, la ciudadela.
Desde allí nuestra obligación –agradable, ocupada de sorpresas continuas- es seguir las callejas en cuesta que nos llevarán a lo más alto, a la catedral, el palacio episcopal, y sobre todo los baluartes. Por el camino encontraremos la capilla de San Ciriaco, con antiguas tallas y escudos (memoria de la reconquista en el siglo XIII) y el Ayuntamiento (un antiguo convento dominico), más el Hotel El Mirador, lujosísimo, construido sobre edificios antiguos y con vistas y jardines en la altura (710 € la noche). Los baluartes esquineros son lo más curioso de la estructura de este gran fuerte mediterráneo. Dado como se estaba poniendo el patio (en el Mrediterráneo) a mediados del siglo XVI, con un Imperio Otomano que todo lo arrasaba y venía hacia occidente conquistándolo todo, Felipe II se tomó muy en serio la defensa de Ibiza y mandó levantar esta monumental ciudadela, que fue planificada y dirigida en su construcción por el arquitecto Giovanni Battista Calvi, quien la concluyó en los últimos años del siglo XVI. Nadie desde entonces se atrevió a asediarla, y su formato sirvió para modelo de otras ciudades fortificadas, especialmente en América (así se le parecen las de San Juan de Puerto Rico y Cartagena de Indias). La de Ibiza es la más colosal ciudad amurallada sobre un puerto que hoy puede verse en todo el mundo.
Las calas
Pero a la isla de Ibiza hay que darle la vuelta, por sus estrechas y pintorescas carreteras, y llegarse a todas, o a las más posibles, calas que la adornan en su contorno. Con tiempo, se pueden ver todas (medio centenar de ellas), y con prisas, como ha ido esta vez el viajero, se admira una docena y se lleva uno la imagen cabal de lo que son las calas ibicencas, a las que como mejor se llega y más perfectamente se admira, sin duda, es sobre un barco que haga el cabotaje.
Es Vedrá, en Ibiza

Desde la capital vamos a Santa Eulalia del Río, que nos asombra con su perfecto urbanismo y su playa blanca, semicircular, brillante y limpia. Seguimos de allí hasta San Lorenzo, donde la arenas y los bañistas se refugian entre pinos y acantilados, dando vista al frente a la isla rocosa de Tagomago. Retornando y subiendo hasta el extremo norte de la isla, pasamos a Portinatx, donde comemos a las orillas del agua una dorada recién pescada, y de paso admiramos la limpieza de la playa, el minipuerto, los alrededores pinariegos.
El viajero se lleva un alegrón de los grandes cuando consigue llegar (a través de caminos polvorientos, sin señalizaciones, y solo con el mínimo rastro que la intuición y la memoria antigua le permiten) hasta Cala Aubarca, en el término de San Mateo. De su primer viaje (a pie, con macutos y los buenos amigos de la carrera) guardaba la idea de que aquel lugar apartado y paradisiaco era de los que calan en el alma: lo ha vuelto a comprobar, Cala Aubarca es un recóndito espacio del mundo en el que las aguas tranquilas, los muros rocosos, enormes, de sus costados, caen a pico sobre las aguas que allí se hacen oscuras y aceradas, silentes y reparadoras de cualquier nostalgia.
Por la costa occidental de la isla se llega en poco tiempo a lugares tan espectaculares como Es Cubells, o a calas como la Bassa, en la que se reponen fuerzas en el famoso restaurante que hay montado junto a la arena, entre los pinos. No puede faltar la admiración de la puesta del sol en el Mediterráneo desde la Cala Cana, siempre atestada de gente que disfruta en silencio de tan monumental espectáculo, rojizo el sol tiñendo las aguas y haciendo guiños a las islitas, con la Conejera de capitana, que dan alegría a las fotos que a miles se hacen con los teléfonos móviles. Desde allí, y aunque también haya que adivinar el camino, intuir subidas y posiciones, se puede llegar a la Torre del Pirata, desde donde se ve la roca de Es Vedrá surgiendo del mar como un poema romántico. Aconsejo llegarse a este lugar (con cuidado de no caerse por los acantilados , que no tienen protección ni señales de peligro)  al caer la tarde. Va junto a estas líneas una foto de Es Vedrá en momento clave del atardecer veraniego.

De la vida nocturna nada digo, porque soy viajero de días, no de noches. Pero sí puedo adelantar, y sugerir que la marcha es “de no te menees” (dicho en argot y en modo suave) especialmente en las calles y plazas de la ciudad vieja. También es verdad que Pachá (en el puerto nuevo) sigue mandando en la noche y como desde hace muchos años se mantiene como el faro de la movida ibicenca, aunque no hay que olvidar Amnesia, en el camino hacia San Antonio, con cientos y cientos, con miles ahora en agosto, de gentes que se mueven frenéticas bajo las luces tornadizas y los estridentes descompases del musicamen más underground. Cada cosa para quien le guste.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario