28 de septiembre de 2013

En la cripta de la Almudena, de Madrid

Fachada exterior de la cripta de La Almudena, en Madrid
Antonio Herrera Casado  /  23 Agosto 2005

Madrid es ciudad de numerosas iglesias. No en vano pasaron sobre ella los siglos del teocentrismo dejando en su larga trayectoria de ciudad grande y luego capital y corte muchos edificios levantados para la oración y el rito. De esas iglesias, hay ejemplos en cada barrio, y de todos los estilos existen ejemplos. La más moderna quizás, la más grandiosa, la que hoy tiene título de Catedral por ser la sede de su Obispado, está dedicada a Santa María de la Almudena, una advocación con recio sabor islámico, pero que desde hace años es la patrona de la ciudad, de Madrid.
Las obras para levantar esta iglesia catedral han llevado casi un siglo, y finalmente acabaron cuando en 1993 fue consagrado el templo por el romano Pontífice, Juan Pablo II. No obstante, el lugar estaba destinado desde antiguo, y los primeros intentos de hacer esta catedral fueron sacralizados con la construcción de un tmeplo que desde el principio fue cripta y así lo sigue siendo hoy.
Este es el espacio que los viajeros han visitado en esta tarde de calor veraniego y asombros continuos. Han subido primero los 15 escalones que ascienden hasta su fachada de monumentalidad románica. Está la portada situada en la calle mayor, allí donde comienza a descender rápidamente la Cuesta de la Vega, junto a los restos de la vieja muralla matritense. Aun cuando la entrada parece hacerse a un templo normalmente edificado, pronto nos percatamos que aquellos está “bajo tierra”, especialmente debajo del pavimento de la catedral de La Almudena.

Una de las naves laterales de la Cripta de La Almudena

Durante un siglo este fue el templo que la gente asoció a la devoción mariana de La Almudena, entre otras cosas porque su talla presidía el altar mayor de esta cripta. Que comenzó a construirse tras ponerse su primera piedra en 1883, y se inauguró y abrió al culto en 1911. Los viajeros han admirado, nada más llegar, y al sol de la primera tarde, su fachada neorománica, espléndida, en la que hay tres grandes puertas de medio punto y sobre ellas una galería con siete ventanas en arco de medio punto peraltado, apareciendo aquí y allá los detalles tallados del repertorio ornamental medieval.
Bajamos luego unos escalones y observamos que hemos entrado por el ábside, de tal forma que este, lo que forma la compleja cabecera de la cripta, tiene un altar central, exento, rodeado de girola con la que comunica por arcos vanos. Frente al altar, se levantan las tres naves de este templo que suponen una visión magnífica, solemne, con su oscuridad, sus altas columnas, sus profusos capiteles y la cantidad ingente de enterramientos, cuadros y leyendas por todas partes. La sensación, -eso nos pareció, al verla incrédulos- es que estábamos en el interior de la catedral de Santiago de Compostela: sus cinco naves, separadas por cientos de columas de altura superior a los tres metros, pintan en silencio la solemnidad de un gran templo cristiano. La piedra, de máxima calidad, la alineación perfecta, y sobre todo la decoración centrada en los capiteles, (más de 600… culminando columnas y sujetando arcos laterales) nos da la sensación de encontrarnos en un sueño, en una alucinante sucesión museística del arte humano. Una curiosidad: la piedra fue traida, en su totalidad, de la cantera de Chao Maças, en Portugal.

El bosque de capiteles
de la cripta de La Almudena, en Madrid


Los viajeros, en el silencio temeroso de encontrarse en un espacio único, religioso y amenzante, apenas se fijan en lo que las capillas laterales contienen. Fue lugar destinado a enterrar a la tristemente desaparecida doña Mercedes, esposa primera del rey Alfonso XII. Pero luego trasladada a la catedral superior, aquí han quedado capillas mortuorias y enterramientos de nobles, aristócratas y gentes famosas de la sociedad madrileña. Uno de ellos fue el primer arquitecto de la Almudena, Francisco de Cubas y González Montes y su esposa Matilde de Erice y Urquijo, marqueses de Cubas y de Fontalba, que vemos en la sexta capilla de la derecha desde la entrada. Otro es el de la familia Urquijo, otro de los Soto y Alba, otros de los Muñoz Moreno, Yravedra, Pallarés… lo más granado de la sociedad burguesa y cortesana de comienzos de ese siglo se encuentra aquí enterrado. Hay muchas esculturas de Benlliure, cuadros de Madrazo, vidrieras de Momengean, y tallas surgidas de los talleres de los mejores escultores de la movida simbolista madrileña, en los principios del siglo XX.

Aún quedan muchas cosas por ver en Madrid. Del arte clásico y arquitectónico, de los espacios sacros, no pueden dejar de verse las iglesias de San Antonio de los Alemanes, o la de San Andrés… la capilla de San Isidro, junto a ella, o el fastuoso templo de San Manuel y San Benito en la Calle de Alcalá. Pero este paso que los viajeros han hecho, en el silencio asombrado de lo inesperado, no dejará de ser preludio de otros muchos recorridos.

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