10 de noviembre de 2013

Andando por los bosques asturianos

Salto de agua en el arroyo Agüeira
en la Reserva de la Biosfera, en Santa Eulalia de Oscos
Antonio Herrera Casado  /  13 Septiembre 2013

Desde Navia, donde tenemos el campamento principal, vamos a hacer hoy una ruta a pie por el Parque Natural de los Oscos, en Asturias pero ya en el mismo límite con Galicia. Un lugar lluvioso y verde siempre, un espacio de esa España profunda, inmaculada, reservada a quien de verdad ame la Naturaleza limpia y difícil.
El viaje en autobús se hace, subiendo siempre desde la costa, tras pasar junto a Ribadeo y Vegadeo, hasta Santa Eulalia de Oscos, centro del valle cerrado por alturas y bosques impenetrables. No está muy alto el territorio, apenas a 500 metros sobre el nivel del mar, pero la densidad de su vegetación, y la latitud hace que cada 48 horas, un frente borrascoso pase por encima y desde los nublados deje caer agua en mayor o menor cantidad. El día de nuestro paseo, afortunadamente, ha sido limpio y luminoso, entre un frente y otro, aunque el suelo está muy mojado, y el bosque chorreante, por las lluvias de la pasada noche.
La ruta que vamos a hacer, junto a veteranos amigos y amigas, y guiados por el saber sin límites de Ignacio Garrido, comienza en el área recreativa de Pumares, hasta donde nos ha traído el autobús. El nombre de la aldea ya dice lo que abundante en torno a ella, esos árboles que dan las manzanas pequeñitas de las que luego se saca la sidra.
Andando por el camino bien señalado, vamos a andar unos 4 kilómetros, subiendo siempre entre arboledas cerradas y junto al río Agüeira, hasta la cascada de la Seimeira (que es una redundancia, porque en bable ese es el nombre que le dan a las cascadas).
El lugar tiene todos los ingredientes de los cuentos infantiles: el bosque legendario está cuajado de enormes árboles de ribera (alisos, fresnos, sauces y avellanos) y por robles y castaños viejísimos, anchos en sus copas, que como unos brazos enormes y poderosos amparan la tierra y apenas dejan que pase el sol: parecen seres terribles, pensativos, oscuros, con sus piernas dobladas y contorsionadas, como en lamento silente. Son como monumentos de la Naturaleza, un patrimonio a repsetar.
La mayor parte del camino está guardado por paredes de piedra cuajadas de musgos, y el camino se cubre de una mullida alfombra de hojarasca que amortigua nuestros pasos. Pronto se llega a una zona en que hay que trepar. Aquí algunas de las excursionistas se echan atrás, temiendo más la bajada que ahora la subida. Se asciende entre los robles y los rebollos, por una empinada ladera soleada, hasta las ruinas de La Ancadeira, donde vivieron las gentes dedicadas a la recolección de castañas, o a los oficios de la ferrería. Solo quedan ruinas cubiertas de musgos y arbustos.

Cartel al inicio de la ruta a pie
desde Pumares a la Seimeira, en Oscos.


Desde allí continuamos atravesando el mágico y solitario “Valle del Desterrado” que nos lleva hasta un cruce en el que podemos continuar de frente hasta alcanzar la seimeira, o bien desviarnos a la izquierda cruzando un pequeño puente que nos llevará tras un leve ascenso hasta el pueblo de Busqueimado donde puede visitarse la capilla, dedicada a San Pedro, acompañada de dos impresionantes tejos catalogados como monumento natural. En todo caso, el guía y el programa nos lleva a ver la gran cascada, de 30 metros de caída, ahora en septiembre con poco agua, pero en un entorno de afiladas rocas y alturas impenetrables, que nos dejan maravillados y confesando que ha merecido la pena hacer este caminar de sendas y bosques para ver esta maravilla de la Naturaleza en su ambiente.
Aquí quiero dejar mi recuerdo para el perro que nos acompañó todo el viaje: claro y enorme, diligente a acompañar a quien se quedaba atrás, haciendo rápidas carreras para ponerse delante y abrir camino: nadie supo de donde salió, debía de ser de alguien del caserío de Pumares, que se va con los caminantes para acompañarlos. Y estábamos seguros de que si a alguien le hubiera pasado algo, él hubiera ido al pueblo, a ladrar y avisar del peligro. A veces se encuentra uno con estos seres fantásticos y buenos, que en este caso tenía cuatro patas y una densa pelambrera ocre cubriéndole el cuerpo. Como a los buenos perros, solo le faltaba hablar.


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