Fachada exterior de la cripta de La Almudena, en Madrid |
Antonio Herrera Casado / 23
Agosto 2005
Madrid es ciudad de
numerosas iglesias. No en vano pasaron sobre ella los siglos del teocentrismo
dejando en su larga trayectoria de ciudad grande y luego capital y corte muchos
edificios levantados para la oración y el rito. De esas iglesias, hay ejemplos
en cada barrio, y de todos los estilos existen ejemplos. La más moderna quizás,
la más grandiosa, la que hoy tiene título de Catedral por ser la sede de su
Obispado, está dedicada a Santa María de la Almudena, una advocación con recio
sabor islámico, pero que desde hace años es la patrona de la ciudad, de Madrid.
Las obras para levantar esta
iglesia catedral han llevado casi un siglo, y finalmente acabaron cuando en 1993
fue consagrado el templo por el romano Pontífice, Juan Pablo II. No obstante,
el lugar estaba destinado desde antiguo, y los primeros intentos de hacer esta
catedral fueron sacralizados con la construcción de un tmeplo que desde el
principio fue cripta y así lo sigue siendo hoy.
Este es el espacio que los
viajeros han visitado en esta tarde de calor veraniego y asombros continuos.
Han subido primero los 15 escalones que ascienden hasta su fachada de
monumentalidad románica. Está la portada situada en la calle mayor, allí donde
comienza a descender rápidamente la Cuesta de la Vega, junto a los restos de la
vieja muralla matritense. Aun cuando la entrada parece hacerse a un templo
normalmente edificado, pronto nos percatamos que aquellos está “bajo tierra”,
especialmente debajo del pavimento de la catedral de La Almudena.
Una de las naves laterales de la Cripta de La Almudena |
Durante un siglo este fue el
templo que la gente asoció a la devoción mariana de La Almudena, entre otras
cosas porque su talla presidía el altar mayor de esta cripta. Que comenzó a
construirse tras ponerse su primera piedra en 1883, y se inauguró y abrió al
culto en 1911. Los viajeros han admirado, nada más llegar, y al sol de la
primera tarde, su fachada neorománica, espléndida, en la que hay tres grandes
puertas de medio punto y sobre ellas una galería con siete ventanas en arco de medio
punto peraltado, apareciendo aquí y allá los detalles tallados del repertorio
ornamental medieval.
Bajamos luego unos escalones
y observamos que hemos entrado por el ábside, de tal forma que este, lo que
forma la compleja cabecera de la cripta, tiene un altar central, exento,
rodeado de girola con la que comunica por arcos vanos. Frente al altar, se
levantan las tres naves de este templo que suponen una visión magnífica,
solemne, con su oscuridad, sus altas columnas, sus profusos capiteles y la cantidad
ingente de enterramientos, cuadros y leyendas por todas partes. La sensación,
-eso nos pareció, al verla incrédulos- es que estábamos en el interior de la
catedral de Santiago de Compostela: sus cinco naves, separadas por cientos de
columas de altura superior a los tres metros, pintan en silencio la solemnidad
de un gran templo cristiano. La piedra, de máxima calidad, la alineación
perfecta, y sobre todo la decoración centrada en los capiteles, (más de 600…
culminando columnas y sujetando arcos laterales) nos da la sensación de
encontrarnos en un sueño, en una alucinante sucesión museística del arte
humano. Una curiosidad: la piedra fue traida, en su totalidad, de la cantera de
Chao Maças, en Portugal.
El bosque de capiteles de la cripta de La Almudena, en Madrid |
Los viajeros, en el silencio
temeroso de encontrarse en un espacio único, religioso y amenzante, apenas se
fijan en lo que las capillas laterales contienen. Fue lugar destinado a
enterrar a la tristemente desaparecida doña Mercedes, esposa primera del rey
Alfonso XII. Pero luego trasladada a la catedral superior, aquí han quedado
capillas mortuorias y enterramientos de nobles, aristócratas y gentes famosas
de la sociedad madrileña. Uno de ellos fue el primer arquitecto de la Almudena,
Francisco de Cubas y González Montes y su esposa Matilde de Erice y
Urquijo, marqueses de Cubas y de Fontalba, que vemos en la sexta capilla de la
derecha desde la entrada. Otro es el de la familia Urquijo, otro de los Soto y
Alba, otros de los Muñoz Moreno, Yravedra, Pallarés… lo más granado de la
sociedad burguesa y cortesana de comienzos de ese siglo se encuentra aquí
enterrado. Hay muchas esculturas de Benlliure, cuadros de Madrazo, vidrieras de
Momengean, y tallas surgidas de los talleres de los mejores escultores de la
movida simbolista madrileña, en los principios del siglo XX.
Aún quedan muchas cosas por
ver en Madrid. Del arte clásico y arquitectónico, de los espacios sacros, no
pueden dejar de verse las iglesias de San Antonio de los Alemanes, o la de San
Andrés… la capilla de San Isidro, junto a ella, o el fastuoso templo de San
Manuel y San Benito en la Calle de Alcalá. Pero este paso que los viajeros han
hecho, en el silencio asombrado de lo inesperado, no dejará de ser preludio de
otros muchos recorridos.
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