El viajero en la ciudadela de Ibiza |
Antonio Herrera Casado
/ 6 julio 2013
La verdad es que la
vuelta [completa] a la isla de Ibiza, se puede dar en un solo día. Esta isla
del archipiélago de las Baleares, frente a la costa del Levante español, es un
paraíso de la tranquilidad (o lo era, hace 40 años, cuando la descubrí) durante
el día, transformándose en un volcán de sonidos, colores y danzas durante la
noche. Ibiza vive de noche, al menos ahora en el verano, pero durante el día,
(si lo pillamos bueno, soleado, sin calores, que es lo más habitual) es un
oasis en el que poder disfrutar del patrimonio monumental (la ciudadela de la
capital), de las calas mínimas que surgen a lo largo de los cien kilómetros de
su perímetro, o de la buena comida en cualquier acojo de pescadores que en sus
pequeñas calas existen.
A Ibiza se viaja desde Madrid en una hora exacta. Hay varios
vuelos cada hora. El taxi desde el aeropuerto a cualquier hotel de la capital
vale 12 euros. Habrá quien prefiera ir sentado sobre la cubierta de un ferry
que sale de Denia y hace el trayecto en solo dos horas. O quien prefiera llegar
desde Valencia o Barcelona en un gran barco de Acciona, con el coche incluido,y
camarote para dos personas, por poco más de 300 Euros. En la isla se alquilan
coches en cualquier esquina. Eso es lo que hizo el viajero, y ello le permitió
recorrerse el entorno ibicenco en un par de días de conducción fácil y sin
problemas, disfrutando de cada rincón y cada perspectiva.
La ciudadela
Desde luego, es imprescindible visitar al completo la
ciudadela de Ibiza. En lo más alto de la ciudad, abierta al mar, luminosa y
orgullosa, desde 1999 está declarada Patrimonio de la Humanidad, y su
restauración, arreglo y mantenimiento ha resultado perfecto (lo he comparado
hoy frente al recuerdo de cómo estaba hace 43 años, cuando la visité por
primera vez). Se accede a pie por un par de puertas, desde la ciudad vieja,
especialmente por el portón de Ses Taules, sobre un puente levadizo, escoltado
al interior por dos estatuas romanas, y que bajo el imperial escudo de la
monarquía hispana nos planta en la Plaza Mayor de D’alt Vila, la “ciudad alta”,
la ciudadela.
Desde allí nuestra obligación –agradable, ocupada de
sorpresas continuas- es seguir las callejas en cuesta que nos llevarán a lo más
alto, a la catedral, el palacio episcopal, y sobre todo los baluartes. Por el
camino encontraremos la capilla de San Ciriaco, con antiguas tallas y escudos
(memoria de la reconquista en el siglo XIII) y el Ayuntamiento (un antiguo
convento dominico), más el Hotel El Mirador, lujosísimo, construido sobre
edificios antiguos y con vistas y jardines en la altura (710 € la noche). Los
baluartes esquineros son lo más curioso de la estructura de este gran fuerte
mediterráneo. Dado como se estaba poniendo el patio (en el Mrediterráneo) a
mediados del siglo XVI, con un Imperio Otomano que todo lo arrasaba y venía
hacia occidente conquistándolo todo, Felipe II se tomó muy en serio la defensa
de Ibiza y mandó levantar esta monumental ciudadela, que fue planificada y dirigida
en su construcción por el arquitecto Giovanni Battista Calvi, quien la concluyó
en los últimos años del siglo XVI. Nadie desde entonces se atrevió a asediarla,
y su formato sirvió para modelo de otras ciudades fortificadas, especialmente
en América (así se le parecen las de San Juan de Puerto Rico y Cartagena de
Indias). La de Ibiza es la más colosal ciudad amurallada sobre un puerto que
hoy puede verse en todo el mundo.
Las calas
Pero a la isla de Ibiza hay que darle la vuelta, por sus
estrechas y pintorescas carreteras, y llegarse a todas, o a las más posibles,
calas que la adornan en su contorno. Con tiempo, se pueden ver todas (medio
centenar de ellas), y con prisas, como ha ido esta vez el viajero, se admira
una docena y se lleva uno la imagen cabal de lo que son las calas ibicencas, a
las que como mejor se llega y más perfectamente se admira, sin duda, es sobre
un barco que haga el cabotaje.
Es Vedrá, en Ibiza |
Desde la capital vamos a Santa Eulalia del Río, que nos asombra con su perfecto urbanismo y su playa blanca, semicircular, brillante y limpia. Seguimos de allí hasta San Lorenzo, donde la arenas y los bañistas se refugian entre pinos y acantilados, dando vista al frente a la isla rocosa de Tagomago. Retornando y subiendo hasta el extremo norte de la isla, pasamos a Portinatx, donde comemos a las orillas del agua una dorada recién pescada, y de paso admiramos la limpieza de la playa, el minipuerto, los alrededores pinariegos.
El viajero se lleva un alegrón de los grandes cuando
consigue llegar (a través de caminos polvorientos, sin señalizaciones, y solo
con el mínimo rastro que la intuición y la memoria antigua le permiten) hasta
Cala Aubarca, en el término de San Mateo. De su primer viaje (a pie, con
macutos y los buenos amigos de la carrera) guardaba la idea de que aquel lugar
apartado y paradisiaco era de los que calan en el alma: lo ha vuelto a
comprobar, Cala Aubarca es un recóndito espacio del mundo en el que las aguas
tranquilas, los muros rocosos, enormes, de sus costados, caen a pico sobre las
aguas que allí se hacen oscuras y aceradas, silentes y reparadoras de cualquier
nostalgia.
Por la costa occidental de la isla se llega en poco tiempo a
lugares tan espectaculares como Es Cubells, o a calas como la Bassa, en la que
se reponen fuerzas en el famoso restaurante que hay montado junto a la arena,
entre los pinos. No puede faltar la admiración de la puesta del sol en el
Mediterráneo desde la Cala Cana, siempre atestada de gente que disfruta en
silencio de tan monumental espectáculo, rojizo el sol tiñendo las aguas y
haciendo guiños a las islitas, con la Conejera de capitana, que dan alegría a
las fotos que a miles se hacen con los teléfonos móviles. Desde allí, y aunque
también haya que adivinar el camino, intuir subidas y posiciones, se puede
llegar a la Torre del Pirata, desde donde se ve la roca de Es Vedrá surgiendo
del mar como un poema romántico. Aconsejo llegarse a este lugar (con cuidado de
no caerse por los acantilados , que no tienen protección ni señales de
peligro) al caer la tarde. Va junto a
estas líneas una foto de Es Vedrá en momento clave del atardecer veraniego.
De la vida nocturna nada digo, porque soy viajero de días,
no de noches. Pero sí puedo adelantar, y sugerir que la marcha es “de no te
menees” (dicho en argot y en modo suave) especialmente en las calles y plazas
de la ciudad vieja. También es verdad que Pachá (en el puerto nuevo) sigue
mandando en la noche y como desde hace muchos años se mantiene como el faro de
la movida ibicenca, aunque no hay que olvidar Amnesia, en el camino hacia San
Antonio, con cientos y cientos, con miles ahora en agosto, de gentes que se
mueven frenéticas bajo las luces tornadizas y los estridentes descompases del musicamen
más underground. Cada cosa para quien le guste.
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